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Texto: Carlos Villasana, Ruth Gómez y Nayeli Reyes
Fotografía actual: Cristopher Rogel Blanquet
Diseño web:
Miguel Ángel Garnica
No es un secreto que la Ciudad de México está segmentada, popularmente, por los establecimientos que predominan en sus calles. Están las zonas dedicadas a la impresión digital, a la venta de insumos para papelerías o mercerías, a la decoración de cualquier evento, dedicadas a la vida nocturna, entre otras.
Una de las más “famosas” es la zona hotelera que tiene la Calzada San Antonio Abad hasta su continuación como Calzada de Tlalpan, reconocida por todos los que habitamos la urbe por el simple hecho de encontrarse en una de las vías más transitadas de la capital.
Diversos autores han querido rastrear el origen de la propagación de este tipo de negocios sobre la Calzada, teniendo como común denominador que por muchos años este camino marcaba los límites de la “Ciudad de México”.
El cronista Héctor de Mauleón explicó en sus artículos “Los rápidos de Tlalpan” y “Hotel Garage” que el primer sitio de alojamiento que existió en la ciudad abrió sus puertas en 1523, a solicitud de Pedro Hernández Paniagua, sobre la calle de Mesones; en el que se ofrecía, además de hospedaje, algo de comer o cenar. Poco a poco la calle fue haciendo honor a su nombre y se llenó de este tipo de establecimientos.
La llegada de la posada a mediados del siglo XIX, marcó un cambió: ya no sólo eran sitios donde el viajero -muchas veces comerciante- pudiera descansar, sino que tuviera algún tipo de comodidad. “En un pasaje de El sol de mayo, Juan A. Mateos demuestra que estas instituciones eran empleadas por los caballeros para seducir mujeres y llevar a cabo lances amorosos. Así que Hernández Paniagua sería también un precursor involuntario de la relación entre el amor y el urbe”, escribió De Mauleón.
Con la expansión de la ciudad en todas las direcciones, este tipo de alojamientos se fueron recorriendo hacia las “salidas” y así llegaron a Calzada de Tlalpan. Para esa época los alrededores de la Calzada tenían un aspecto entre rural y urbano, había fábricas de alimentos, papel o textil y también existía una pequeña central de autobuses que tenía como destino Acapulco o Cuernavaca. De Mauleón cita al cronista Armando Jiménez, quien dijo que fue en 1935 cuando se inauguró en esta vía el primer motel citadino: El Silencio.
Cruce de la Calzada San Antonio Abad, la Calzada de Tlalpan y el Río de La Piedad, hoy el Viaducto Miguel Alemán, en la década de los treinta. Imagen cortesía de J.C. Briones.
Antigua estación de autobuses Flecha Roja en Calzada San Antonio Abad y Alfredo Chavero en los años cincuenta. Colección Villasana-Torres.
Los establecimientos de hospedaje servían para el descanso de los viajeros, que muchas veces eran familias enteras las que se trasladaban a la capital para comprar productos. Otras ocasiones se trataba de comisionados de algún gobierno -local o extranjero- que tenían que pasar la noche en estos sitios para tomar el camión o transporte muy temprano rumbo a sus destinos. Por supuesto que también se utilizaban para los encuentros nocturnos.
Y no sólo fue en Tlalpan, sino en todas las salidas de la capital, donde los amorosos se encontraban para poder estar juntos, dejando de lado el juicio moral característico de la sociedad mexicana. Esta situación se intensificó cuando el “Regente de Hierro” Ernesto P. Uruchurtu prohibió los besos en la calle, los desnudos en escenarios y en las películas, disminuyó el horario de operación de centros nocturnos -lo que trajo la desaparición de muchos de ellos-, y provocó que hoteles y moteles se convirtieran en un tipo de “refugio” para el divertimento y el descanso del ajetreo capitalino.
