Vivir en las faldas de un volcán implica, obviamente, un riesgo muy alto. Los habitantes de las áreas afectadas por las coladas y piroclastos de la espectacular erupción en la isla de La Palma están viviendo con congoja la pérdida de sus casas.
Ante esto, es la ciencia la que debe echar una mano. Una mano informativa.
Porque la ciencia sólo puede aspirar a entender para poder explicar los procesos de la naturaleza, porque no puede detenerla; ni un sistema volcánico como éste, ni la dinámica atmosférica que genera un tifón, ni la dinámica litosférica que acerca y aleja unas placas tectónicas respecto a otras.
Siempre podremos estudiar y entender para reaccionar mejor, pero nunca detener.
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Poco se puede añadir ya a todo lo mencionado y descrito hasta el momento de este episodio eruptivo.
Se ha explicado mucho en entrevistas a bote pronto (algunas sobre el mismo terreno) por parte de técnicos y científicos.
Se han esforzado por atender también este frente informativo, en cualquier nivel de conocimiento, desde la divulgación para chavales de colegio (qué es un volcán, la diferencia entre magma y lava…), hasta el detalle científico más avanzado (composición química, mecanismos de desgasificación, imágenes satelitales, actividades de monitoreo…).
Pero todo esto parece no ayudar lo necesario.
La erupción por definición en Geología es de efusiva a poco explosiva porque el magma que la nutre es de composición básica, es decir, pobre en sílice y poco viscosa y, por tanto, de emanaciones de lava fluidas.
Las estrombolianas comparadas con las de tipo hawaiano son sólo ligeramente más explosivas, y con capacidad de fragmentación y dispersión de material expulsado y altura de columna eruptiva un poco mayores.
Están lejos de la capacidad explosiva de las erupciones de tipo vulcaniano, pliniano o peleano por ejemplo, con lavas viscosas y erupciones muy violentas (como las del Vesubio, Santa Helena, Pinatubo, etc).
O incluso de aquellas erupciones hidromagmáticas en las que la interacción agua-magma puede generar erupciones muy explosivas.
De hecho, si La Palma fuese una isla deshabitada, estaríamos simplemente disfrutando (ciencia y turismo) de las maravillas que la naturaleza nos regala de vez en cuando: una erupción volcánica "tranquila" al alcance de la mano (o del selfi). Sin embargo, habiendo vidas humanas en peligro, esta información y detalles ofrecen poco consuelo y no ha satisfecho la curiosidad (¿necesidad?) de la sociedad sobre cuándo, qué día, cesará el volcán de rugir definitivamente.
La explicación científica del especialista pretende proporcionar las herramientas de conocimiento suficientes para que la sociedad encuentre el equilibrio entre mantenerse alerta y conservar la suficiente serenidad para reaccionar de manera eficiente, siendo conscientes de un escenario tan particular (hablamos de un volcán que afecta a municipios habitados).
Lamentablemente, la ciencia aún no tiene respuesta a las dos cuestiones clave en vulcanología:
Para la primera pregunta la ciencia dispone de los detalles estudiados en erupciones previas junto a herramientas de monitoreo que, en el caso de La Palma, han funcionado a la perfección para alertar a la población de que el volcán se estaba poniendo nervioso.
Es aquí donde debemos continuar nuestros esfuerzos científicos todos los grupos de investigación a nivel mundial.
Como ejemplo cercano, la aportación de nuestro grupo del Departamento de Geología de la Universidad de Salamanca, el IEO y el GEO3BCN-CSIC a esta deseada predicción se concentra en comparar la llegada de la señal geofísica (terremotos y deformación) con la señal geoquímica (liberación de gas mantélico cuando se desestabiliza la cámara magmática antes de que la erupción esté ya en marcha).
Comprobamos en el caso de Tagoro (isla de El Hierro) en 2011 cómo la señal geoquímica avisaba con antelación a la geofísica de la llegada de la que fue la última erupción (submarina) en el archipiélago.
Para la segunda inquietud, no es necesario ser científico para asumir que la actividad volcánica termina cuando el reservorio magmático se vacía lo suficiente para relajar la presión interna que lo desestabiliza.
Y la ciencia no ha llegado aún a predecir este punto de control.
Un parón puntual en la emisión de lava como el que sucedió ayer en La Palma puede indicar el principio del fin de la erupción, o el principio del fin de un pulso eruptivo a la espera de la llegada de uno nuevo.
A partir de ahora la primera urgencia será atender y compensar lo máximo posible a las familias damnificadas.
Después, cuando el material haya enfriado un poco, leer con esmero la información que el interior del planeta nos ha escrito en el material expulsado por esta erupción.
Estudiándolos, seremos capaces de comprender mejor el proceso eruptivo bajo La Palma, de manera que la ciencia siga avanzando y acercándose a constreñir mejor las condiciones en las que ocurrirá la próxima erupción, conscientes de que llegará sin que el hombre ni la ciencia puedan detenerla. La naturaleza inexpugnable.
Cuando todo esto termine, tendremos más herramientas de conocimiento para afrontar la próxima erupción, en general, y en La Palma, en particular: un paisaje, así como un mapa topográfico-geológico, nuevos o modificados, pero igual de bellos.
*Este artículo fue publicado en The Conversation y reproducido aquí bajo la licencia Creative Commons. Haz clic aquí para ver la versión original.
Antonio M. Álvarez Valero es profesor titular del Departamento de Geología de la Universidad de Salamanca, España.
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