Se calcula que eran las 11:35 de la mañana cuando el cielo se oscureció. En el horizonte se podía ver un resplandor delineado por diferentes tonalidades de amarillo, naranja y rojo. Los efectos de la alineación del Sol tras la Luna podrían haber cubierto al lago con nuevos colores, transformado las formas de los seres vivos que lo habitaban. El 21 de abril de 1325 un cubrió el centro de México y una nueva historia dio inicio.

El doctor Jesús Galindo, arqueoastrónomo del Instituto de Investigaciones Estéticas de la UNAM se pregunta hasta qué punto la contemplación de este fenómeno celeste pudo influir en un pueblo como los mexicas, cuya principal deidad, Huitzilopochtli, está asociada al Sol. Las posibles respuestas se encuentran precisamente en la interdisciplina con la que él trabaja desde hace más de tres décadas.

“La arqueoastronomía trata de analizar la trascendencia que tuvo y tiene la astronomía en las sociedades antiguas y modernas: juega un papel importante en el análisis de su evolución cultural”, asegura Galindo, para quien esta ciencia consiste básicamente en el estudio en común que se puede hacer a partir de la astronomía, pero no solo acompañada de la arqueología, sino de disciplinas como la historia del arte o la antropología, y en general de todas las disciplinas humanísticas. Para el especialista, el impacto sobre la observación del cielo está plasmado en toda Mesoamérica.

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“Se vivieron varios siglos donde hubo un afán de anular mucho de la cultura prehispánica. Desaparecieron muchísimas fuentes de información, pero con lo que permanece se pueden plantear posibilidades”. Una de estas posibilidades tiene que ver con uno de sus temas de estudio: México-Tenochtitlan. Para el investigador, el tema merece una revisión a 500 años de la caída de esta civilización.

Galindo señala que aunque no hay una huella viva de los fenómenos astronómicos, aún permanece un cúmulo de información contenido en cerámica, pintura mural, códices, estelas y pirámides de donde surgen una gran variedad de herramientas para identificar los fenómenos celestes con mayor claridad, que además se pueden comparar con catálogos de fuentes históricas de otros países que están en el mismo hemisferio.

Fundación y caída de Tenochtitlan

Para el investigador, los efectos naturales del eclipse de 1325 podrían coincidir con varias crónicas que consignan que en el momento en el que vieron al águila devorando a la serpiente, aparecieron cosas asombrosas: agua, plantas y animales de diferentes colores. “Se podría decir que tal vez se trate justamente de ese reflejo, de las luces extrañas que solo se perciben frente a un eclipse”. Explica que en el momento de la totalidad del eclipse, se aprecia la parte más externa de la atmósfera solar que es la corona. La luz solar escapa a través de las montañas de la Luna y al llegar a la Tierra es refractada por las turbulencias de la atmósfera terrestre y eso también provoca que al nivel del suelo aparezcan sombras que se mueven rápido.

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Algunas fuentes específicas consignan este tipo de impresiones, como la Crónica Mexicáyotl con referencias que muy probablemente refieran al eclipse reflejado en el agua del lago de Texcoco. El investigador también menciona que una de las fuentes más importantes para el desarrollo de la propuesta sobre la importancia del eclipse en la fundación de Tenochtitlan, proviene de un monolito mexica descubierto en el siglo pasado por el arqueólogo Alfonso Caso en inmediaciones del Palacio Nacional. Se trata del Teocalli de la Guerra Sagrada, que además de mantener el símbolo del águila sobre el nopal, muestra una representación del “agua quemada” y una pirámide con 13 escalones.

El planteamiento del arqueoastrónomo es que el eclipse pudo ser fundamental para estimular a los mexicas a encontrar un signo para hallar el lugar adecuado para establecerse.

“El águila sobre un nopal devorando la serpiente, podría ser una forma metafórica de explicar el fenómeno”, sostiene el investigador, y propone como fecha formal de la fundación de Tenochtitlan, el 17 de mayo de 1325, es decir 26 días después de que ocurrió el eclipse.

Durante los días posteriores, los mexicas sacrificaron una víctima de Culhuacan; las crónicas señalan que incluso un humilde altar de tierra necesitaba consagrarse con un sacrificio humano. Galindo propone la fecha del 17 de mayo por otros vestigios de la época que muestran la serie de actos rituales que finalmente culminaron con otro fenómeno celeste vinculado al astro rey: el paso cenital del Sol, que solo se puede observar dos veces al año entre el Trópico de Cáncer y el Trópico de Capricornio. “Dependiendo de en donde estemos ubicados en esta gran franja, el Sol se eleva en el horizonte y al medio día alcanza su máxima altura en el cenit. En Tenochtitlan, esto ocurrió 17 de mayo y 26 de julio”.

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“La arqueoastronomía es muy rica en hallazgos y este tipo de investigaciones no va más allá de una curiosidad, pero abre posibilidades para el conocimiento de nuestra identidad. También nuestros antepasados observaron el cielo y dejaron ciertas huellas con un efecto sobre la sociedad que fueron construyendo”, apunta el especialista, y menciona otros fenómenos celestes que pudieron haberse interpretado como presagios de la caída de Tenochtitlan en 1521, como el llamado Gran Cometa Moctezuma, representado bellamente en los códices como una bola de fuego. “Es interesante no sólo leer a los cronistas y apreciar las representaciones pictóricas, sino describir el fenómeno astronómicamente; este cometa pudo haber sido uno en particular a raíz de las formas con que es plasmado, como una gran pirámide de luz”.

Números “mágicos”

El astrofísico, quien ha colaborado durante 30 años en un proyecto multidisplinario del Instituto de Investigaciones Estéticas de la UNAM, señala que la orientación de los principales templos en diferentes sitios arqueológicos del país, refieren una mirada detallada del cielo.

Comenta que se suele considerar que su trazo solo corresponde a orientaciones solsticiales, pero en realidad en muchos de estos grandes edificios su orientación tiene que ver con otro tipo de fechas.

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“Teotihuacán, una ciudad trazada con dos ejes urbanos, la avenida de los muertos y la perpendicular a esa línea que coincide con el eje de simetría a la Pirámide del Sol, brinda un ejemplo de la interpretación de varios números. Cuando los primeros arquoastrónomos se asomaron, solo pensaban en solsticio y equinoccio, pero resulta que a la puesta del Sol, esta piramide se alinea en dos fechas: 29 de abril y 13 de agosto. ¿Por qué tanto esfuerzo para orientarlas justo en ese momento? Resulta que esas fechas lo que hacían era señalar la partición del año solar en un número de días que tiene que ver con la estructura del calendario mesoamericano que consiste de dos cuentas (365 y 260). Cada 52 años coinciden las dos cuentas del calendario solar y ritual; y empiezan de nuevo”.

Galindo explica que en el caso de Tenochtitlan, el Templo Mayor tiene la misma orientación que uno de los ejes urbanos originales de la ciudad colonial que corresponde a la calle de Guatemala. El Sol se mete alineado a la estructura el 9 de abril y el 2 de septiembre.

“Si uno se para alineado a la estructura de ese eje urbano y la perpendicular que pasa a un costado de la Catedral, se puede ver cómo en esas fechas el paso del Sol se sigue señalando a través de postes y banquetas. Es un reloj que sigue funcionando”.

El dato

En el Programa México 500, el IIE-UNAM presenta “La Conquista en el arte mexicano”; acceso libre en el canal de YouTube del IIE.