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Texto: Carlos Villasana y Ruth Gómez
Fotografía actual: Camila Mata
Diseño web:
Miguel Ángel Garnica
Los habitantes de la Ciudad de México podrían afirmar que aquí, todo es posible. La capital es una urbe que se distingue por su diversidad, sus contrastes -sociales, económicos, políticos- y también por la gran oferta en cuanto a entretenimiento, las artes y la cultura.
El siglo XX fue cuna de muchas de las expresiones y prácticas artísticas que hoy en día nos representan alrededor del mundo, una de ellas es el muralismo. A mediados de los años ochenta, se inauguró un sitio en el que tenían cabida todo tipo de bandas musicales, aunque en su nombre llevaba el género de la gran mayoría: Rockotitlán, un foro donde los jóvenes de aquella época podían reunirse para disfrutar de la música y las artes plásticas que se generaban en su país.
Se ubicaba en la actual esquina de las avenidas Insurgentes Sur y California, en la colonia Nápoles. Fue creado por los hermanos Sergio y Fernando Arau -el primero fue guitarrista y cantante de Botellita de Jerez-y otros socios, abriendo sus puertas un par de días antes del 19 de septiembre de 1985. Rápidamente se convirtió en uno de los lugares favoritos para ir a conocer o escuchar bandas en vivo y fue plataforma para que bandas como Caifanes, Café Tacvba, El Tri, Fobia, entre otros, se dieran a conocer.
El grupo de personas que trabajaba o solía asistir a Rockotitlán era muy extenso pero a la vez muy unido, muchos de ellos se conocían desde la infancia, tal fue el caso de Gerardo Montagno, artista plástico que fue socio minoritario del establecimiento y que logró realizar una hazaña que para ese entonces era poco ortodoxa: realizó un mural de músicos de rock con una mezcla de técnicas que alguna vez utilizaron los muralistas mexicanos tradicionales.
Gerardo y sus amigos crecieron en el ambiente “clase mediero acomodado” de las colonias Roma y Condesa. Recuerda que la mayoría de ellos se desarrollaron entre las artes ya que algunos eran hijos de intelectuales, empresarios o escritores, “cuando fuimos creciendo, sabíamos casi de inmediato que nos caeríamos bien porque nuestra personalidad se reflejaba en nuestra forma de vestir y el largo del cabello, eso nos hacía cuates”, relata nuestro entrevistado.
Nos comparte que así como Rockotitlán, su generación promovió y creó lugares para la industria musical mexicana ya que en ese entonces las oportunidades para que bandas nacionales pudieran ser grabadas o representadas eran escasas, y sobre todo si su género musical era el rock: “la verdad teníamos los recursos para hacerlo, nuestros padres nos habían hecho entender que para hacer que las cosas cambiaran, teníamos que hacerlo nosotros mismos”, por lo tanto evaluaron opciones y empezaron a invertir en conjunto para abrir antros, bares o estudios de grabación.
El mural que inmortalizó los inicios del rock mexicano
“La verdad es que fue una ocurrencia”, dice Gerardo al empezar a hablar del mural que vestiría una pared de Rockotitlán. El muro estaba justo al frente del escenario y medía 2.20 m de ancho por 8.50 m de largo; según los recuerdos del pintor era una pared falsa que no tenía encanto y un día la idea saltó a la cabeza, de inmediato se la comunicó al socio mayoritario del establecimiento quien aceptó muy entusiasmado.
Le preguntó que tipo de materiales necesitaría y si iba a tener un costo, Gerardo se limitó a pedirle la preparación del muro, ya que al ser una superficie muy porosa se tenía que cubrir. Tras colocar madera a lo largo de la pared, el artista comenzó a imaginar la distribución que debía tener su lienzo para que en él cupieran 35 personas: “creo que erróneamente se ha concebido como el mural del rock mexicano, pero no lo era, simplemente estaban los integrantes más representativos de las bandas que iban a “tocar” de manera continua a Rockotitlán y algunos hoy sí son muy importantes en la historia del género en la música nacional”.
Los músicos estaban distribuidos en tres hileras y de fondo había “una representación de la Ciudad de México”; tardó quince días en terminarlo y a pesar de que tenía la intención de agregar más músicos, “ya no se pudo”. El mural fue inaugurado el 1° de diciembre de 1990 y fue parte de Rockotitilán hasta que el inmueble desapareció en 2004.
El artista plástico Gerardo Montagno posando para la cámara en la fotografía blanco y negro, el 1 de diciembre de 1990 durante la inauguración del mural dedicado al rock mexicano que realizó en las paredes de Rockotitlán. Cortesía Gerardo Montagno / Lourdes Valdez.
