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Texto: Anahí Gómez
Después de una tragedia como la del pasado 19 de septiembre la gente vive con la incertidumbre clavada en las pupilas, en las ojeras que delatan el miedo a cerrar los ojos. Después de un suceso tan lamentable como un sismo que roba vidas, hogares y separa a familias enteras, es normal que las personas se dejen absorber por sentimientos de tristeza.
La misma situación se apoderó de los mexicanos que fueron testigos del terremoto del 85. EL UNIVERSAL del 27 de septiembre de aquel año, explica que después de ocho días la psicosis del temblor seguía presentándose entre la población en forma de angustia, depresión, desesperación e impotencia.
La neurosis llegaba a un grado tan elevado, que había personas que dormían vestidas para estar preparadas y correr hacia la calle en caso de temblor. El 95% de la ciudadanía seguía sintiendo que temblaba y asustados volteaban sus miradas hacia lámparas colgantes y focos para asegurarse de que no se movieran. Muchos más se avocaban a la niñez y dormían con la luz prendida. Otras personas llevaban colchonetas y cobijas a parques alejados de edificios, para salvarse de los escombros en caso de réplicas.
Grupos de psicológicos se organizaban en brigadas para prestar servicios gratuitos a los damnificados, tal como hoy se ve en los albergues. Hoy se llama síndrome de estrés post-traumático y también se repite como muchas escenas del 85.