Buscamos esperanzados agua más allá de nuestro planeta como la única posibilidad de que haya vida. Sin embargo, aquí, en la Tierra , apenas le prestamos atención.
A pesar de que nos va la vida en ello, el agua es el nutriente olvidado en la investigación científica.
Las evidencias para determinar las recomendaciones de ingesta de agua en relación con sus efectos sobre la salud son escasas. Incluso algunas guías alimentarias ni la mencionan.
El problema radica en que faltan estudios de largo alcance y con un gran número de participantes.
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Solo de esta forma se pueden determinar cómo nos afectan grados de deshidratación pequeños, que son los que realmente se dan en el día a día en personas sanas.
En este artículo pretendemos dar una visión de conjunto para entender por qué es tan importante mantener un buen estado de hidratación y cómo hacerlo.
Mantener el balance de agua en nuestro cuerpo es fundamental para nuestra supervivencia.
Por esta razón, tenemos un sistema muy fino que mantiene sus niveles dentro de un rango estrecho, a pesar de la gran variabilidad en la ingesta de agua.
Cuando bebemos poca agua, se ponen en marcha dos mecanismos. Uno de ellos tiene como finalidad disminuir la pérdida de agua a través de la orina. El otro es el mecanismo que dispara la sed.
Por estas razones, en condiciones fisiológicas la acumulación de líquidos no puede ser la razón principal para el exceso de peso corporal (sobrepeso u obesidad).
Si sospechamos que retenemos líquidos, debemos acudir al médico.
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Por otro lado, resulta muy difícil beber tanta agua como para que tenga efectos negativos.
Esto es así, principalmente, porque el riñón tiene una alta capacidad para eliminar el exceso en la orina (0.7-1 litro/hora).
Estudios científicos apuntan a una asociación directa entre el grado de hidratación y ciertas enfermedades. Concretamente, la deshidratación se ha asociado con alteraciones urológicas, gastrointestinales, circulatorias y neurológicas.
Sin embargo, en muchos casos las evidencias son escasas o inconsistentes como para sacar conclusiones claras.
Estudios observacionales relacionan un consumo habitualmente bajo de agua con un mayor riesgo de problemas cardiovasculares en el futuro.
De la misma forma, una ingesta baja de fluidos también es un factor de riesgo para la formación de piedras en el riñón.
A esto se le suma que en 2016 se realizó un gran estudio con una muestra representativa de la población de EU.
Los resultados mostraron mayor índice de obesidad en personas que no tenían una buena hidratación. Además, el índice de masa corporal también fue más elevado.
Por otro lado, estudios de diversa índole apuntan a una interacción directa entre una ingesta pobre de agua y problemas metabólicos.
Además, la pérdida de agua corporal durante el ejercicio parece afectar negativamente al rendimiento físico.
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El cerebro tampoco sale ileso cuando ingerimos menos líquido del debido. Una revisión publicada en 2015 encontró que, según los 21 estudios analizados, la deshidratación está asociada con personas menos alerta y más fatigadas.
En cuanto a la capacidad cognitiva, son necesarios estudios con mayor número de personas para poder obtener evidencias convincentes.
Estudios en España y en varios países de Iberoamérica muestran que, en general, la población no alcanza la ingesta de agua recomendada. Por lo tanto, es necesaria una mayor concienciación sobre la necesidad de beber más agua.
La mejor forma es beber cuando tenemos sed.
Parece obvio, pero muchas personas no sienten sed, no le prestan atención o incluso puede que no la reconozcan.
Por eso es fundamental adquirir un buen hábito de hidratación desde pequeños e insistir mucho a las personas mayores.
Las diversas instituciones nos recomiendan tomar 2-3 litros de agua al día. Esta cantidad debe aumentar en verano o si realizamos ejercicio físico.
Hay que beber agua, no hay otra alternativa. Es preferible hacerlo en pequeñas cantidades a lo largo de todo el día. Es la mejor forma de favorecer la absorción del agua.
Otras fuentes importantes de este nutriente son los alimentos como verduras, hortalizas y frutas, porque más del 80% son agua.
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Las bebidas azucaradas no son una opción por su alto contenido en azúcares libres. Estos están relacionados con mala calidad de la dieta, obesidad y riesgo de contraer enfermedades no transmisibles.
Las bebidas con edulcorantes tampoco son recomendables. La Organización Mundial de la Salud (OMS) y la Organización Panamericana de la Salud (OPS) coinciden en que los productos con edulcorantes no son saludables. Consideran que "el consumo habitual de alimentos de sabor dulce (con o sin azúcar) promueve la ingesta de alimentos y bebidas dulces, incluso los que contienen azúcar".
Es cierta la manifiesta falta de estudios que conduzcan a la determinación clara de las recomendaciones de consumo de agua. Hay que reconocer que esto genera dudas y las tentaciones obvias de buscar en internet.
Pero, si los expertos reconocen que faltan evidencias, ¿podemos fiarnos de las afirmaciones o controversias fomentadas por empresas embotelladoras, influencers y opinantes de todo tipo?
Estas humildes autoras se declaran incompetentes para poner en jaque a las instituciones que, con más o menos evidencias, aportan su opinión crítica y fundada.
Por lo tanto, convirtamos el agua en nuestro compañero más fiel este verano. Levantemos el codo con la convicción de que, si bien puede no parecernos un manjar para nuestro paladar, sin agua, no hay vida.
*Este artículo se publicó originalmente en The Conversation. Puedes leer la versión original aquí.
Ana Belén Ropero Lara es profesora titular de nutrición y bromatología y Directora del proyecto BADALI, web de Nutrición en el Instituto de Bioingeniería, Universidad Miguel Hernández. Marta Beltrá García-Calvo es profesora de nutrición y bromatología, Universidad Miguel Hernández
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