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Texto: Jehieli Joana Hernández Castro
Diseño web:
Miguel Ángel Garnica
FIN VIDEO Las fotografías siempre han sido parte de nuestra vida cotidiana para capturar gratos momentos familiares o de viajes que se vuelven inolvidables, y que con el paso del tiempo al volver a verlas nos traen gratos recuerdos.
La tecnología para obtener estas imágenes ha ido cambiando rápidamente desde su invención en Francia, en 1839. Hoy, gracias a los avances logramos tomar, en unos segundos, imágenes a todo color con nuestros celulares, incluso las podemos compartir a través de redes sociales.
La tecnología también ha avanzado para modificar las fotografías a través de programas en computadora que incluso quitan o matizan imperfecciones de rostros o cuerpos enteros, sobre todo con fines de mercadotecnia.
Hoy, pocos recuerdan cuando estos cambios se hacían a mano a través del llamado retoque fotográfico, proceso que se hacía primero sobre negativos pues las fotos eran en blanco y negro y décadas más tarde a color. Desde los inicios de la fotografía hubo intentos por tratar de capturar los colores naturales a mano, a través de pinturas sobre impresiones en blanco y negro, como en el caso de imágenes de paisajes.
Con la técnica del retoque fotográfico, sólo los expertos podían omitir ciertos “defectos” de las caras o simplemente resaltar o embellecer las pestañas, las cejas, el contorno de los ojos o incluso el cabello, sobre las fotografías en papel o negativo, de los seres queridos. No importaba que fueran a color o en blanco y negro, utilizaban pinturas de colores y pequeños pinceles o lápices de dibujo con las puntas del grosor de un alfiler.
En las décadas de los 50, 60 y 70 esta técnica tuvo gran aceptación entre la población, por lo que era muy solicitada en los estudios fotográficos. Hoy, este oficio artesanal podría desaparecer por la baja demanda frente a la fotografía digital y los programas para modificar imágenes.
EL UNIVERSAL buscó a estos tradicionales fotógrafos y artistas del retoque en la Ciudad de México para que nos hablaran de esta técnica artística. Los entrevistados coincidieron en que hay muy poca demanda en comparación con décadas anteriores y que en general la gente no valora su trabajo porque ahora se prefiere lo digital por rápido y por su bajo costo.
Hace décadas media docena de fotos retocadas costaba 10 pesos y hoy entre 700 y mil 200.
Francisco Escamilla es un veterano de la fotografía. Tiene 54 años y continúa practicando el arte del retoque desde hace 35 pese a las dificultades económicas y la baja demanda. Ha trabajado desde 1957 en el negocio "Ariel" en la calle de República de Cuba, en pleno Centro Histórico.
Francisco retocando con pinceles uno de los negativos.
Él se especializa en el retoque de negativos y refiere que bastan dos semanas para aprender a retocar, luego mucha práctica. Dice que primero se debe tomar la fotografía, después se revela, es decir, se pasa a un negativo y sobre él empieza a retocar.
Para observar con exactitud el rostro de la fotografía, el negativo se exhibe a la luz de un foco y a través de una lupa, se empieza a corregir. Francisco utiliza un lápiz de dibujo 6B la punta es el tamaño de un alfiler con el que corrige los puntos blancos e imperfecciones que se ven en el negativo. Dice que no se debe ejercer presión del lápiz para no estropear la fotografía y que se detalla poco a poco.
Comenta que hace más de 20 años tenía entre 20 y 30 clientes, actualmente tiene de 2 a 3. En cuanto a costos, las fotografías de título retocadas están en 700 pesos, anteriormente costaban tan solo 30.
Para él las fotografías con retoque tienen mucha mayor trascendencia que las digitales, ya que duran más de 100 años, mientras que las digitales se deterioran y cambian el tono de sus colores al poco tiempo. Por esa razón universidades como la UNAM y el Politécnico siguen requiriendo las fotos de título con la especificación de "retoque manual".
Un lápiz fino sobre el negativo de una fotografía tomada por Francisco.
Francisco está consciente de que si las universidades dejan de requerir las fotos análogas, con seguridad, el retoque manual dejará de existir.
