Christopher Domínguez Michael

Niños nacionalizados

Con el lío catalán ha muerto en España el dogma unitario. La Constitución de 1978 habrá de ser reformada para legalizar el referéndum y consensuar la secesión

13/10/2017 |01:05
Redacción El Universal
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El buen hombre Jordi Pujol, aquel presidente de la comunidad catalana que se rascaba la espalda con el tenedor en los banquetes, afirmó hace años que la independencia de Cataluña sería obra de la siguiente generación. Empezaron entonces a predicarse, desde los jardines de niños hasta la universidad, las mentiras románticas decimonónicas nutricias del nacionalismo, el cuento de hadas que con tanta facilidad se convierte en horror xenófobo. Cuando a Pujol, apestado entre su gente por ladrón, le amarraron sus largas manos, un 48% de los votantes catalanes, si acaso, convencidos de encarnar a la soberanía nacional y a la voluntad popular, respaldaron la escisión de Cataluña del reino de España.

Los nacionalistas en el poder, una coalición de la vieja derecha demócrata–cristiana, los republicanos y la ultraizquierda son los privilegiados hijos de ese lavado de cerebro y peor aún ya tienen a sus niños para ser utilizados como escudos humanos, tal cual ocurrió el pasado 1 de octubre, cuando el gobierno de Madrid hubo de reprimir (sí, esa es la palabra) una consulta ilegal inadmisible en cualquier Estado de Derecho. Los propios convocantes, golpistas de opereta, la efectuaron como se hacían las elecciones en la España de la Restauración: con lápiz, sin otro padrón que el ojo de buen cubero del cacique del establo y con enfebrecidos militantes votando una y otra vez en mexicanísimo ratón loco.

Quizá hubiera sido menos costoso, ante los ojos de una opinión mundial para la cual ver un descalabrado rodeado de la legión de Darth Vader es la peor de las pesadillas, dejar a los nacionalistas chiflando en la loma con su simulacro. Pero se olvida que guardias y policías, venidos desde Madrid previendo la servidumbre de la policía regional, estaban allí para defender los derechos conculcados de 52% de los catalanes a quienes repugna la independencia o no la quieren obtener mediante la farsa, la mentira y el oscurantismo.

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Una de las desgracias heredades y manifiestas ante el caso catalán es la identificación del nacionalismo con la izquierda, que le habría puesto los pelos de punta a Marx y sudorosa la calva al propio Lenin. No tan curiosamente, fue en la Cataluña de la Guerra Civil, tan desleal a los gobiernos de la República, uno de los lugares donde se concibió el engendro. Socialistas, comunistas, trotskistas y hasta anarquistas eran, al mismo tiempo, catalanistas ardientes, ante la incredulidad de no pocos marxistas visitantes y solidarios. Las vacilaciones del PSOE, desde Zapatero a Sánchez, ante el golpismo catalán, mismas que han llevado a la insignificancia electoral al alguna vez poderoso partido socialista de aquella rica provincia, en mucho se deben a ese hermafroditismo. Ser nacionalista, es casi siempre ser un racista en potencia, personaje incompatible con el fondo ilustrado y universalista de un utopismo aspirante a la disolución de las clases sociales y de las fronteras nacionales. La fraternidad, el reconocimiento del otro, es incompatible con el nacionalismo.

A la difundida homologación entre “ser de izquierda” y nacionalista se agrega el flaco favor que le hacen a la comprensión del embrollo, los equidistantes. Malo, dicen, “el nacionalismo catalán”; pero ojo, malo, también, “el nacionalismo español”. No hay tal en el gobierno de Madrid. Los vociferantes grupúsculos añorantes del franquismo son ajenos al gobierno de Rajoy. El presidente popular, ayer acusado de autista y denostado por los catalanes “unionistas” de dejarlos abandonados a su triste suerte, no se ha comportado como un nacionalista carnívoro. Ya veremos si lo suyo ha sido el pasmo idiota del incompetente o la sabia paciencia del buen estadista. Instalado el golpismo en la Generalitat, Rajoy les ha ido cerrando las salidas jurídicas a los secesionistas y tras la faramalla de la “independencia en suspenso” del 10 de octubre, estará obligado a aplicar lo que dictan sus leyes e intervenir la autonomía.

Con el lío catalán ha muerto en España el dogma unitario. La Constitución de 1978 habrá de ser reformada para legalizar el referéndum y consensuar la secesión, garantía liberal defendida en Texas por el ultra federalista Lorenzo de Zavala en 1836 y que le costó el sambenito de traidor. Si juntan una vasta mayoría y lo hacen constitucionalmente, los catalanes tendrán su república y a quienes hoy son niños les tocará ver extinguirse a la vieja monarquía peninsular.