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Texto: Mauricio Mejía
Fotografía actual:
Dulce Moncada
Diseño web:
Miguel Ángel Garnica
El primero de septiembre de 1982 el presidente José López Portillo rindió su último informe de gobierno al Congreso de la Unión. Célebre por las lágrimas que derramó en el estrado de San Lázaro, en aquel discurso el mandatario anunció una de las medidas más drásticas de la vida económica de México: la nacionalización de la banca.
La decisión fue el cerrojazo de un sexenio marcado por la corrupción y la mala administración de las finanzas públicas.
Así anunció EL UNIVERSAL, el jueves 2 de septiembre, la nacionalización de la banca. En ese entonces se publicaba completo el informe presidencial.
Ese día, desde su columna en EL UNIVERSAL, Heberto Castillo lanzó una aguda crítica a la gestión del presidente que queda como un breve retrato del panorama nacional. “La crisis económica que sufre la nación, la más grave de toda su historia moderna, corre pareja con el desmoronamiento de la credibilidad del pueblo en el gobierno”. El político veracruzano advirtió que la incertidumbre reinaba en los minutos previos al último informe presidencial y apuntó con palabra de profeta: “¿Qué puede decir el presidente sino pedir disculpas que nadie aceptará?”.
Unas horas después de impresas esas palabras el Ejecutivo decía con una oratoria que pretendió conmovedora: “A los desposeídos y marginados, a los que hace seis años les pedí un perdón que he venido arrastrando como responsabilidad personal, les digo que hice todo lo que pude”. Con su llanto y el golpe que dio con el puño al atril creyó que se ganaría la simpatía de los mexicanos. Pero fueron burlas, parodias y apodos lo que recibió después de ese acto.
El régimen de López Portillo quedó como uno de los más corruptos del siglo XX mexicano. Aquí con su esposa Carmen Romano.
Todos los asistentes al informe se levantaron cuando López Portillo declaró nacionalizada la banca. Eran los días en que el primero de septiembre era “el día del presidente”; cuando en cadena nacional el acto se transmitía desde las diez de la mañana a las dos de la tarde; cuando la institución presidencial estaba impregnada de solemnidad.
La decisión de López Portillo tuvo lugar después de meses de agobio económico. Una crisis provocada por la baja en los precios del petróleo y la fuga de capitales, así como la desmesura en los gastos públicos durante todo el sexenio fueron factores del desastre. En La presidencia imperial, Enrique Krauze dice que en 1981, según estimaciones de Gabriel Zaid, el presidente tomaba decisiones que representaban una inversión de mil 400 millones de pesos por hora. “Ningún monarca del mundo tenía, en términos relativos, un poder semejante”.
Al mismo tiempo, asegura Krauze, en el balance de 1981, las deudas de Pemex representaban la quinta parte de la deuda externa total. En febrero de 1982 el peso sufrió una devaluación de más del 70 por ciento.
Aspecto del interior de un banco en la década de los 80.
Según Carlos Tello Macías, director general del Banco de México del dos de septiembre al 30 de noviembre de ese año, desde marzo y abril se había comenzado a considerar la nacionalización bancaria.
Al nacionalizar la banca, el gobierno adquirió por parte del Estado 37 instituciones de crédito privadas y figuró como accionista mayoritario o minoritario en por lo menos 100 empresas de las más importantes del país como El Palacio de Hierro y Grupo Bimbo. Por estos conceptos el gobierno se comprometió a pagar en plazo de 10 años 144 mil 440 millones de pesos. Esto sólo por el costo de la propiedad pero que se incrementó con el costo de reposición de valores. El pago a accionistas ascendió a 64 mil 737 millones de pesos. Quienes más recibieron fueron los de Banamex, con 19 mil 375 mdp; Bancomer 18 mil 967 mdp y Banca Serfín con 6 mil 740 mdp.
El Banco Nacional de México (Banamex) fue el banco que más dinero recibió al nacionalizarse la banca.
Mientras las bases del PRI manifestaban su apoyo al presidente con una congregación en el Zócalo y Luis Echeverría aseguraba que la medida era comparable con la Expropiación Petrolera, los hombres de los dineros alzaron sus voces.
Carlos Abedrop Dávila, dirigente de la asociación de banqueros de México, calificó de injustas e infundadas las declaraciones del presidente, quien había culpado en parte a los banqueros de la situación económica por fuga de capitales, mientras él se decía responsable del timón pero no de la tormenta. Abedrop subrayó que la conducta de la banca había sido patriótica y solidaria con los más altos intereses del país y de eso, dijo, hay abundantísimas pruebas. Así manifestó su abierta discrepancia con el Ejecutivo.
Días después Amparo Espinosa Rugarcía, hija de Manuel Espinosa Yglesias, accionista mayoritario de Bancomer, publicó un desplegado en el que manifestaba el orgullo que sentía por su padre y la importante labor que había realizado al frente de su institución. Escribió que el sistema bancario que creó –siempre apegado a la Ley- era en aquel momento internacionalmente reconocido y que era por todos sabido su actuación en nuestro país.
Desde Monterrey Eugenio Clariond Reyes, dirigente de la Cámara de la Industria de Transformación de Nuevo León, afirmó que “al señor presidente, literalmente, ya se le votó la canica. En realidad el presidente fue muy cínico porque eso de que salía con las manos limpias pues… ¿Con qué hicieron la Colina del Perro, con qué hicieron todas sus mansiones? Ni modo que le alcance con su sueldo. Se escogió a la banca como el chivo expiatorio de todos los errores y las medidas disparatadas que tomó el gobierno durante los últimos 12 años”. Estas mismas palabras han sido repetidas por la sociedad mexicana desde hace 36 años.
El anuncio de la nacionalización de la banca ocurrió tres meses antes de la llegada al poder del presidente entrante Miguel de la Madrid Hurtado.
La foto principal es del Archivo fotográfico de EL UNIVERSAL, en donde se captó el momento en que López Portillo seca las lágrimas que derramó durante su discurso en el estrado de San Lázaro aquel septiembre de 1982.
La imagen comparativa es del banco Banamex en 1982, sucursal que está situada sobre Avenida Juárez, en el Centro Histórico de la capital. Archivo fotográfico EL UNIVERSAL.
Fuentes:
La presidencia imperial, de Enrique Krauze; Nexos, agosto 1984; Hemeroteca y Archivo fotográfico de EL UNIVERSAL