Laura Elena Yabuta, otra de nuestras entrevistadas, tiene 53 años, ella proviene de una familia de tres generaciones de fotógrafos en México. Su abuelo Kunio Yabuta inició el estudio "Foto Violeta", en 1943, en Av. Revolución No. 1741 en la Ciudad de México. Laura considera que cada casa de fotografía tiene su propio sello, que es como su firma, y que esta se percibe en la forma en que hacen el retoque.
Laura Elena retocando un negativo.
Afirma que la forma de retocar, es todo un arte y una ciencia. Ella se especializa en retoque tanto en negativo como en fotografía a color y considera que para retocar se requiere conocer de anatomía, luminosidad, tonalidades y saber manejar técnicas para puntear y modelar. Depende de la pericia del fotógrafo para que el trabajo tenga la calidad deseada -en el caso de un negativo-, y luego ya pasarla al papel, afirma.
Dice que muchos fotógrafos engañan a sus clientes y les aseguran que las fotos son detalladas a mano cuando en realidad son digitales, “y la gente como lleva prisa, muchas veces no se percata de la mentira”.
El grafito que usaba el abuelo de Laura en 1950.
En los años 70, la fotografía comenzó a imprimirse a color y pese a lo novedoso del invento, el retoque continuó, ahora sobre fotos impresas a color. Desde niña Laura observaba a su padre, José Masao retocar a detalle cada foto y así fue como aprendió. Menciona que su abuelo tenía más de 80 clientes diarios en la década de los años 50, entonces las fotografías estaban en 10 pesos, actualmente tiene de 8 a 10 clientes diarios y el paquete de 6 fotos, retocadas, tamaño título cuesta mil.
Aquí se puede observar la diferencia entre una fotografía con retoque y una sin retoque.
Antes cuando el padre de Laura, José Masao, retocaba, lo hacía sobre un papel especial de fibra, para “tonos cálidos” en el que estaba impresa la fotografía blanco y negro, después -por encima de la foto- se empezaba a pintar la imagen, con pinturas al óleo y pinceles de diferente grosor. En el procedimiento José tardaba entre 4 y 5 horas por fotografía, pero al final era una satisfacción pasar una imagen de la opacidad a la luminosidad del color.
Con el paso del tiempo, en los años 70´s, la fotografía tomó otro giro inusual, comenzó a imprimirse a color. Pese al novedoso invento, el retoque continuó haciéndose, ahora sobre fotos impresas a color. Así como muchos fotógrafos de aquellos tiempos, Laura empezó el retoque con acuarelas, para darle brillo a las fotos, y su padre complementaba el retoque con colores prisma color.
Con un pincel muy delgado se detallaba el brillo de las mejillas, la nariz y cabello. Con los colores se definían las cejas, pestañas y labios. Al final se bañaba con un spray de laca para fijar el color y se dejaba secar.
El precio actual promedio de cada fotografía, tamaño postal, con retoque de este tipo es de 200 pesos. Laura refiere que hace 15 años que no hacen pedidos de este tipo: “la gente no percibe la diferencia entre un retoque digital y uno manual, solo los expertos en fotografía pueden darse cuenta”. Pero la verdad es que la calidad del retoque a mano, es más efectivo, por la finura de los trazos y la calidad fotográfica, afirma.
Laura posando en su estudio.
Fotógrafa entregada
Esperanza Concepción Dora Ponce Naval, nació en 1925 en Puebla pero tenía viviendo en la Ciudad de México desde hacía 80 años. Esta mujer fue entrevistada el año pasado, a casi un mes antes de morir en un accidente cuando tenía 91 años, por lo que su aportación quedó plasmada en Mochilazo en el Tiempo. Su experiencia en el campo fotográfico fue de 68 años.
Conchita con una de sus cámaras fotográficas favoritas, al fondo aparece una fotografía de ella cuando era joven.
Concepción, a quien le agradaba que le dijeran Conchita, fue hija de un fotógrafo llamado Sixto Ponce quien en 1915 empezó su negocio de fotografía en la colonia Santa Julia, en la capital. El negocio se llamaba “Foto Estudio Ponce”.
Al abrir su estudio fotográfico Sixto Ponce instruyó a un niño de 9 años a quien había abandonado su padre, su nombre era Antonio Martínez, este niño fiel a la fotografía tenía 18 años cuando también llegó Conchita al estudio. Dos años más tarde, el apuesto joven robaría su corazón: “me enamoré de él a los 12 años”, nos comentó ella.
