El glifosato es un compuesto de los clasificados como organofosforados (OP). Esta sustancia orgánica tiene una estructura química de nitrógeno y fósforo-carbono que tiene un efecto inhibidor en la síntesis de los aminoácidos aromáticos triptófano, fenilalanina y tirosina. La molécula fue sintetizada hace 50 años por el suizo Henri Martin , pero al no encontrar aplicaciones en la industria farmacéutica fue vendida. Finalmente, el químico orgánico John E. Franz identificó su actividad herbicida . La patente estuvo hasta principios de este siglo en manos de Monsanto, la multinacional estadounidense especializada en productos agroquímicos, adquirida por Bayer en 2018. Este compuesto que se ha convertido en el herbicida más utilizado en todo el mundo, protagoniza una enorme polémica sobre los alcances de su uso.
La dependencia de este herbicida empezó en los años 90 con su uso masivo. Su aplicación en cultivos transgénicos también aumentó su utilización, a la par de las denuncias de quienes se oponen a estos cultivos. Se argumenta que el pesticida penetra en el suelo, se filtra en el agua y permanece en los cultivos hasta penetrar en el organismo, donde actúa como “probablemente carcinógeno ”, según la clasificación de la OMS . La controversia toxicológica y ambiental está limitando su uso en todo el mundo. En México, por decreto presidencial , se prohibió el uso del glifosato y la siembra de maíz transgénico a partir de una sustitución paulatina de 2021 a 2024.
La decisión ha sido celebrada por grupos ambientalistas como Greenpeace que proponen alternativas agroecológicas para evitar la utilización de herbicidas como el glifosato. Por otra parte, grupos de científicos y especialistas en agronomía se muestran preocupados ante una decisión con muchos claroscuros que podría poner en riesgo los cultivos del país.
Uso y desuso
El doctor Miguel Lara , del Departamento de Biología Molecular de Plantas del Instituto de Biotecnología de la UNAM , sostiene que no existen elementos en la literatura científica para avivar la retórica en contra del compuesto. “Estudios hechos por muchas organizaciones internacionales, como la IARC (la agencia especializada en cáncer de la OMS), la Agencia Europea de Sustancias y Mezclas Químicas (ECHA), la Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria (EFSA), la Agencia de protección ambiental de EU (EPA), han concluido que no tiene una actividad tóxica, ni carcinogénica”, argumenta.
Para el especialista, los productos que degrada no muestran toxicidad en los humanos. “Ataca a las plantas de rápido crecimiento y se va directamente a las zonas de maleza. Se aplica en periodos muy específicos y en lugares donde hay hierbas perennes; no se esparce indiscriminadamente, sino en determinados momentos del cultivo. Hay esquemas de aplicación muy estudiados y efectivos”.
Lara asegura que los riesgos de prohibición son muy altos, pues la maleza que crece alrededor de los cultivos deteriora mucho sus rendimientos, un problema para satisfacer las demandas de una población en rápido crecimiento. “En México hay dos grandes núcleos agrícolas. En los valles del noroeste del país, en Sinaloa, Sonora y Baja California, hay agriculturas intensivas de cientos de miles de hectáreas donde se producen cereales y hortalizas para consumo nacional y de exportación. La otra parte es una agricultura de menores recursos, de autoconsumo; utilizada en todo el país y que lleva a las familias a producir sus alimentos y a comercializarlos de manera local o regional”.
“Se aplica en periodos muy específicos y en lugares donde hay hierbas perennes; no se esparce indiscriminadamente, sino en determinados momentos del cultivo”: Miguel Lara, Instituto de Biotecnología UNAM.
“La prohibición sería dañina, en particular para las poblaciones agrícolas domésticas , no las de corporativos de alto capital de exportación. Basado en mi experiencia con el trabajo directo con campesinos puedo decir que las organizaciones ambientalistas que se oponen al uso de estos productos muestran un absoluto desconocimiento de la vida del campesino y de la agricultura ecológica que proponen”.
Lara trabajó durante varios años en Sinaloa con un grupo de mujeres a cargo de huertos familiares. Explica que en esta región cada familia tiene alrededor de 10 hectáreas para su producción, lo que es bastante en contraste con entidades como Morelos, donde tienen entre .3 y .4 hectáreas. “Los hombres del norte de la frontera están en EU, así que las mujeres tienen que ir al banco a solicitar un crédito para siembra y el banco les presta, pero asegurando la cosecha con semilla certificada y garantía de número de riegos, fertilizaciones y aplicaciones de herbicidas. Tienen que cumplir para recibir el crédito, pero si ahora les dicen que tiene que incorporar sistemas agroecológicos e implementar una serie de cosas que no tienen, lo único que va a pasar es que encarecerán aún más su producción y bajarán sus rendimientos. Eso es hacerlos más pobres”.
