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Texto: Carlos Villasana y Ruth Gómez
Diseño web:
Miguel Ángel Garnica
“Una atmósfera rosa, mezcla de sofisticación y sencillez, en la que se confunden propios y extraños, jipis y gentlemen, chicas de cabellos largos y vestimenta estrafalaria, con elegantes damas cubiertas de joyas y costosos vestidos. Los hombres de bombín o sombrero de paja cruzan por la calle codeándose con una muchedumbre gris. Dos polos opuestos se sienten atraídos por un mismo imán: la Zona Rosa.”
De esta forma se describía a la Zona Rosa en las Revistas Diseño de los años sesenta, cuando era considerada como el perímetro más cosmopólita de México debido a que acercaban al país con formas y estilos de vida de otras partes del mundo a través de las artes, la música, la moda y la gastronomía.
Inmortalizada en decenas de películas de la época como el centro de reunión por excelencia de jóvenes, estas cuadras de la colonia Juárez se caracterizaron por el ambiente bohemio y “chic” que emanaban sus calles con los cafés al aire libre, los restaurantes -ya fuesen de lujo o de comidas corridas- las joyerías, las tiendas de antigüedades y muebles, las zapaterías, las peleterías, las boutiques, galerías, clubes, cines y centros nocturnos.
Uno de los sitios más emblemáticos de la Zona Rosa fue el Pasaje Jacaranda, cuyo nombre oficial fue el de “Centro Comercial Plaza Jacaranda”, que se encontraba entre las calles de Génova, Londes y Liverpool. Squ construcción significó el posicionamiento no sólo de un nuevo estilo arquitectónico en los inmuebles capitalinos sino también la aparición de los centros comerciales en la vida urbana.
Retrato de un par de chicas al interior del Pasaje Jacaranda en los años 60, al fondo se puede observar la cortinilla del popular restaurante de comida italiana “Alfredo”. Colección Villasana–Torres.
En entrevista con Eloisa Mora, curadora e investigadora, nos comentó que a pesar de que el crédito oficial de “primer centro comercial” de la ciudad se lo llevó Plaza Universidad, creado a fines de los 60, el “Pasaje Jacaranda” fue el primero por sus características: “contaba con tiendas, áreas comúnes, restaurantes, cafés y todo lo que hoy podría ser considerado como básico de una plaza”.
El proyecto fue realizado por Ramón Torres y Héctor Velázquez, egresados de la Escuela de Arquitectura de la UNAM, cuyo despacho arquitectónico se vio involucrado en grandes construcciones en años posteriores que hoy resultan medulares para el patrimonio arquitectónico capitalino.
Con una mirada joven e innovadora, ambos arquitectos buscaron sumar a la zona de mayor efervecencia e importancia cultural del momento, por lo que se dieron a la tarea de convencer a los propietarios de los predios que hacían el perímetro de Liverpool, Londres y Génova para fusionarlos con la promesa de que una vez concluida la obra, sus terrenos incrementarían su valor económico.
Quizás fue demasiada la pasión o la dedicación la que Torres y Velázquez demostraron ante los dueños, ya que todos aceptaron y se inició la construcción de una plaza central que estaría conectada con el exterior mediante vías o pasajes peatonales. Para el aprovechamiento del espacio, los arquitectos consideraron que el centro comercial fuese de una sola planta y que el techo se ocupara como estacionamiento, para que los automóviles no estorbaran o dificultaran el tránsito peatonal una vez puesta en funcionamiento.
Su diseño era a la vez vanguardista y disruptivo, el “esqueleto” del conjunto estaba expuesto a través de sus paredes de cristal que permitían que cada uno de los locales pudiera definir su personalidad, pero también los dejaba expuestos: todo lo que pasaba al interior era, a menos de que los dueños colocaran cortinas o muebles para impedirlo, visible.
Toma de uno de los pasajes que integraban al Centro Comercial Plaza Jacaranda en los años sesenta. Los materiales con los que estaba diseñado permitían reflejar la personalidad de cada una de sus tiendas y restaurantes. Colección Villasana–Torres.
Como ya lo mencionamos, en su interior había restaurantes, cafés, tiendas de ropa, joyerías, mueblerías y galerías de arte. Son comunes los registros fotográficos donde se ven jóvenes de diferentes estilos de vestir –que muchas veces está íntimamente ligado con la filosofía de vida- convivendo a las afueras del Pasaje o sentados sobre la acera frente a las tiendas.
El Pasaje Jacaranda complementó el sentido de convivencia que ya imperaba sobre la Zona Rosa, poco a poco sus locales se hicieron de la preferencia de los visitantes de ese perímetro de la colonia Juárez y en sus rincones encontraban compañía artistas e intelectuales que buscaban generar cambios en la sociedad. En el Pasaje se dieron cita personalidades como Carlos Monsivaís, José Luis Cuevas o Alejandro Jodorowsky, grandes creadores que sumaron a la vida artística y analítica de lo que significaba el arte, el cine y la escritura nacional.
