Uno de los grandes interrogantes que aún no hemos resuelto, y que nadie espera que se resolverá en el corto plazo, es el del origen de la vida en la Tierra (o en cualquier otro lugar).
La ciencia han intentado comprenderlo pero, a pesar de sorprendentes progresos, quedan muchos misterios inexplicables.
¿Qué podría haber disparado aquello que hizo vida a partir de la no vida?
Pues hay una hipótesis, cuyos antecedentes se remontan al Reino Antiguo en Egipto, y también se encuentran en el hinduismo temprano, en la filosofía del filósofo presocrático griego Anaxágoras, y entre los gnósticos judíos y cristianos, que aunque ha sido descartada repetidamente, ha sobrevivido el paso del tiempo.
Se trata de la teoría de la panspermia.
Algunas de esas primeras fuentes planteaban que todo el cosmos está lleno de semillas y que la vida en la Tierra se originó a partir de ellas.
La versión moderna postula -en pocas palabras- que vida existe en todo el Universo y puede transportarse a través del espacio de un lugar a otro.
Ciertamente no está probada.
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Y varios expertos señalan que, así se probara, no resolvería necesariamente la cuestión del origen de la vida.
Pese a eso, no deja de ser interesante, y varios descubrimientos le han dado cierta credibilidad.
Un equipo de científicos prominentes del MIT y Harvard, por ejemplo, "están tan suficientemente convencidos de la plausibilidad de la panspermia que han invertido más de una década, y una buena cantidad de fondos de la NASA y otros fondos", señala el blog de Astrobiología de la NASA, "para diseñar y producir un instrumento que pueda enviarse a Marte y potencialmente detectar ADN o el más primitivo ARN", y comprobar si alguna forma de vida fue llevada a Marte.
Como cuenta el físico británico Brian Cox, en un video de BBC Ideas y la Open University británica, esto es lo que sabemos:
La vida es increíblemente adaptable, basta ver la forma en que nuestra propia especie ha logrado prosperar en todo el mundo.
Y los microorganismos, como las arqueas y las bacterias, a lo largo de millones de años de evolución han podido modificarse para adaptarse a una amplia gama de condiciones.
Eso significa que hoy en día existen microbios que pueden sobrevivir con una variedad de dietas -azufre, amoníaco, el metal manganeso- y en presencia o ausencia de oxígeno.
Algunos incluso sobreviven en las condiciones más extremas que ofrece la Tierra.
Pyrococcus furiosus prospera en los respiraderos hidrotermales del fondo marino. Su temperatura de crecimiento óptima es de 100 grados Celsius, un calor que acabaría con la mayoría de seres vivos. Mientras que la antártica Psychrobacter frigidicola prefiere cosas decididamente más frías.
También puedes encontrar extremófilos en ácido caliente o sobreviviendo a la desecación en desiertos cubiertos de sal.
Y algunas de esas criaturas pueden incluso hacerle frente a varios extremos a la vez.
Puedes hallar Deinococcus radiodurans tanto en aguas termales como en suelo antártico, sobrevive a la desecación y es uno de los organismos más resistentes a la radiación que conocemos.
Todo eso hace que los extremófilos sean probablemente los organismos más capaces de sobrevivir y, potencialmente, colonizar los entornos hostiles de otros planetas y lunas, siempre que haya agua líquida al menos parte del tiempo.
Pero...
Pues la forma más fácil es viajar con nosotros mientras exploramos nuestro Sistema Solar y más allá.
En las naves espaciales de la NASA se han descubierto bacterias Tersicoccus phoenicis... ¿habremos introducido accidentalmente bacterias de la Tierra a la Luna y Marte?
Otra forma posible de que estos microbios se muevan por el Sistema Solar es haciendo autostop en meteoritos.
Cuando estos chocan en un planeta, salen volando rocas y escombros que generan más meteoritos.
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Hasta ahora, se han encontrado 313 meteoritos marcianos en la Tierra, y también se encontró una roca terrestre en la Luna, por lo que sabemos que ha habido transferencia interplanetaria de rocas.
Pero...
Una vez en el espacio, esos resistentes viajeros pueden lidiar fácilmente con el frío y la falta de oxígeno.
Hasta las bacterias normales, en condiciones extremas, pueden entrar en un estado de letargo creando espacios seguros rodeados de paredes gruesas, que se conocen como esporas, paquetes de ADN bacteriano resistentes al calor, al frío, a la sequía, al ácido y a los rayos ultravioleta viajando por el espacio.
Sin embargo, un gran problema es que el espacio está repleto de radiación ionizante que destroza el ADN.
Pero eso no es detiene al Deinococcus. Grupos de ese pequeño individuo han sobrevivido a tres años de exposición al espacio exterior. Otros han sobrevivido hasta seis años en forma de esporas.
Otro obstáculo es el tiempo. El espacio es inmenso, por lo que viajar a cualquier lugar toma mucho tiempo.
Dicho esto, en 2020, unos científicos japoneses revivieron bacterias que habían estado inactivas en el fondo del océano durante 100 millones de años, así que tal vez las distancias extraordinarias no sean un problema para esos diminutos viajeros espaciales.
El último paso es sobrevivir al aterrizaje forzoso en su nuevo hogar.
Y se ha demostrado que las bacterias pueden hacer precisamente eso... siempre que estén alojadas en fracturas profundas en la roca cósmica.
Entonces, es posible que la vida microbiana ya haya viajado a algún lugar como Marte.
Las condiciones allá eran notablemente similares a las de la Tierra hace 3.800 millones de años.
¿Podrían estos microbios extremófilos haber colonizado los acuíferos subterráneos de Marte?
Si ya están allá, ¿se habrán adaptado a su nuevo entorno?
¿O tal vez la vida en la Tierra se originó en Marte y luego viajó a nuestro planeta?
Puede que no sean pequeños extraterrestres verdes o vida inteligente como la entendemos, pero la posibilidad misma de que la vida se haya transferido a través del Sistema Solar y más allá es profundamente intrigante.
Y con el telescopio James T. Webb comenzando su búsqueda de signos reveladores de vida distante en otros planetas, ¿podríamos quizás descubrir que la vida es mucho más inevitable de lo que alguna vez pensamos?
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