Podría parecer que la peste es cosa del pasado, pero no. Más de 200 muertos, decenas de colegios cerrados y todo un país asustado es el balance de la epidemia del año pasado en Madagascar.
El profesor Mamy Randria dirige el servicio de enfermedades infecciosas de un hospital de Antananarivo, desde el cual libró la guerra contra el contagio.
De este largo "calvario" recuerda la preocupación de sus tropas cuando se dieron cuenta del enemigo al que se enfrentaban. "Estaban asustados debido a la reputación de la peste. Mata muy pronto y es muy contagiosa".
Primero los tranquilizó y organizó el servicio para hacer frente a la enfermedad. Pero se topó con otro problema: la angustia de la población.
"La gente tenía miedo de venir al hospital por miedo a contraer la peste", recuerda el profesor Randria.
Muchos familiares de las víctimas se quejaban de que la gente los señalaba con el dedo. Las sospechas también recaían sobre el personal sanitario. "Las mujeres o parejas de los médicos que trataban la peste exigían dormir en habitaciones separadas", insiste el jefe de servicio. Todo por culpa del miedo.
En la actualidad la peste no diezma un tercio de una población como ocurrió en el siglo XVI en Europa, pero no ha desaparecido y en algunos países africanos es endémica.
En Madagascar, uno de los países más pobres del planeta, la bacteria Yersinia pestis, transmitida por las pulgas de las ratas, resurge cada invierno austral (abril-septiembre). De promedio se diagnostican entre 300 y 600 casos.
El año 2017 fue una excepción. Fue más precoz y no se circunscribió a las ciudades sino que se propagó a las aldeas. Se contabilizaron 202 muertos y 2.384 casos, en su mayoría de la versión pulmonar de la peste, la más mortífera.
El anuncio de los primeros casos en Antananarivo o en Tamatave (este) desató el pánico. En la capital los habitantes se abalanzaron sobre las farmacias en busca de mascarillas, antibióticos o termómetros.
Las autoridades reaccionaron rápido, con la ayuda de la Organización Mundial de la Salud (OMS) y de las oenegés.
El gobierno cerró colegios y universidades para desinfectarlos, instaló cordones sanitarios a las puertas de las ciudades y puso en marcha una campaña de información a la opinión pública.
Muchas personas eran escépticas. Una mujer de Antananarivo, que ha pedido el anonimato, fue una de ellas.
Su hija de 6 años murió de peste. A ella le cuesta creérselo.
"Mi hija estaba cansada después del entierro de su abuelo. De pronto tuvo una fiebre alta que la mató a causa de un retraso en el tratamiento", asegura. "Pero el gobierno dice que fue la peste pulmonar y prohíbe que sea enterrada en la tumba familiar como marca la tradición".
La epidemia de peste reavivó la polémica sobre las prácticas ancestrales acusadas de propagarla, como la "famadihana", consistente en exhumar los restos mortales y volverlos a enterrar en sudarios nuevos.
Las advertencias de las autoridades cayeron a menudo en saco roto.
"Hace 82 años que asisto a las famadihana y nunca que vi que nadie se enfermara de peste por tocar un cadáver", declara el anciano Maximilienne Ranarivelo.
La persistencia de la peste podría deberse a otros motivos como la deforestación, que empuja a los roedores a las ciudades, o a la falta de infraestructuras sanitarias en la isla.
jpe