En películas como “Las Dos Elenas” –en la que participó Octavio Paz adaptando el guión, con actuación de Julissa- y “Jóvenes en la Zona Rosa” se expone claramente cómo era la vida cotidiana dentro del Pasaje: el café Toulouse con múltiples mesas al exterior que contaban con una sombrilla que protegía de los rayos del sol en tiempos de calor, las galerías de arte que exhibían algunos de sus cuadros en caballetes como si hubiesen estado recién pintados y las joyerías o tiendas de ropa, cuyos escaparates hacían que se detuvieran curiosos e interesados ya fuera para comprarlos o contemprarlos.
Escena cotidiana del Café Toulouse al interior del Pasaje Jacarandas en 1968. Colección Villasana - Torres.
Al interior de las tiendas de ropa y boutiques del Pasaje, se podía evindenciar el intercambio cultural que empezaba a existir con otros países del mundo. La introducción de la música, moda y corrientes filosóficas de Estados Unidos, Europa y Asia se empezaron a hacer presentes en la forma en la que lo jóvenes vivían su vida. Colección Villasana - Torres.
El Pasaje Jacaranda fue relevante para la Zona Rosa pero mucho más importante para las carreras profesionales de sus arquitectos ya que el estilo que implementaron dentro del Pasaje estuvo tan bien llevado a cabo, que empezaron a ser contratados para realizar edificios con las características que el centro comercial tenía: aprovechamiento de espacios, entradas de luz natural y reflejar una personalidad más extrovertida, restarle lo “privado y secreto” al interior de un edificio.
Conforme pasó el tiempo, la dupla Torres – Velázquez fue invitada a impartir clases en la Escuela de Arquitectura de la UNAM, que Torres llegaría a dirigir por varios años. Su trabajo los llevó a posicionarse figuras importantes para la arquitectura nacional de mediados del siglo pasado; siendo su legado más famoso la Facultad de Medicina de la UNAM –que elaboró Ramón Torres en colaboración con Pedro Ramírez Vázquez, Roberto Álvarez Espinoza y Héctor Velázquez- y su edificio de posgrados. Ambos están catalogados como Patrimonio de la Humanidad, ya que están dentro de Ciudad Universitaria.
Louise Noelle, investigadora especializada en la arquitectura moderna nacional, recuperó las siguientes palabras de Ramón Torres sobre lo que significaba para él su profesión: “se puede decir que la responsabilidad del arquitecto es enorme, pues tiene la obligación de darle al hombre en su entorno la dosis de belleza necesaria para su desarrollo. Por la amplitud de la arquitectura y su carácter envolvente, debe de satisfacer las necesidades físicas y estéticas de sus usuarios” y el Pasaje Jacaranda, sin duda lo cumplió.
Lo curioso del Pasaje Jacaranda -y quizás ya no pase en los centros comerciales actuales- es que no sólo sus usuarios “daban de qué hablar”, sino también los dueños de los locales. Algunos de ellos protagonizaban reportajes en revistas de sociales y otros tantos patrocinaban semanarios culturales en alianza con las galerías que había al interior y exterior del Pasaje.
Los personajes
Los restaurantes eran de cocina internacional, entre los más famosos estuvieron “Le Bistrot” y “Alfredo”. El primero era reconocido por estar dedicado a la gastronomía francesa y los reporteros de la Revista Diseño le atribuían que los hacía “recordar París con su decoración Art Nuveau, su magnífica terraza, su amplio salón y la música que envuelve con suaves melodías europeas a los amantes del buen comer, mientras saborean delicias de la cocina casera francesa”.
Por otro lado, “Alfredo” era propiedad de un siciliano que no tenía problema en rondar las mesas de su restaurante y charlar con sus comensales. La Revista Diseño describe una escena en la que su reportero presenció a un par de chicas llegar al local y ordenar una pizza, ravioles y vino, porque eso era “la cocina italiana”. Alfredo, después de escucharlas, se acercó a su mesa de una forma “amable y simpática” e inició una larga charla sobre comida italiana. El dueño les explicó sobre trigos, quesos, pan, carnes frías, cafés y vinos; les recomendó ciertos platillos, les obsequió postres y una taza de expreso “al dar los últimos sorbos de café, las muchachas guardaron un instante de respetuoso silencio. Alfredo las miró de lejos, sonriente, satisfecho de su lección de gastronomía italiana”.
Ambiente de los restaurantes Bistrot y Alfredo en 1967. Colección Villasana - Torres.
Otra de las tiendas reconocidas era la joyería de Ernesto Paulsen Camba, oriundo de Guadalajara, Jalisco. Después de dedicarse por un tiempo a la venta de seguros, Paulsen decidió que quería hacer "algo propio" y se adentró en el diseño de joyas. Con la inquietud de crear, partió de Guadalajara hacia Morelos, al monasterio benedictino en el que se encontraba su amigo el arquitecto Gabriel Chávez de la Mora, quién hizo votos en 1956.
