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Texto: Nayeli Reyes
Fotografías: Archivo fotográfico EL UNIVERSAL
Los sismos del 85 se llevaron incontables vidas, hogares, empleos y hasta la confianza en la buena calidad del agua de la llave. Antes de la tragedia, en la Ciudad de México las personas bebían agua directamente de la llave, del grifo, sin hervirla, o incluso de las fuentes de la calle.
Desde la administración de Ernesto Uruchurtu, regente del Departamento del Distrito Federal de 1952 a 1966, se afirmó que la pureza del agua estaba garantizada por las condiciones de la red de distribución y las plantas de esterilización.
Niño tomando agua de la fuente de las Ranas.
Fuente de Bolívar, en Polanco y fuente del Venadito, en Parque División del Norte. Fotografías: Colección Carlos Villasana.
Sin embargo, después de que la tierra se movió con magnitud de 8.1 aquel 1985 y algunos capitalinos agradecieron no estar bajo los escombros, vino una nueva crisis: el agua fue escasa durante semanas. Dos días después del 19-S, al menos 200 colonias, especialmente de la zona oriente de la ciudad, no tenían agua por las fracturas en la red de abastecimiento y la falta de personal para repararlo.
Las personas andaban entre edificios caídos, la angustia de los rescates, fugas de gas, cortes de electricidad, el persistente olor a muerte y el peligro de una epidemia advertida por las autoridades del Distrito Federal, pues los cuerpos en descomposición que quedaban en los escombros se volvieron un peligro para la salud.
Nueve días después del sismo, varias personas buscaban agua entre las tuberías rotas de la calle Pino Suárez, Centro Histórico. El agua no era potable, pero trataban de sacar aunque fuera sólo un poco, para otros usos.
Ante esta situación, la falta de agua era desesperante, las personas deambulaban a todas horas por las calles en busca de un poco de líquido vital con cubetas, tinas y hasta tambos vacíos en los que se transporta petróleo. La gente saqueaba los registros de CFE y Teléfonos de México, sin importarles que estos contuvieran aguas negras, incluso se sacaba agua de los panteones.
No faltaron los conocedores que levantaron las tapas de hierro de las tomas para conectar mangueras y sacar agua, pero las quejas llegaron pronto: algunos habitantes decían que estaban cobrando hasta 200 pesos (de los de antes) por cada cubeta. Había riñas en Nezahualcóyotl para ser los primeros en surtirse, en una de ellas a una mujer le rompieron un botellón en la cabeza, según información de EL GRÁFICO.
En octubre de 1985, Conasupo entregó bolsas de agua en la zona de Peralvillo.
Por su parte, las pipas que distribuía el gobierno capitalino eran insuficientes, las personas hacían largas filas para conseguir una mínima cantidad de agua, en lugares como Nezahualcóyotl la sed era tan intensa que asaltaban a los conductores de los carros-cisterna antes de llegar a su destino.
En aquellos días, María de Lourdes Montoya vivía en la calle Certificados, en la colonia Postal, a unas cuadras del metro Villa de Cortés, cerca de donde un edificio colapsó, ella recuerda que la poca agua que llegaba estaba sucia y una empresa “hizo su agosto”: ponía filtros purificadores en los grifos que, aunque funcionaban, eran tan lentos que las personas debían dejar durante horas abierta la llave para lograr juntar sólo un poco de líquido limpio.
Agua de la llave, una semana después del sismo.
Cocinar era muy tardado y hervir agua no era la opción, pues además se decía que había fugas de gas. María de Lourdes explica que en esa época comenzó la costumbre de comprar garrafones de agua, los cuales antes sólo eran comunes en lugares como oficinas.
“¡El kilogramo de tortilla a 200 pesos y el garrafón de agua Electropura se cotiza en 1000 pesos! Rapiña de los comerciantes que se aprovechan de la situación a costa del dolor humano”, escribía en aquel entonces Jorge Isaac, reportero de EL UNIVERSAL. Además, la gente estaba inconforme porque los funcionarios políticos y sus amistades sí tenían grandes cisternas para abastecerse de agua.
Mujer lava su ropa frente a la Cámara de Diputados. Las personas debían moverse a cualquier lugar para conseguir agua y realizar sus actividades cotidianas.
De acuerdo con EL GRÁFICO, a las personas no les quedaba otra opción que comprar el agua a precio excesivo, los refrescos también aumentaron su precio en un 400 por ciento: “un refresco que normalmente tiene un valor de 27 pesos, está siendo vendido en 100 pesos”. Quienes tenían pocos recursos bebían el agua sin hervir, ya que tampoco había abasto de gas.
Desde aquellas interminables jornadas del 85 cada casa comenzó a comprarlos y luego las botellas de plástico se hicieron costumbre, a María de Lourdes le parecía increíble que el agua costara lo mismo que la Coca-Cola.
El precio de los garrafones se elevó considerablemente, al inicio eran de cristal.
Con el tiempo comprar agua se fue generalizando, un año después, en la Copa Mundial de Fútbol que se llevó a cabo en México, se recomendó a los extranjeros abstenerse de beber agua de las llaves, sólo se consideraba confiable tomar refresco o líquidos embotellados.
De acuerdo con Delia Montero Contreras, investigadora del Departamento de Economía de la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM) Iztapalapa, “después del sismo fueron reparadas las cañerías y la red de agua pública, empero, el organismo operador (Sistema de Aguas de la Ciudad de México) nunca informó sobre estas mejoras e inició el mito de la mala calidad del agua”.
Alejandro Tortolero explica en su libro El agua y su historia, que tiempo después del sismo del 85 ya no había motivos para creer que el agua de la llave estaba contaminada y era un peligro para la salud; sin embargo, el consumo del agua embotellada se volvió un fenómeno que ya no estaba relacionado con la existencia del recurso, sino que las estrategias de mercadotecnia se esmeraron por presentarla como agua de mejor calidad.
Fuentes: Archivo EL UNIVERSAL y EL GRÁFICO.