“En una ciudad que no ha encontrado nunca dónde meter el amor, el nocturno de la carne, la ciudad del deseo comienza bajo el arco voltaico donde la otra termina: en el tic que ilumina las noches con las letras cintilantes de la palabra hotel”, culminó De Mauleón.
Para conocer un poco más sobre lo que significa vivir cerca de esta zona, EL UNIVERSAL realizó un recorrido por tres colonias que colindan con Calzada de Tlalpan y saber de voz de sus habitantes si hay algún tipo de repercusión en sus vidas cotidianas por la proliferación de este tipo de establecimientos a lo largo de la vía.
Ser vecino de Calzada de Tlalpan
Iniciamos el recorrido en la colonia Obrera, cerca de la estación de Metro San Antonio Abad. El paisaje comercial de la Calzada San Antonio Abad hacia el sur luce lleno de inflables, chalecos e impermeables con reflejantes para la noche, tiendas de ropa interior y locales con flechas que indican la presencia puestos de impresión digital.
Evidentemente, cada dos cuadras encontramos edificios que resaltan tanto por su altura como por los letreros, en su mayoría rojo o negro, que dicen “hotel” y el nombre con el que se identifica.
El martes de la semana pasada (21 de noviembre) la Universidad Autónoma de la Ciudad de México presentó el libro “Memoria Colectiva de la colonia Obrera”, en el que sus habitantes dejaron ver las transformaciones que ha tenido su barrio. Recordaban que apenas en los años cincuenta se pavimentaron las calles, que fue la solución perfecta para el lodazal que se producía en las temporadas de lluvia.
De acuerdo con la investigación realizada por las autoras -Carmen Cruz y Janet Millán- y las memorias de los vecinos, a finales de los años veinte y principios de los treinta del siglo pasado fue cuando la vida nocturna de la colonia se intensificó, tras la aparición de bares, cantinas, pulquerías y cabarets; algunos de ellos perduraron hasta finales del siglo XX y otros hasta inicios del XXI.
Carmen y Janet nos comentaron que entre sus pláticas con los vecinos muy pocos hicieron mención de la Calzada de Tlalpan. Evidentemente dijeron que su vida se vio modificada con la aparición del Metro, es más, uno de los salones de baile más famosos que alguna vez existió en la urbe, el Salón Colonia, ofrecía transporte gratis de sus instalaciones al Metro, pero “de los hoteles casi no hablaron, sólo mencionaron que para los setentas ya había demasiados”.
Así lucía la Calzada San Antonio Abad poco antes de la inauguración del Metro en 1970. Colección Villasana-Torres.
Algunas de las personas entrevistadas decían que todos los centros nocturnos que existieron en la colonia eran “lugares de perdición” y quizá la omisión de Calzada de Tlalpan se relacione con la misma idea, tanto por la moral mexicana como por todos los peligros que conlleva el hablar sobre las redes criminales que operan sobre la Calzada.
En nuestro paso por la colina Álamos visitamos la casa de cultura ubicada en Isabel la Católica 806 con la intención de platicar un poco sobre los cambios que ha tenido la colonia y la percepción de sus habitantes sobre los establecimientos de hospedaje de la Calzada de Tlalpan.
Tras unos minutos de espera nos atendió Isabel Torres, responsable del recinto, quien únicamente nos comentó que no había escuchado nada por parte de los vecinos sobre la Calzada, que ha logrado escuchar un “es peligroso o está congestionado”, pero nada más específico. La funcionaria fue muy clara al momento de decir que ella desconoce cómo se ha transformado la colonia, ya que ella radica en otra zona y sólo conoce la casa de cultura.
Sin embargo, a nosotros nos parece necesario mencionar que el Cine Álamos, que se ubicaba junto al Metro Viaducto, era un sitio donde frecuentemente proyectaban películas de “ficheras”. También que uno de los hoteles de paso más antiguos - el Rex- y que aún persiste se encuentra a unos pasos del mismo Metro.
