En las últimas décadas, la esperanza de vida ha aumentado de forma dramática alrededor del mundo. En promedio, una persona nacida en 1960, el primer año que Naciones Unidas empezó a recoger datos globales, tenía una esperanza de vida de 52.5 años. Hoy en día, la media es de 72 años.
La conclusión natural es que tanto los milagros de la medicina moderna y las iniciativas de salud pública nos ayudan a vivir mucho más que antes. Tanto, de hecho, que nos podemos estar quedando sin innovaciones para extender la vida.
En septiembre de este año, la Oficina Nacional de Estadísticas confirmó que en Reino Unido, al menos, la esperanza de vida ha dejado de de aumentar. Y globalmente también se está desacelerando.Pero, aunque los avances médicos mejoraron muchos aspectos del cuidado de nuestra salud, la suposición de que la vida humana ha aumentado dramáticamente durante siglos o milenios es engañosa.
"Hay una distinción básica entre la esperanza de vida y la duración de la vida", dice el historiador de la Universidad de Stanford Walter Scheidel, un destacado estudioso de la antigua demografía romana.
"Y la duración de la vida de los humanos, en oposición a la esperanza de vida, que es una construcción estadística, no ha cambiado mucho", afirma.
La esperanza de vida es un promedio. Si tienes dos hijos, y uno muere antes de su primer cumpleaños pero el otro vive hasta los 70 años, su esperanza de vida es 35. Eso es matemáticamente correcto, pero no nos da la imagen completa.
Sin embargo, este promedio es la razón por la que comúnmente se dice que los antiguos griegos y romanos, por ejemplo, vivían hasta los 30 o 35 años. ¿Significaba eso que alguien de 35 años se podría considerar 'viejo'?
Si eso fuera cierto, los escritores y políticos de la Antigüedad no parecen haber recibido el mensaje. A principios del siglo VII a. C., el poeta griego Hesíodo escribió que un hombre debería casarse "cuando no tiene mucho menos de 30 años, ni mucho más".
Mientras tanto, el cursus honorum de la antigua Roma -la secuencia de cargos políticos que cualquier joven ambicioso emprendería- ni siquiera permitía que un hombre ocupara su primer cargo, el de cuestor, hasta los 30 años. Para ser cónsul, tenía que tener 43 años.
En el siglo I, Plinio dedicó todo un capítulo de su "Historia natural" a las personas que vivían más tiempo. Entre ellos, enumera al cónsul M. Valerius Corvinos (que vivió hasta los 100 años), la esposa de Cicerón, Terentia (103), una mujer llamada Clodia (115, y con 15 hijos), y la actriz Lucceia que actuó en el escenario a los 100 años.
Sin embargo, envejecer no era tan fácil como ahora: "La naturaleza, en realidad, no ha otorgado mayor bendición al hombre que la brevedad de la vida", escribía Plinio.
"Los sentidos se apagan, las extremidades se vuelven torpes, la vista, el oído, las piernas, los dientes y los órganos de la digestión, todos mueren antes que nosotros..."
En el mundo antiguo, al menos, parece que las personas podían vivir tanto como lo hacemos hoy. ¿Pero qué tan común era?
En 1994, un estudio examinó a todos los hombres que tenían una entrada en el Diccionario Clásico de Oxford y que vivieron en la antigua Grecia o Roma. Su edad de fallecimiento se comparó con la de los hombres incluidos en el más reciente Diccionario Biográfico de Chambers.
De los 397 hombres antiguos en total, 99 murieron violentamente por asesinato, suicidio o en batalla. De los 298 restantes, los nacidos antes del año 100 a.C. vivieron hasta una edad promedio de 72 años.
Los nacidos después del 100 a.C., por su parte, vivieron hasta una edad promedio de 66 años. Los autores especulan que la prevalencia de peligrosas tuberías de plomo pueden estar detrás de este aparente acortamiento de la vida.
¿La media de los que murieron entre 1850 y 1949? 71 años, solo un año menos que su cohorte pre-100 a.C.
Por supuesto, hay algunos problemas obvios con esta muestra. Una es que solo contemplaba hombres. Otra es que todos los hombres fueron lo suficientemente ilustres como para ser recordados.
Lo que podemos extraer es que los hombres privilegiados vivieron, en promedio, casi hasta la misma edad a lo largo de la historia. Si no eran asesinados, claro.
Para Scheidel, los resultados no deben desestimados, sin embargo. "Implica que había personas no famosas, mucho más numerosas, que vivieron incluso más tiempo", dice.
Pero no todos están de acuerdo. "Había una enorme diferencia entre el estilo de vida de un pobre en relación con la élite romana", dice Valentina Gazzaniga, historiadora médica de la Universidad La Sapienza de Roma.
"Las condiciones de vida, el acceso a terapias médicas, incluso la higiene, todo era mucho mejor entre las elites", agrega.
En 2016, Gazzaniga publicó su investigación sobre más de 2.000 antiguos esqueletos romanos, todos pertenecientes a personas de clase trabajadora que fueron enterradas en fosas comunes. La edad promedio de la muerte fue de 30 años.
Muchos mostraban los efectos del trabajo duro, así como de enfermedades que asociaríamos con edades más avanzadas, como la artritis.
