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Texto: Carlos Villasana y Ruth Gómez.
Diseño web:
Miguel Ángel Garnica.
Estamos tan acostumbrados al movimiento de diversos tipos de transporte, aviones, camiones y hasta trenes que nos es extraño cuando los vemos estacionados en algún sitio que no sea un museo y al mismo tiempo nos invade una enorme curiosidad del saber por qué está “parado”.
Este fenómeno se ha experimentado en la capital en un par de ocasiones, cuando un avión se encontraba estático en los alrededores del aeropuerto capitalino y también al existir trolebuses “abandonados” cerca de jardines o plazas públicas. En ambos casos, los transportes habían terminado su vida funcional para trasladar a personas, pero su estructura aún resistía otro tipo de uso.
La aero-cafetería capitalina
Hugo Gutiérrez es un apasionado de la aviación nacional desde que era niño, motivo por el cual recuerda con cariño las veces que él, en compañía de su familia, visitaban al avión que estaba estacionado en Boulevard Puerto Aéreo para tomar un refrigerio en la cafetería que estaba en su interior.
El propietario de esta cafetería fue el señor Joaquín Vargas, personaje que obtuvo el avión en un remate que el Seguro Social realizó para recuperar dinero tras el embargo a la empresa Líneas Aéreas Unidas Mexicanas, S.A. En dicha venta se ofertaron cuatro aviones North Star DC-4M que provenían de la empresa Canadair y el señor Vargas adquirió uno.
“El avión era muy peculiar, primero porque fue construido bajo licencia en Canadá -con la autorización de la empresa Douglas- y contaba con una poderosa mezcla de otros aviones: tenía alas de un avión DC4, grandes hélices al frente, ventanas cuadradas y motores Rolls Royce que aseguraban una mayor potencia. Al ser un avión así de especial, los canadienses lo ocuparon para la Fuerza Aérea Canadiense y otros para su uso civil con Air Canada. Tiempo después el gobierno vendió cuatro a México y fue así que llegó a Líneas Aéreas Unidas Mexicanas S.A.”, nos comentó Hugo.
Originalmente, el señor Vargas lo adquirió para hacer un par de anuncios, pero al ver el interés que despertaba la aeronave por parte del público, decidió que modificaría su interior para convertirlo en una pequeña cafetería en la que se venderían productos de rápida elaboración: hamburguesas, hot dogs, sandwiches, malteadas, helados y cafés.
La cafetería empezó a ser visitada por trabajadores del aeropuerto y los vecinos de la zona, pero la fama tocó a su puerta en 1969, tras el lanzamiento de la película “El mundo de los aviones”, que tenía como protagonista a Gaspar Henaine “Capulina”. Por unos minutos, la película nos deja ver cómo era el interior del avión: los asientos con un forro de colores (se ven naranjas, azules y rojos) adaptados como “gabinetes”, a una mesera con un uniforme de sobrecargo tomando la orden y en medio, una pequeña cocina.
Escenas de la película “El mundo de los aviones” dirigida por René Cardona Jr. En esta cinta el famoso “Capulina” interpreta al “Capitán Mil Horas”, quien gusta de ir a la “aero-cafetería” para desayunar.
Más tarde le fue pintado en su fuselaje la palabra Wings, siendo esta la primera sucursal de la cadena de restaurantes del mismo nombre.
Hugo recuerda que a pesar de que el menú era bastante simple, era muy entretenido ordenar los paquetes ya que variaban según el “vuelo” que pidieras: “a mí me encantaba el “Vuelo México - Nueva York” que era una hamburguesa con papas y también pedía el “Vuelo México - Madrid” al que se le añadía una malteada. Fui más de una docena de veces, me gustaba tanto estar ahí adentro que cuando mis familiares tenían ganas de comer otras cosas, uno siempre terminaba conmigo en el avión porque yo quería estar ahí arriba.”
Asimismo nos compartió cómo era la distribución del espacio: la cafetería tenía dos puertas de acceso -a través de dos escaleras-, una estaba del lado derecho atrás de la cabina y la otra del izquierdo atrás del ala; los baños estaban al fondo y al frente, la cabina tenía una cuerda que impedía el acceso a los controles del avión; sin embargo, el encanto de los niños lograba que la mesera les dieran permiso de sentarse en los asientos del piloto y copiloto.
