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Muchos de los debates que componen la agenda pública nacional basan sus argumentos en principios ideológicos o en principios pragmáticos. Ambas posturas —las que se sustentan en ideologías y aquellas que lo hacen en el pragmatismo— son incapaces de dialogar, toda vez que poseen lenguajes distintos, sin posibilidad de entenderse.
Las ideologías son sistemas de pensamiento propios de la modernidad que adquirieron fuerza durante el siglo pasado. Se basan en el paradigma de una visión completa y cerrada de la realidad, por lo que son incapaces de comprender cualquier punto de vista que se encuentre fuera de sus propias fronteras.
Normalmente las ideologías han sido construidas tomando en consideración algún aspecto de la realidad que por motivos políticos, económicos o emocionales se exacerba hasta dar una explicación monocromática de la realidad. Cualquier idea que suponga un modo distinto o complementario de ver la realidad —de suyo policromática— es percibido como equivocado o inclusive contrario a la ética.
Por ello las ideologías —por su propia naturaleza— no están abiertas al diálogo ni pueden estarlo. Cuando la realidad las alcanza tienden a la autodestrucción, como ocurrió en Europa del Este después de la caída del muro de Berlín.
Por su parte, el pragmatismo ha sido la respuesta que los gobiernos han dado ante la crisis de las ideologías. A la desconexión de la ideología con la realidad reacciona con respuestas enfocadas a la búsqueda de resultados inmediatos.
El pragmatismo suele despreciar cualquier respuesta que no contribuya a la obtención de resultados. Normalmente es —y se declara a sí mismo— neutral frente a cualquier posición ética o antropológica.
Llevado al extremo en el ejercicio del gobierno el pragmatismo conduce a la corrupción, ya que olvida los referentes básicos de la naturaleza humana. Un par de muestras de ello han sido la crisis devenida de los escándalos corporativos de 2001 y la crisis de las denominadas “hipotecas basura” en 2008 en Estados Unidos.
Por lo que podemos entender hasta este punto, además de su incapacidad de diálogo, ambas posturas son insuficientes para encontrar soluciones de fondo y de largo plazo para los problemas políticos y sociales a los que se enfrenta cualquier sociedad en su devenir cotidiano.
Si ambas posturas son insuficientes, ¿qué camino nos queda?, ¿existe alguna postura integral que dando respuesta a los problemas inmediatos no pierda de vista los referentes éticos propios de la naturaleza humana?
Desde nuestro punto de vista existe otra postura, misma que se utilizó durante varios siglos en Occidente y es la que parte de la búsqueda y aceptación de la realidad para intentar encontrar las soluciones que requiere la sociedad. La aceptación de la realidad presupone también la del hombre que la integra y por ello la de su naturaleza ética.
Esta postura parte de la base de que la realidad es compleja y en eso se separa tanto de las ideologías como del pragmatismo que parten —en ambos casos— de visiones simples y reduccionistas. Es momento de rescatar el pensamiento político que tantos siglos costó construir a Occidente, hoy olvidado.
Rector de la Universidad Panamericana-IPADE