Otras de las tareas que Gerardo realizaba cuando trabajaba en Rockotitlán era el agendar presentaciones de bandas de manera mensual, así como los carteles por mes -en los que también intervinieron otros artistas o caricaturistas-:
“Después de que uno acomodaba a las bandas por días me ponía a hacer el cartel en una vil cartulina, le marcaba una cuadrícula que dividía el mes en semanas y empezaba a dibujar con un plumón, ya para las letras utilizaba pluma. La difusión de ese entonces consistía en hacer todo a mano y sacarle copias; para mis amigos que tenían sus bandas también llegué a hacer carteles, ya listos nos íbamos juntos a las copias y de ahí los repartíamos en bici por nuestros rumbos que solía ser el sur o la Roma-Condesa”, narró. Hoy, las hojas con programaciones originales de Rockotitlán se venden a buen precio en tiendas en línea.
Durante sus años de existencia en la programación de Rockotitlán resaltaron nombres como Botellita de Jeréz, los Tex Tex, Sergio Arau, Fobia, El Tri, Café Tacvba, entre otros. El cartel señalaba que los “Miércoles chavas gratis” y el costo de entrada era de 20,000 pesos. Cortesía Gerardo Montagno.
En la actualidad, a Gerardo le parece curioso que su mural sea considerado como algo trascendente, ya que lo considera un mero impulso al ver una pared así de grande, vacía. Sin embargo, sabe que ese momento lo hizo ser si no el primero, sí uno de los pioneros de mezclar las “Bellas Artes” con el género del rock, que para finales de los ochenta y principios de los noventa aún estaba considerado como música de “mal gusto”, que provocaba que los jóvenes vistieran y se peinaran diferente, con un cambio considerable en sus ideas y en la forma en la que actuaban en su vida social.
Tras del cierre de puertas de Rockotitlán, nuestro entrevistado empezó a dedicarse por completo a sus estudios de Bellas Artes y se alejó de la música; considera que en esa etapa fue afortunado porque obtuvo dos becas que le permitían dedicarse casi en su totalidad al estudio y producción artística: “fui de las últimas generaciones de Bellas Artes que recibió muralismo, en esa clase nos enseñaron a preparar paredes y que un mural es como un libro, es decir, tiene una lectura, por lo tanto nosotros tenemos que imaginar la distribución de la historia, para que el espectador pudiera entenderla”, compartió. A la par de sus estudios, siguió colaborando y asociándose con sus amigos para la apertura de otros antros de música “alternativa”, casas productoras o estudios de grabación.
Un día, al estar comiendo con uno de sus grandes amigos, al artista plástico le surgió la siguiente idea: “un admirador se le acercó saludándolo y le dijo que era un dios. Me horrorizó ver esa escena, porque mi amigo en verdad se creyó esa frase”, el proyecto constaba de una serie de entrevistas a reconocidos cantantes y músicos de la industria con la intención de hacer dos retratos suyos, uno en la cima del éxito y el segundo sin vida.
El proyecto se materializó en una exposición que se tituló “Íconos del Rock Mexicano: Mortalidad y Continuidad”, inaugurada en el Polyforum Cultural Siqueiros y fue cubierta por nuestra compañera Solange García para esta casa editorial en noviembre de 2005. Con esta serie de retratos Gerardo buscaba recordarles que son tan humanos como cualquiera: “como a una gran mayoría los conozco y me llevo con ellos como cuates, más allá de trabajar juntos, me di cuenta de repente que se alejan de la realidad (...) Esta (interpretación) es una crítica, pero no sólo a ellos, sino al rock mexicano en general, y a la gente que se dedica a cualquier arte o género (...) que adopta esa actitud de sentirse algo que no es, porque aunque lo sea, (...) no hay por qué sentirse más que los demás”, explicaba el pintor en aquella ocasión.
Gerardo tuvo -y sigue teniendo- la facilidad de tratar esa temática con figuras como Rita Guerrero (Santa Sabina y Ensamble Galleo), Rubén Albarrán (Café Tacvba), Leonardo de Lozanne (Fobia), Alex Lora (El Tri), Lalo Tex (Tex Tex), Charly Montana, Julieta Venegas, Roco (Maldita Vecindad), Kenny (Los Eléctricos), Saúl Hernández (Jaguares/Caifanes), José Dors (La Cuca), entre otros, porque a algunos los conoce desde su infancia y a otros desde su juventud. El proyecto es la suma de la exposición y un par de discos que Gerardo y sus amigos grabaron.
Plana del Gran Diario de México con la nota sobre la exposición de Gerardo en el Polyforum Siqueiros. Archivo Hemerográfico EL UNIVERSAL.
En 2016, el Ejército contrató a Gerardo para que realizara cuatro murales dentro del Heróico Colegio Militar de Tlalpan por lo que tuvo que mudarse un par de meses a sus instalaciones. El conjunto de murales lo realizó solo -sin asistente- en un pasillo muy largo que estaba lleno de trofeos, en la que tenía que representar la historia del Colegio Militar.