De acuerdo a Eloisa Mora, Ernesto estuvo en el convento durante nueve meses en los que aprendió y perfeccionó su técnica y, a inicios de los años sesenta llegó a la Ciudad de México. Paulsen no tardó en identificar las zonas de movimiento cultural o de "moda" de la urbe, por lo que tomó la decisión de rentar un local en el Pasaje Jacaranda.
Ernesto procuró generar una cercanía con su consumidor poniendo al frente de su local su taller para que todos sus clientes pudieran verlo trabajar y convivir con ellos. Quienes lo conocieron lo describen como simpático, con el don "de gente" que lo llevó a hacerse amigo de arquitectos, escritores, artistas, estrellas de cine o demás locatarios que estaban en la Zona Rosa.
Local de Ernesto Paulsen en el cortometraje “Las dos Elenas” del director José Luis Ibáñez en 1965, el guión de dicho corto fue adaptado por el escritor Carlos Fuentes. Imagen tomada de Youtube (https://www.youtube.com/watch?v=L5h0lt2FcP4).
Eloisa nos explicó que la calidad de su trabajo le trajo, literalmente, oportunidades monumentales. La rigurosidad de su proceso creativo le facilitó poder jugar con las escalas de sus diseños, poco a poco ciertos detalles de sus joyas pasaron de ser de apenas un par de centímetros a ser colosales. Los materiales que ocupó eran diversos, desde el ónix hasta el acero inoxidable.
Una de sus primeras piezas a gran escala fue el “Torbellino”, pieza de acero que contaba con una altura de 18 metros creada en 1972 y colocada en el corazón del Jardín del Arte, frente al Museo Experimental El Eco. Para su construcción, Ernesto trabajó directamente con ingenieros que lo auxiliaron con los cálculos estructurales ya que el diseño de la escultura desafiaba no sólo la resistencia de los materiales con las que estaba hecha, sino también con la gravedad.
Así lucía el “Torbellino” de Paulsen en el Jardín del Arte en los años setenta. El terremoto de 1985 lo venció y hoy en día sólo se conserva una pequeña parte de lo que fue. Crédito: Twitter Museo Experimental El Eco.
Otras dos de sus esculturas que nos siguen siendo parte de la ciudad son: “El Gigante de Insurgentes” o “Las Palomas”, a las afueras del Metro 18 de Marzo y los barriles de la estación Instituto del Petróleo, por encargo de PEMEX. A su vez, el joyero participó en el diseño de la Nueva Basílica de Guadalupe, siendo de su autoría el sagrario y la llave de la Basílica de la que sólo hay dos piezas, la original y una réplica que se le regaló al papa Juan Pablo II.
Eloisa nos compartió que, a su forma de ver, así como Paulsen gustaba de crear joyas que sumaran a la personalidad de sus clientes en el Paseo Jacaranda, también disfrutaba de embellecer la ciudad y compartirlo con sus habitantes.
El Pasaje Jacaranda tuvo su esplendor en los 60 y 70 y decayó de forma paulatina, local por local hasta su desaparición. Hoy no encontramos plazas comerciales de este tipo, en el que espacios como aquellos definan una zona.
Detalles de los diseños de Ernesto Paulsen. La fotografía es parte del registro que elaboró el Museo Franz Mayer para la exhibición “Paulsen” que se inaugurará el próximo 06 de septiembre. Cortesía: Museo Franz Mayer.
Lamentablemente, la historia de la ciudad se devoró a la Zona Rosa, al Pasaje Jacaranda y a todos sus personajes. Resulta bastante triste que el tiempo se lleve consigo no sólo los inmuebles o construcciones que significaron “algo” para la capital, sino también su esencia.
El olvido
Los hechos ocurridos en 1968 también marcaron el destino de la Zona Rosa y hoy, aunque hay comercios de todo tipo, el ambiente no se asemeja con lo descrito en las revistas de los años sesenta. De ese sitio donde reinaba un ambiente de diversidad y aceptación sólo queda el recuerdo.
Desde hace unos meses, la Zona Rosa se encuentra en trabajos de remodelación y las autoridades locales dicen que, con ello, pretenden devolverle el esplendor cultural que alguna vez tuvo.
Quizás la inversión millonaria rinda frutos y podamos tener la oportunidad de contar con un espacio en donde la cultura, las artes y las nuevas tendencias no se vean como polos opuestos, sino como aliados para mejorar las condiciones sociales en las que vivimos.
Un grupo de jóvenes sentados a las afueras de una galería en el Pasaje Jacaranda, en la Zona Rosa en 1971. Colección Villasana - Torres.
Fotografía antigua:
Colección Villasana-Torres y Museo Experimental El Eco.
Fuentes:
Artículo “Ramón Torres Martínez” de Louise Noelle, Instituto de Investigaciones Estéticas - UNAM. Eloisa Mora Ojeda, historiadora y curadora de la exposición “Ernesto Paulsen”, próxima a inaugurarse en el Museo Franz Mayer. Revistas Diseño, años sesenta. Sitio oficial del Museo Experimental El Eco.