El último informe de " The Lancet " sobre el cambio climático mostró que la contaminación del aire es uno de los principales factores de riesgo de muerte prematura a nivel global.
Tanto es así que, desde el año 2015, las muertes por polución han aumentado un 7% y, desde el 2000, un 66%.
A pesar de estos datos, muchos científicos sienten que las instituciones no hacen lo suficiente para paliar los efectos del cambio climático. Es por ello que en 2020, los británicos Mike Lynch-White y Tim Hewlett decidieron tomar una acción más directa en la lucha ecologista.
“Los científicos publican artículos por la mañana diciendo que millones de personas podrían morir de hambre por el colapso del sistema alimentario y, después, siguen con sus vidas como si no pasara nada”, relató Lynch-White en una entrevista.
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Este sentimiento de impotencia le llevó a crear la Rebelión Científica, organización descentralizada de científicos activistas que utilizan la desobediencia civil para luchar contra “la dirección genocida de nuestros gobiernos antes de que sea demasiado tarde”, como explica su web.
Este físico teórico comenzó a sufrir lo que denomina “duelo climático” mientras trabajaba en su tesis doctoral. Este proceso psicológico en el que se entremezclan ansiedad y depresión al tomar conciencia de la crisis medioambiental le llevó a dedicarse al activismo.
Relatan situaciones similares científicos que se unieron a este grupo, presente en más de quince países, como fue el caso de Belén Díaz, portavoz de Rebelión Científica en España.
Esta experta en agroecología, climatología y meteorología, asegura que pasó “días con ansiedad y sin dormir” tras leer el último informe del Grupo Intergubernamental de Expertos contra el Cambio Climático (IPCC).
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“No somos conscientes de lo grave que es esto. Parece que aumentar la temperatura 1´5ºC es muy poco, pero esto es una media global y significa que, en otras partes del mundo, las temperaturas van a aumentar muchísimo”, afirmó Díaz quien recuerda que “hay gente muriendo en la India y Pakistán por haberse superado los 50ºC”.
La portavoz da un paso más allá y adelanta que, el próximo año, el mundo vivirá una “crisis alimentaria importante que quizá en los países del norte global se note menos porque tenemos más poder de negociación”, algo que no sucede en otros lugares del mundo.
Desde Ecuador, Jordan Andrés Cruz lamenta que “las sociedades más vulnerables son las del sur global, a pesar de que son las que menos han contribuido ” a la crisis climática.
En su caso, denuncia especialmente las acciones extractivas en la Amazonia ecuatoriana, que “nos han dejado un montón de malas experiencias” como la ruptura de un oleoducto durante la pandemia, que dejó sin agua a varias comunidades indígenas.
La desobediencia civil como respuesta
La doctora Aitzkoa López, portavoz del grupo nórdico de la Rebelión Científica, alerta que “hay más gente que muere por la contaminación de los que murieron por Covid-19”.
Al mismo tiempo, critica planes como los del gobierno de Dinamarca, que continuará hasta 2050 las exploraciones petrolíferas en el mar del Norte, a la vez que denuncia que “no están haciendo absolutamente nada para alcanzar esos objetivos que ellos mismos se pusieron” en relación a la ley aprobada por el Parlamento danés para reducir en un 70% sus emisiones contaminantes de cara a 2030.
“Hemos agotado todos los cauces normales” de lucha contra el cambio climático, insiste.
“Los científicos llevamos años haciendo nuestro trabajo de investigación. Hemos transmitido la información y ha sido recibida, pero no se ha implementado nada de lo que la ciencia dice que es necesario. Estamos en un momento de emergencia y tenemos que dar una respuesta proporcional a la crisis”, agregó.
Es por esto que, desde Alemania, el científico medioambiental Kyle Topfer defiende que “la desobediencia civil es la manera más efectiva para crear presión y un cambio político en el tiempo que nos queda. Se requiere que miles de científicos vayan a la cárcel para mostrar cómo de seria es la situación y lo desesperados que estamos”.
Rebelión Científica realiza acciones pacíficas a la par que disruptivas, como cortes de carreteras o la desobediencia en edificios gubernamentales. Entre ellas, los entrevistados destacan la realizada el pasado abril frente al Congreso español, cuando se tiñó de sangre artificial su fachada.
“La idea de elegir esa sangre falsa ha tenido el impacto que ha tenido por lo llamativo de pintar de rojo el Congreso y cada vez se nos pide más. La sociedad, en parte, busca que se le agite y luego dramatiza cuando ocurre”, reflexiona Díaz.
Cómo evitar las peores consecuencias
Entre estos científicos rebeldes, no hay consenso sobre el futuro del planeta. Algunos, como Lynch-White, opinan que “está casi garantizado que seremos la última generación”, pero que “si este es el final, podemos continuar incrementando emisiones o reclamar dignidad y caer luchando”.
López, en cambio, piensa que “estamos a tiempo de frenar el mayor de los desastres”, si dejamos “de consumir combustibles fósiles lo más rápido posible. Y eso es ya”.
“Es parte de nuestro objetivo vencer ese discurso fatalista” concluye Cruz. “Jamás en mi vida me hubiera imaginado ver a mil científicos arrestados o tratando de serlo, rebelándose, y jamás imaginé ser parte de ello”.
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