Los asientos estaban acomodados en gabinetes, del lado izquierdo entraban tres personas y del derecho dos, respetando el orden que la gente suele tomar en el avión. Según sus cálculos, la cafetería contaba con un aforo para no más de 40 personas y el personal tenía un total de 7, aunque sólo era visible la cocinera y la mesera, que a diferencia de la película protagonizada por Capulina, nunca vestía como sobrecargo, sino con una falda tipo escocesa.
Debido al uso que los niños le daban a la cabina, ésta terminó por deteriorarse y aunado a los daños que le provocó un incendio accidental de la cocina a finales de los ochenta, la aero-cafetería terminó por cerrar: “yo calculo que por 1990 dejó de funcionar como cafetería, pero se quedó el avión estacionado por mucho tiempo, lo han de haber vendido entre 1995-1996, muchas partes desaparecieron: la cabina estuvo durante varios años en el Papalote Museo del Niño, pero ya nadie supo qué pasó con ella después.”
Para Hugo, el visitar la cafetería tenía dos sentidos -además de poder conocer el interior de un avión en caso de que nunca hubieras volado-: si eras adulto, podías darte la oportunidad de escapar de la realidad, era el entrar a un ambiente que te alejaba del tránsito, de los carros, del ruido, una fuga total. Por el otro lado, si eras niño, estar en el avión te permitía echar a volar la imaginación y en su caso personal el cumplir un sueño, la magia de ser el piloto y por unos minutos tener en tus manos el control de los aceleradores, hablar por los radios, ver las pantallas y la ciudad a través de la ventana.
Para los niños, estar dentro del avión les permitía, además de conocer su interior, sentir que lo “piloteaban”. Crédito Miguel Ángel Pérez Díaz/La Ciudad de México en el Tiempo.
Un recuerdo que marcó su amor por la historia de la aviación, fue una tarde que llegó a la cafetería con su familia y había una mesa con puros pilotos, tenían parte de su uniforme puesto y a lado de ellos sus sacos. Turbado por una combinación de pena y felicidad, Hugo se les acercó para decirles “hola”, ellos le respondieron el saludo y ese pequeño instante, fue clave para su vida.
Hoy, en el sitio en el que estaba la aero-cafetería, se encuentra el restaurante que nació a partir de ésta y las instalaciones de MVS Comunicaciones.
En el sitio especializado “Airliners”, dos usuarios compartieron la panorámica del avión-cafetería en diferentes etapas que, de acuerdo con Hugo Gutiérrez, podrían ser cercanas a los años setenta y ochenta. La fotografía donde el avión muestra una cromática con el plata y el rojo, pertenece a R.A. Scholefield y la segunda con tonalidades ocre (blanco, café, rojo, amarillo y dorado) a Augusto G. Gómez.
Un vagón cafetería
Otra cafetería que tiene como escenario un transporte es el “vagón” en Tulancingo, Hidalgo. Se encuentra a las afueras del museo municipal del Ferrocarril, estacionado intencionalmente en un tramo de vías que se conserva de cuando el tren pasaba por el municipio en la época porfiriana y está por cumplir ocho años de servicio.
Es dirigido por el Sistema para el Desarrollo Integral de la Familia (DIF) Tulancingo y además de ser una fuente de empleo, es un recurso del gobierno para recaudar fondos para los programas de dicha dependencia. De acuerdo a su información, la cafetería está lista para recibir a 30 personas distribuidas a lo largo de 14 mesas, por lo que también se renta como salón para eventos ya sean familiares o reuniones de trabajo.
Al igual que la “aero-cafetería”, el vagón cuenta con un menú bastante sencillo que va desde crepas, hamburguesas, chilaquiles, jugos, cafés o los “guajolotes” -una especie de torta con frijoles, un par de enchiladas con salsa verde o roja y lo que el comensal prefiera: huevo, carne, pollo, etc.-, uno de los platillos más tradicionales del municipio.
La dependencia comparte a EL UNIVERSAL que el vagón es una de las cafeterías más queridas del municipio, ya que “para las nuevas generaciones es divertido conocer el interior de un vagón del ferrocarril y para los grandes es grato recordar el recorrido que se hacía a diversos destinos por tren”. A pesar de ser parte de un medio de transporte antiguo y que en la actualidad sólo se utiliza como transporte de carga, el vagón es un establecimiento “moderno” y el DIF recientemente le añadió el servicio de internet gratuito, transmisión de programación de sistema de cable en dos pantallas planas y una zona de juegos didácticos.
Asimismo, el vagón ha tenido que ser remodelado para que siga dentro del gusto del público y quizás su interior no tenga nada que ver con cómo era el tren en sus años de servicio; sin embargo, los grandes ventanales a los lados, las mesas semicirculares y piso de madera permiten que se disfrute del pequeño jardín que lo rodea.
