“¡Estás gorda y fea, además tienes los ojos rasgados!”, eran frases que Paulina Ramírez escuchaba a diario en la escuela. Tenía 12 años y asegura que no les daba importancia a quienes lo decían, pero esas palabras cada vez la atormentaban más.
La pequeña viste un pantalón y chaleco de mezclilla con playera negra, tiene cabello oscuro y recogido en un chongo. Su rostro se ilumina al decir que le gusta nadar y de grande quiere ser periodista o bióloga marina, aunque a veces hay lágrimas en sus ojos al recordar cuando ya no le gustaba ir a la escuela.
Durante un tiempo una de sus compañeras que antes era su amiga comenzó a molestarla cuando la superó en calificaciones. “Me sentía muy mal cuando ella criticaba mi físico y decía ‘tú no puedes ser mejor que yo´, además otros niños la imitaron y también me molestaban”, recuerda.
Entre las principales ofensas era decirle que estaba gorda, que venía de China y era fea. “Al principio como era nada más ella no le tomaba importancia pero al ver que después fueron otros niños y más constante hablé con mi mamá y le dije lo que me pasaba. Entonces ella investigó y descubrió una fundación donde podía decir mi caso y me ayudarían a sentirme mejor y poder controlar mis emociones.”
Paulina forma parte de un estadística en la que 7 de cada 10 niños aseguran haber sufrido bullying en México, según datos del Secretario General de la ONU. El bullying es un fenómeno social que se refleja en las escuelas a muy temprana edad. El rango puede observarse desde el jardín de niños y puede extenderse hasta la secundaria, según lo explica la licenciada en educación, Violeta Maldonado.
La especialista afirma que este fenómeno consiste en invadir el territorio de otros. Es una manera equivocada de relacionarse, sobre todo si no está equilibrada por los padres o algún maestro. El niño lo toma como un mecanismo de comunicación y piensa que es adecuado.
También asegura que este comportamiento se origina desde lo que los niños lo observan en casa. “La principal característica es que surge en el núcleo familiar porque el niño va aprendiendo la manera en que los padres se comunican, no por lo que le dicen sino por lo que él observa en el lenguaje corporal mediante la forma en la que resuelven conflictos”, dice la doctora Violeta.
También forma parte de códigos morales, es decir, hay familias que ven bien que un niño se defienda a través de golpes. Surge a través de la educación que se recibe en casa y en la escuela tiene que ver una manera de comunicar cuáles son los límites.
Por esto, desde que inició el problema de Paulina, su mamá la llevó a Fundación en Movimiento para que recibiera atención psicológica. Dicha asociación atiende este tipo de problemas desde hace ocho años.
Los primeros días, la niña pensó que sería algo pasajero y pronto se les olvidaría a sus compañeros pero al ver que no fue así habló con su maestra. Primero todo volvía a la normalidad aunque después de un tiempo las agresiones se repetían y con más fuerza. Hubo ocasiones en las que hacían un círculo alrededor de ella e iniciaban las ofensas.
“Cuando te pasa por primera vez no sabes cómo reaccionar porque primero piensas en lo que podrías hacer pero cuando te sucede no lo haces, por alguna extraña razón te sientes mal y lloras”, reconoce la pequeña.
También la hacían a un lado en los trabajos o juegos en equipo, incluso no tenía con quién sentarse a la hora del recreo y prefería estar con los maestros. Paulina sentía tristeza y enojo al verse agredida por quienes decían ser sus amigos.
El foco rojo que encendió las alertas fue cuando su mamá se dio cuenta de que la niña ya no comía igual que antes, pasaba mucho tiempo frente al espejo y preguntaba: “¿Mamá, estoy gorda?”. Por esa razón sus papás decidieron llevarla a terapia psicológica para evitar que esas señales resultaran parte de algún trastorno alimenticio.
Así fue como la niña aceptó ir a la fundación porque sabía que el problema aumentaba, desde su llegada recibió terapias cuyo que el principal objetivo fue aceptarse y quererse tal y como es. En la primera consulta contó lo que le pasaba y lloró para sacar todo lo que sentía. Las sesiones eran una vez a la semana y gracias a eso aprendió cómo manejar la situación.
Reyna Monjaraz es la directora de Fundación en Movimiento, la cual desde hace ocho años realiza labores para combatir el bullying. Trabajan en escuelas para estar en contacto con los papás, alumnos y maestros como una manera de prevenir y erradicar el acoso escolar.