Entre un ambiente de químicos y revelados fotográficos, finalmente se casaron cuando ella tenía 16 y él 24 años. Conchita y Antonio iniciaron un estudio fotográfico el de 5 agosto de 1955 en la colonia Pencil llamado "Foto Estudio Martínez". Tuvieron tres hijas: Margarita, Conchita y Lidia.
Margarita fue la única que heredó el oficio de la fotografía y quien, junto con su esposo Daniel Hernández, lo heredaron a Daniel, uno de sus hijos que actualmente se dedica a la fotografía digital junto con su hija más pequeña Bitia, de 18 años. Bitia hace las ediciones pero en computadora.
Conchita hacía el proceso de revelado, pero también era toda una artista de la fotografía. Comentó que compraba material de óleo y lo revolvía con pinturas de aceite para iluminar los fondos, siluetas y rostro con un algodón y colores de madera para contornear cejas, pestañas, ojos y otros detalles.
Imagen de un niño luego de que Conchita la retocó a color.
Este proceso de iluminación lo practicaba a plena luz del día para que pudiera observar los colores precisos, naturales, que veía en el momento de tomar fotografía y hacía una captura mental para después igualar los tonos, como el de la piel, sobre la foto.
Se tardaba de 3 a 4 horas pintando y los clientes siempre quedaban satisfechos “siempre tuvimos bastante gente porque trabajábamos bien”, comentó. A Conchita le encantaba sentarse a pintar la fotografía y mencionaba con una sonrisa: “nunca dejé un trabajo a medias, siempre fuimos muy cumplidos”. Conchita pintó las fotos de muchos clientes y también las de sus hijas cuando se casaron, “las pinté con mucho amor”, dijo con lágrimas en los ojos.
La muerte de su esposo Antonio por enfisema pulmonar, a los 64 años, fue la causa por la cual Conchita no quiso seguir con la fotografía. Al finalizar la entrevista Conchita estaba muy contenta: “de verás se les agradezco de todo corazón porque nunca había tenido una entrevista”. Después de algunos días nos enteramos de su muerte.
El fotógrafo que prefiere lo digital
José Alfredo Antonio de la Vega Ponce tiene 68 años, es originario de la Ciudad de México y lleva cerca de 50 ejerciendo en la fotografía, lo heredó de su padre quien tiene el mismo nombre: Antonio de la Vega.
Alfredo Antonio dejó de estudiar a los 18 años y fue instruido en la fotografía por su papá, quien tenía un estudio desde 1952, en el número 88 de la calzada México –Tacuba, frente a Ejército Nacional. Con el tiempo, ese estudio se fue prestigiando y su padre llegó a retratar a personalidades públicas como Cornelio Reyna y Juan Gallardo, lugar que heredó Antonio.
Recuerda que lo que más le agradaba de la fotografía era hacer retoque sobre negativo, con los lápices de dibujo; sin embargo, a diferencia de los otros entrevistados, Antonio considera que hoy se pueden hacer más modificaciones en la computadora que a mano. Dice que antes se tenía que revelar y retocar una fotografía, por lo que considera más problemático el proceso antiguo, pues las pinturas al óleo y la precisión para pintar una foto era más complejo.
Dice que su papá se encargaba de darle color a la imagen, “¡pasaba tardes enteras!, ahora sólo tomas la memoria desde la cámara, la metes a tu computadora, haces los arreglos que quieras y se imprime”.
Antonio dice que sus amigos le comentan que en Estados Unidos la fotografía a color impresa se pinta al óleo y que es un trabajo muy bien pagado por ser considerado “retro” y estar de moda.
Sin embargo, la clientela ha bajado, hoy retrata a una persona cada media hora cuando antes atendía de 30 a 50 personas por día. Su estudio está un poco vacío, no hay gente, se siente cierto frío, aun así Antonio no pierde el entusiasmo, ni la esperanza.
Antonio dentro del estudio donde toma las fotos.
Fuentes:
Beumont Newhall. (2002). La historia de la fotografía. Barcelona: Gustavo Gili. Entrevistas con fotógrafos de la Ciudad de México especializados en retoque a mano.