Culminamos nuestra visita en la colonia Postal, cerca de Metro Villa de Cortés, en la que platicamos con Elías Almazán, un sastre que lleva más de cincuenta años ejerciendo su oficio. A su modo de ver, los habitantes de las colonias no contemplan a la Calzada de Tlalpan como parte de sus vidas rutinarias: “yo, por ejemplo, no llevo a mi nieta por ese lado, porque para mí es muy difícil explicarle qué es lo que pasa, que seguramente más grande verá. No tengo necesidad de ir hacia aquél lado -Tlalpan-, mi circulación es al contrario”.
No sólo es la red de trata de personas, sino también de todo el comercio que se extiende por la vialidad. Tianguis, puestos de ambulantes, comida y demás han hecho que la Calzada sea peligrosa. El sastre nos compartió que para él, el auge no sólo de hoteles sino de nuevas construcciones habitacionales ha traído “pros y contras” para las colonias y entiende el porqué de esto: es una zona con una excelente ubicación -cerca del Centro- y que tiene todas las facilidades de transporte ya sea público o privado (rodeada de estaciones de metro, ejes viales y camiones).
Los beneficios de vivir en la colonia Postal es que con la construcción de nuevas unidades él tiene más trabajo, se va haciendo de nuevos clientes y el local sigue facturando, lo malo es que empieza a haber problemas con el suministro o incrementos de pagos en ciertos servicios.
Desde su inauguración, el trayecto de la Línea 2 del Metro ha tenido a hoteles y moteles como parte de su paisaje. Archivo Fotográfico EL UNIVERSAL.
Hoy en día los hoteles no sólo abarcan estas tres colonias, sino que se han extendido a Portales, Nativitas y así hasta la salida a Cuernavaca. Hoy existen al menos 35 de estos establecimientos, que están registrados, a lo largo de Calzada de Tlalpan desde Calzada San Antonio Abad hasta el sur y la mayoría se concentran en la zona del Centro dirección sur. Desde hace un par de semanas -años, más bien- estos establecimientos han llamado la atención de los medios ya que en su interior han sucedido decenas de crímenes.
Nuestro compañero Pedro Villa y Caña visitó un par para su nota “Hoteles. Escenario ideal del crimen” y verificó que en algunos de ellos no hay medidas de seguridad, no se registran a los usuarios y que los precios oscilan entre los 120 y los 500 pesos: “se ubican generalmente en colonias populares o consideradas como peligrosas en la capital mexicana, por lo que sólo en aquellos hoteles considerados como “de calidad” o de cinco estrellas exigen mostrar algún tipo de identificación, aunque no existe ningún mecanismo para verificar su autenticidad. “El anonimato es su principal atractivo, aunque también es la tumba de sus usuarios, ya que por “pasar desapercibidos” muchos de los crímenes quedan sin castigo.
Cada una de las colonias por las que sigue la traza de Calzada de Tlalpan encierran decenas de historias, cuentan con sitios que sus habitantes consideran memorables y que poco a poco han dejado de existir. El ambiente que se respira al transitarla a pie se vuelve pesado, no por los automóviles, sino por la cantidad de delitos que existen y por la impunidad, que ponen en riesgo a usuarios, habitantes de las colonias y a las personas que trabajan como sexoservidores.
Nuestra foto comparativa antigua es una postal de los años treinta donde se puede apreciar el Hotel Alba, cuya fachada aún existe aunque se desconoce la fecha exacta de su inauguración. Colección Villasana - Torres.
Fotografía antigua:
Colección Villasana - Torres. Archivo Fotográfico EL UNIVERSAL.
Fuentes:
Libro “Memoria Colectiva de la colonia Obrera: La voz de sus protagonistas” de María del Carmen Cruz y Janet Cristina Millán, UACM. Artículos “Los rápidos de Tlalpan” y “Hotel Garage” de Héctor de Mauleón, “Hoteles. Escenario ideal del crimen” de Pedro Villa y Caña.