Como parte de estas acciones se brinda terapias grupales en las instalaciones de la Fundación, ya que aseguran, de manera individual sería imposible atender a todos los niños. “Además, desafortunadamente los casos se han ido incrementando y necesitan terapia psicológica”, asegura Reyna Monjaraz.
“En la fundación me dijeron que eso no estaba bien y era un problema psicológico y emocional. Me dieron las herramientas para sobrellevar este tipo de cosas para tampoco tener miedo, aunque solo eran insultos ya que afortunadamente no llegó a agresiones físicas porque lo detuvieron a tiempo. Ella era una niña que guiaba a todos porque sino los obligaba diciéndoles que le iba a dejar de hablar”, asegura Paulina.
“Si yo me sentía bien, los demás no tenían por qué hacerme sentir mal”, dice Paulina. Algo de lo que aprendió es que quienes agreden lo hacen porque tienen problemas y esa es su forma de expresarlo.
La pequeña recuerda que durante las terapias describía cómo se sentía, hablaba de sus sentimientos y recordaba las palabras de sus compañeros; todo eso lo escribía en una hoja que al final rompía como una manera de eliminarlo de su vida.
Además debía escribir quién es y lo que vale, para pegarlo en un lugar donde lo vea cada mañana. Ella escribió: “yo soy única, me amo, me respeto y me valoro”. Asegura que eso y escuchar a niños que tenían los mismos problemas le dio ánimos para seguir adelante, al darse cuenta de que otros necesitan ayuda.
“Me decían: elige 5 palabras como amor, tristeza, enojo, cariño y fórmalas en una oración. Con lo que decía ellos se daban cuenta de lo que ocurría y me explicaban los siguientes pasos. En una escribí: Me enoja mucho no quererme a mí misma, y me dijeron que debía cambiarlo por amor y felicidad”.
Al terminar cada terapia en la fundación preguntaban a los niños si se iban tristes o felices con lo que hacían o con cómo se sentían. En la siguiente preguntaban qué habían hecho en la semana, algunos reían y otros lloraban al sentirse culpables de la situación que cada uno vivía.
“Con Paulina se inició el proceso en el grupo de los jóvenes, lo interesante de esta terapia es que entre ellos se van conociendo y poco a poco tejen una red de apoyo. La idea es que se escuchen e identifiquen, de esta manera ya no se sienten solos ni toman su caso como el único al escuchar a otros compañeros de distintas escuelas a quienes les ocurre lo mismo, de esta forma retoman su seguridad,” comenta Reyna.
Al recordar el episodio que vivió, Paulina recuerda: “Otros de mis compañeros veían a la niña que nos molestaba y se agachaban o lloraban, pero con las terapias entendí cómo ser fuerte y enfrentar la situación”. Así lo hizo, al encarar a la agresora cuando le dijo que no quería tener más problemas y si ella tenía alguno lo arreglaran de una vez.
Todo esto le ayudó para que después de un tiempo esa situación ya no le afectara y como sus compañeros se dieron cuenta se alejaron y las ofensas terminaron. “También notaban que yo hablaba con mis papás y los maestros, incluso una de las profesoras los llamó al saber que el caso había llegado hasta una fundación para terapia psicológica”, dice.
Después solo un niño y una niña le ofrecieron disculpas por los malos ratos que le hicieron pasar. Aunque la amistad ya no fue como la de antes, Paulina los perdonó y nunca les guardó rencor, pero al saber cómo eran en realidad prefirió distanciarse de ellos.
“La niña que desde el principio me agredió nunca me pidió perdón pero después se quería sentar conmigo en el recreo y hacer trabajos juntas. Yo solo le decía que no quería y no necesitaba de su amistad, pues ella me hacía sentir mal y no podía tener una amistad así ”, comenta.
“Actualmente soy segura de mí misma porque sé lo que soy, si a mi me gusta mi físico nadie tiene que decirme si está bien o mal. Después me enteré que es niña también tuvo esos problemas porque ella era muy alta y le decían: “jirafa”. Ahí me di cuenta que tenían razón, pues lo hacía para desahogarse y hacer sentir a las personas tal y como ella se sentía” dice Paulina.
Como la agresora molestaba a más niños, todos se alejaron de ella y no tenía amigos. Con lo que aprendió y entendió, Paulina le dijo a su compañera que también necesitaba ayuda y la atención de un psicólogo para que entendiera lo ocurrido.
“Gracias a esta fundación entendí que soy única, que soy irrepetible y tengo virtudes y defectos, al igual que todos porque tampoco nos debemos sentir mal por esto”, comenta la pequeña.