Aspecto actual del “Café Vagón” a las afueras del Museo del Ferrocarril en el municipio de Tulancingo, Hidalgo. Imágenes Facebook oficial del DIF Tulancingo.
El trolebús comunitario
Otro de los transportes que cambiaron su “giro”, fue un grupo de trolebuses que al terminar su uso como transporte público fueron estacionados en diversos sitios de la Delegación Cuauhtémoc a inicios de los años 2000. Uno de estos trolebuses, modelo Tatsa de los años ochenta, fue recuperado por varios jóvenes, entre ellos Rodrigo Herrera Cué y lo transformaron en un espacio cultural alternativo que se encuentra en la actual esquina de Toluca y Antonio M. Anza en la colonia Roma.
El “Ovnibus Roma” (Objeto Versátil Narrativo e Interactivo), fue remodelado para que su interior diera cabida a un proyecto de recuperación de espacios públicos y acceso a la cultura para los vecinos de la colonia y su remodelación hace un juego perfecto con sus iniciales. El modelo cuenta con un par de puertas al centro del convoy, que al traspasarlas te lleva a un espacio donde puedes leer libros o revistas de arte contemporáneo -también hay de arquitectura y urbanismo, videos que abarcan temáticas de cine documental y artísticas-, en el que también puedes disfrutar de una exposición, un taller artístico o una obra de teatro.
El exterior del trolebús se presta como un lienzo para decenas de artistas urbanos, ya que las personas que dirigen el proyecto, entre ellos Rodrigo Herrera Cué, permiten que artistas mexicanos o internacionales plasmen su imaginario sobre el país o alguna temática que tenga alguno de los proyectos que hace el Ovnibus en colaboración con museos o centros culturales de la ciudad o fuera de ella, y esto se logra remolcándolo.
Preguntamos a un par de usuarias qué pensaban sobre el cambio de trolebús a centro cultural y nos contestaron que “es uno de los espacios con más expansión creativa, artística, cultural, y sin duda único en su especie. Quién entra al Ovnibus se irradia de amor, no importa si tomas un taller o ves una obra, el ambiente que se genera hace que te sientas en casa, todo se vuelve una conversación sobre el barrio, el cariño que tenemos hacia la ciudad”.
El avión biblioteca de la delegación Venustiano Carranza
La Biblioteca Virtual “Tlatoani” fue inaugurada en octubre de 2005 en la explanada de la Delegación Venustiano Carranza. En aquella época, esta casa editorial informaba que Mario Reséndiz -entonces director de Desarrollo Social delegacional- comentaba que sería la primera biblioteca interactiva en la capital ya que estaría integrada por mil libros, un simulador de vuelo y equipos de cómputo con acceso al programa “Enciclomedia” de la Secretaría de Educación Pública y también al acervo de la Red Nacional de Bibliotecas Públicas del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes.
El casco del avión modelo MacDonnel Douglas DC9-14, fue donado por la empresa Aerovías Caribe en marzo de 2005, después de treinta años de volar a lo largo del mundo: realizó 60 mil vuelos, dio 100 vueltas al globo y trasladó a tres millones de pasajeros.
Traslado del “Tlatoani” del AICM a la explanada de la delegación Venustiano Carranza en 2009. Archivo Fotográfico EL UNIVERSAL.
El avión ha sufrido un par de percances, uno de ellos fue la abolladura de su “nariz” cuando un camión lo golpeó aún en el AICM y otro en enero de 2009, cuando el ala derecha del “Tlatoani” fue alcanzada por el fuego que se originó en un depósito de árboles navideños que la delegación instaló para que fueran reciclados. Hoy en día la aeronave sigue fungiendo como biblioteca y café internet gratuito, contando con un total de 18 computadoras.
Así luce el Tlatoani nueve años después del incendio, el café internet no tiene servicio de impresión para el público.
Así es como diversos medios de transporte siguen en la vida de la sociedad, proveyéndolos de sus propios escenarios de historias en el que se vive “algo” especial con la familia o también, como un catalizador de energía para mejorar nuestra calidad de vida dentro de la ciudad.
Vista interior y exterior del Ovnibus Roma.
La foto principal es de 1965 y fue tomada del sitio del grupo CMR, propietario del restaurante Wings entre otros.
Fuentes:
Hugo Gutiérrez, historiador en aviación mexicana. Página oficial del grupo CMR y del Ovnibus Roma. DIF de Tulancingo.