Las mujeres también hacían trabajos pesados, como trabajar en el campo. A ello hay que sumar que, a lo largo de la historia, el parto, a menudo en condiciones higiénicas deficientes, es una de las razones por las cuales las mujeres corrían un riesgo particular durante sus años fértiles. Incluso el embarazo en sí era un peligro.
Además, el parto se veía empeorado por otros factores. "Las mujeres a menudo se alimentaban menos que los hombres", dice Gazzaniga. Esa desnutrición significaba que las jóvenes no desarrollaban por completo los huesos de la pelvis, lo que aumentaba el riesgo.
"La esperanza de vida de las mujeres romanas aumentó con la disminución de la fertilidad", dice Gazzaniga. "Cuanto más fértil es la población, menor es la esperanza de vida femenina".
La principal dificultad de saber con certeza cuánto tiempo en promedio vivía nuestro predecesor, ya sea de la Antigüedad o la Prehistoria, es la falta de datos.
Al tratar de determinar las edades promedio de muerte de los antiguos romanos, por ejemplo, los antropólogos a menudo se basan en los resultados del censo del Egipto romano. Pero debido a que estos papiros se usaban para recaudar impuestos, a menudo faltaban datos de muchos hombres, así como de bebés y mujeres.
Las inscripciones en las lápidas son otra fuente obvia. Pero los bebés rara vez eran enterrados en tumbas: los pobres no podían pagarlas y las familias que morían simultáneamente, durante una epidemia por ejemplo, también quedaban fuera.
Los datos de los que se dispone sobre la antigua Roma indican que hasta un tercio de los bebés morían antes de cumplir un año, y la mitad de los niños antes de los 10 años. Después de esa edad, sus posibilidades mejoraban significativamente. Si llegaban a los 60 años, probablemente vivirían hasta los 70.
En conjunto, la duración de la vida en la antigua Roma probablemente no era muy diferente de la actual. Puede haber sido un poco menos "porque no había esta medicina invasiva al final de la vida que prolonga un poco la misma, pero no era dramáticamente diferente", dice Scheidel.
Los datos mejoran más adelante en la historia de la humanidad, una vez que los gobiernos comienzan a mantener registros cuidadosos de nacimientos, matrimonios y muertes, al principio, particularmente de los nobles.
Esos registros muestran que la mortalidad infantil se mantenía alta. Pero si un hombre llegaba a los 21 años y no moría por accidente, violencia o veneno, podía tener una esperanza de vida casi similar a la de los hombres de hoy.
Entre 1200 y 1745, los hombres de 21 años podrían llegar a una edad promedio de entre 62 y 70 años, excepto en el siglo XIV, cuando la peste bubónica redujo la esperanza de vida a 45 años.
¿Ayudaba el dinero o el poder? No siempre.
Un análisis de unos 115.000 nobles europeos halló que los reyes vivían unos seis años menos que los nobles de menor rango, como los caballeros. Los historiadores demográficos encontraron en los registros parroquiales de los condados que en la Inglaterra del siglo XVII, la esperanza de vida era más larga para los aldeanos que para los nobles.
"Las familias aristocráticas en Inglaterra poseían los medios para obtener todo tipo de beneficios materiales y servicios personales, pero la esperanza de vida al nacer entre la aristocracia estuvo por detrás de la de la población en general hasta bien entrado el siglo XVIII", escribe.
Esto probablemente ocurría porque los nobles preferían vivir la mayor parte del año en las ciudades, donde estaban expuestos a más enfermedades.
Pero cuando llegó la revolución en la medicina y salud pública, esto ayudó a las élites antes que al resto de la población. A finales del siglo XVII, los nobles ingleses que llegaban a 25 años vivían más tiempo que sus contrapartes no nobles, aún cuando seguían viviendo en las ciudades.
Aunque en general pensamos que en la época de Charles Dickens la vida era poco saludable y corta para casi todos, como escribieron los investigadores Judith Rowbotham, ahora en la Universidad de Plymouth, y Paul Clayton, de la Universidad Oxford Brookes, "una vez que pasaban los años peligrosos de la infancia, la esperanza de vida a mitad del período victoriano no era muy diferente de lo que es hoy": una niña de cinco años viviría hasta los 73 años; un niño, hasta los 75.
Estos números no solo son comparables a los nuestros, sino que pueden ser incluso mejores. Los miembros de la clase trabajadora de hoy (una comparación más precisa) viven alrededor de 72 años en el caso de los hombres y 76 en el de las mujeres.
"Esta relativa falta de progreso es sorprendente, especialmente dadas las muchas desventajas ambientales de la época victoriana y el estado de la atención médica en un momento en que las medicinas modernas, los sistemas de detección y las técnicas quirúrgicas no estaban disponibles", escribieron Rowbotham y Clayton.
Argumentan que si pensamos que vivimos más tiempo ahora que antes, esto se debe a que nuestros registros se remontan a alrededor de 1900, algo engañoso ya que ese fue un momento en que la nutrición disminuyó y muchos hombres comenzaron a fumar.
En conclusión, nuestra vida máxima puede no haber cambiado mucho, pero eso no es deslegitimar los extraordinarios avances de las últimas décadas que han ayudado a que muchas más personas alcancen esa vida máxima, y vivir vidas más saludables en general.