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Ariadna caminaba del trabajo a su casa como cualquier otro día. Cuando llegó a la puerta de su hogar, sintió cómo una mano le tocaba el hombro; su primera reacción fue de susto, pero el joven a quien se encontró rápidamente le explicó que le había parecido muy bonita, que la había visto cruzar desde el puente.
“Me pareció lindo que alguien se regresara sólo para hablarme”, cuenta la joven, quien proporcionó su cuenta de Facebook a su perseguidor cuando él le pidió un número de celular.
En los días siguientes, Ariadna comenzó a recibir muchos mensajes del joven, los cuales aludían a lo que ella compartía en su red social. Todo sucedía a pesar de que el seguidor no obtenía una respuesta a sus mensajes.
“Días después lo volví a ver en el mismo puente y me vio feo, pero seguía mandándome mensajes a pesar de que yo nunca contesto. Eso se volvió constante, seguido lo encontraba”, explica Ariadna.
A partir de ese momento, la joven vivió una pesadilla en el mundo digital y el físico: fue víctima de ciberacoso, como lo han sido otras nueve millones de mexicanas según el Módulo sobre Ciberacoso 2015, del Inegi. Las más vulnerables tienen entre 20 y 29 años, justo el rango de edad en el que se encuentra Ariadna.
El acoso de su seguidor fue constante hasta que por fin un día se animó a acercarse a ella: “Vi que me estaba esperando debajo del mismo puente peatonal, así que aceleré el paso y corrió detrás de mí. Cuando me alcanzó me hizo la plática: ‘¿Tú eres Ariadna?’, me dijo cuando él ya me conocía”.
Lo siguiente fue terror para Ariadna y preguntas sobre si tenía novio. “¡Qué suerte tengo yo!”, exclamó el hombre, pues quería salir con ella. “Con sus actitudes parecía loco, me daba miedo. Siempre que lo veía me miraba con odio y me escribía por qué no le hacía caso, hasta que lo bloqueé en Facebook”.
Pero eso no detuvo a su acosador, pues consiguió el número de celular de Ariadna y le llamó por WhatsApp. El miedo a salir sola a la calle terminó por invadirla, sobre todo, dice, porque su perseguidor se comportaba como un loco.
Y tiempo después. Después del terror. Después de que el miedo se internó en su cuerpo. Después del temor a asomarse a la calle, de salir por cualquier situación. Tiempo después de todo eso, la joven no volvió a ver a su acosador, aunque no podrá olvidar ese momento de su vida.
Como ella, según la última Encuesta Nacional sobre la Dinámica de las Relaciones en los Hogares (ENDIREH) del Inegi , el 38. 7 por ciento de la población femenina ha sido víctima de intimidaciones, acoso, abuso o violación sexual en t ransportes públicos , calles y parques. Además, el espacio público se posiciona como el de segundo mayor riesgo para las mujeres, sólo por detrás de su propio hogar.
Las calles y parques fueron los espacios más riesgosos para las mujeres según el mismo informe. Después fue el autobús o microbús y posteriormente el Metro .
Inseguridad en la escuela
La historia de Fernanda Huerta inicia en su propia escuela, en Hidalgo. Durante la clase de Orientación Vocacional, cuando estudiaba el bachillerato, se percató de que su profesor le prestaba más atención que al resto.
“Psicóloga” fue el nombre por el cual ese maestro siempre reconocía a Fernanda después de que ella le dijera qué carrera quería estudiar.
“Él me dijo que quería que le ayudara a calificar exámenes. Siempre pedía el favor a cinco personas, y cuando yo me quedé casualmente todas éramos mujeres. Un día se recargó en mi hombro y me dijo: ‘sinceramente, me quiero acostar contigo’”.
Con voz nerviosa, Fernanda alejó a su acosador con un claro: “No”, aunque su profesor insistía en que la consideraba muy bonita.
Los espacios académicos también se han convertido en zona de riesgo para las mexicanas, quienes encuentran pocos espacios donde estar a salvo.
La ENDIREH informa que el 25.3 por ciento de la población femenina que estudia ha enfrentado v iolencia por parte de sus compañeros, compañeras y el personal de la institución. Las agresiones más frecuentes fueron físicas (16.7 por ciento) y sexuales (10.9 por ciento)
Entre silbidos y piropos como “adiós chula”, vivió Fernanda su relación con el profesor que la acosaba. También le enviaba besos, pero ella sólo lo ignoraba.
“Eso me hacía sentir muy incómoda y cuando llegaron los finales me dijo que me iba a reprobar, aun cuando yo cumplí con todo. Obviamente yo quería lo que quería, porque cumplí en lo académico. Al final, no me reprobó, pero sí me puso una calificación mucho menor a la que me merecía”, explica Fernanda.
El miedo se apoderaba de ella en cada momento, pero no le decía a nadie porque no sabía cómo iban a reaccionar todos. Fernanda cree que el problema ha sido naturalizado, porque en México prevalece una cultura machista: “Lo que le pasa a las mujeres es su culpa y si no se minimiza lo que le pasó”.
Como Fernanda y Ariadna cuentan historia tras historia. Cuando se les pregunta por un momento en el que fueron acosadas, la lista parece no tener fin. Su primer respuesta es: “Este caso te sirve, o mejor el otro, en este me pasó esto”, como si uno fuera menos peor que otro, aunque al final todos conformen la pesadilla en la que viven las mexicanas.