Según su experiencia, estar dentro del colegio le recordó a sus estudios en Bellas Artes ya que “en las artes también tienes mucha disciplina. Al interior del Colegio tuve que vivir como todos los militares, me levantaba, comía o bañaba a la misma hora y cumplía: durante mis horarios laborales me dejaban beber el café que yo quisiera y fumar sólo en mi jornada, en cuanto se acabara tenía que dejar de hacerlo. Resaltaba porque era el único que tenía el cabello largo que a la vez me dejó conocer a los militares desde su lado más íntimo, me enteré a quién le gustaba la misma música que a mí o simplemente les generaba confianza para hablar de música, recuerdo a un general que me contó que era de la generación de Avándaro y que era fan de The Doors y de Creedence y que una vez jubilado, se volvería a dejar el cabello largo”.
Al pintor le agradó mucho su experiencia dentro del Colegio Militar, ya que pudo conocer a las personas que trabajan como militares. Una cosa que agradece es que nunca “regatearon” el precio de su trabajo, simplemente negociaron uno que fuera conveniente para las dos partes, “muchas veces la gente piensa que si te dedicas a las artes no cobras, pero ¿a poco tú le dices al taxista “me subo a tu taxi, me llevas y gracias”? Obviamente no, porque todos estamos trabajando y yo cobro por hacerlo”. Los murales fueron inaugurados de manera oficial con personal del Gobierno Federal, del Ejército y unos cuantos invitados del artista.
Gerardo Montagno en la inauguración de su mural en el Colegio Militar de Tlalpan. La realización de estos murales le abrió las puertas para otros proyectos, siendo contratado en diversos estados de la República para dar cursos especializados en el uso del acrílico y el óleo. Cortesía Lourdes Valdez / Gerardo Montagno.
En la actualidad, el pintor se encuentra desarrollando varios proyectos, uno de ellos es la creación del Museo del Rock, en el que están involucradas personalidades nacionales de éste género musical; el año pasado el Fideicomiso del Centro Histórico les había dado un edificio para que lo restaurarán y en su interior pudieran montar el museo, pero tras el sismo de septiembre el inmueble se dañó y por ahora están esperando el dictamen del inmueble y revisar la viabilidad de los costos para su reparación.
Mientras tanto, Gerardo sigue comercializando su obra y sigue colaborando con casas productoras o negocios de la industria musical. Una parte que disfruta mucho de su trabajo es intervenir viniles (discos de acetato) de bandas de baladas de los años cincuenta u ochentas mexicanas que vende en el extranjero: “le pongo máscara de luchadores a las personas que aparezcan en la portada y al interior, sobre el acetato, pinto una lucha. Mira, cuando yo era joven era mal visto en la Condesa o mis rumbos sureños que alguien, además de escuchar música en español fuera a las luchas, pero yo lo disfrutaba muchísimo”, comentó el artista.
Para sus portadas, el artista aprovecha la estructura ósea de los cantantes y les pinta máscaras de luchadores mexicanos famosos, en este caso aparece Octagón. Cortesía Gerardo Montagno.
El desarrollo tecnológico de nuestra época ha permitido que varias generaciones sean capaces de aprender a pintar o hacer música de manera autodidacta, Gerardo considera que esta es una ventaja para los jóvenes, pues antes era muy difícil entrar al conservatorio o a las escuelas de arte, ya que siempre ha habido una oferta académica muy limitada.
Sin embargo no todo el mundo aprovecha estos recursos “para mí, el problema de algunos chavos es que a pesar de que tienen todo, no saben cómo utilizarlo, tienen las herramientas pero no saben pa’qué sirven. En cambio mi generación, sin nada de eso, nos atrevíamos. En esa época uno no perseguía llegar a ser una súper estrella, simplemente buscábamos disfrutar lo que hacíamos. Durante todos estos años he aprendido que para cualquier negocio o trabajo, uno tiene que tener más corazón que la búsqueda de dinero, porque ese llega cuando uno disfruta y hace bien sus cosas”, finalizó.
En nuestra foto principal vemos a Gerardo Montagno afinando detalles del mural con 35 figuras del rock nacional antes de ser inaugurado en 1990. Cortesía Gerardo Montagno / Verónica Meraz.
En tanto que la foto comparativa antigua muestra cómo lucía Rockotitlán en los años 90, el cual fue un ícono para el desarrollo del rock nacional, abriendo sus puertas en septiembre de 1985, mismas que cerraron de manera definitiva el 28 de marzo de 2004. Cortesía Gerardo Montagno.
Fotografía antigua:
Cortesía Gerardo Montagno. Archivo Hemerográfico EL UNIVERSAL.
Fuentes:
Gerardo Montagno.