Señala que las opciones agroecológicas que se proponen no tienen los rendimientos ni el desarrollo en escenarios reales para generar recursos. “Me refiero a familias reales del Valle del Carrizo que siembran una vez al año y tendrían en promedio una producción de tres toneladas por hectárea de maíz, un promedio de treinta toneladas al año con un ingreso de 35 mil pesos al año. Si los metemos a hacer agroecología se mueren de hambre. Tienen que utilizar todos los elementos para garantizar un alto rendimiento porque dependen de un ciclo de cultivo otoño-invierno porque en primavera-verano las temperaturas son muy altas, arriba de 45 grados”. Agrega que del otro lado de la frontera, el promedio de producción por hectárea es de diez toneladas.
“El daño puede ser muy grande porque no se está viendo de manera realista al agricultor y al productor mexicano; no hablo de las grandes empresas transnacionales, me refiero a personas que viven directamente del campo”. La pobreza de los agricultores y la dependencia de importaciones de alimentos evidencian un problema de fondo. “En México se consumen alrededor de 1 millón 250 mil toneladas de arroz, pero a pesar de que tenemos una de las variedades con más altos rendimientos en el mundo, sólo producimos la quinta parte de lo que consumimos”.
“Se tiene que integrar el conocimiento al campo porque quedarse con el empirismo tradicional es sentenciarnos al hambre. Esta idea de que los sistemas de cultivo hídrico de chinampas puede tener rendimientos y hablar de que el futuro es regresar a este tipo de cultivos es una mentira casi criminal. Trabajé una década con la Unión de Ejidos de Tetecala, Morelos, y la realidad es que de los huertos de la gente no sale nada para alimentar a nadie. Lo que deben preocuparse académicos y políticos es en ofrecer a la gente granos de alto rendimiento y en ese momento el país dejará de ser un país que necesite importar alimentos”.
Expertos de asociaciones, como la Protección de Cultivos, Ciencia y Tecnología A.C. (Proccyt) y la Sociedad Mexicana de la Ciencia de la Maleza (Semecima), y otras, se unen a la preocupación por dejar de usar herbicidas que se utilizan en dos de cada tres unidades de producción del país, sin alternativas efectivas y costeables en los escenarios reales del campo mexicano.
La estigmatización de los transgénicos
Los expertos en biotecnología lamentan que se siga estigmatizando a la biología molecular y a la ingeniería genética. Luis Herrera Estrella , quien fuera fundador de l Laboratorio Nacional de Genómica para la Biodiversidad (Langebio) , encontró en los genes de bacterias halladas en las pozas milenarias de Cuatro Ciénegas, Coahuila, otras alternativas para que las malezas no compitan con la planta por nutrientes: nuevas plantas que no utilizan el fosfato, sino el fosfito. El problema con el desarrollo de opciones más eficientes al uso de glifosato es el tiempo; además, muchas de ellas son opciones transgénicas, algo que no está acorde a las políticas nacionales.
“Las plantas transgénicas han sido muy satanizadas sin razón” expresa Lara, y dice que es necesario tener claro el desarrollo básico de lo que es la transgénesis como un esquema biológico natural. “Todas las plantas se cruzan a través del polen con cruzas abiertas y de ahí salen las variedades en un esquema de evolución donde se seleccionan las más aptas. Lo que ha hecho el hombre con las técnicas actuales es saber qué genes pueden conferir resistencias y tolerancias y tener mayores rendimientos. Esto es algo que siempre ha hecho la naturaleza y el hombre lo puede hacer ahora. Esto es el futuro de la alimentación. El futuro del campo es incorporar el conocimiento de frontera al surco agrícola”, asegura Lara, uno de los fundadores de la licenciatura en genómica agrícola en la Universidad de la Ciénega en Michoacán y que hoy está bajo el nombre de Agrogenómica en la ENES-León de la UNAM.
10 hectáreas para la producción, en promedio, tiene una familia de Sinaloa; en Morelos, entre 0.3 y 0.4 hectáreas
“Si se quieren conservar los germoplasmas de nuestras variedades de maíz, hay que hacerlo porque son una fuente de genes interesantes, pero al campesino también le tenemos que dar otras alternativas, como semillas de alto rendimiento que les reduzcan los costos de producción y que les permitan tener mayores ingresos al año”. Explica que sin las plantas transgénicas, la población de China no podría vivir, pues ellos siembran alrededor de 25 millones de hectáreas, que es la frontera agrícola de México , es decir China puede sembrar todo nuestros país a bajo costo y altos rendimientos, lo que le permite alimentar a una población de mil quinientos millones de chinos, diez veces más que nosotros. “Este tipo de cultivos puede ser la solución a la alimentación de una población creciente en un mundo que ya no tiene más agua y ya no tiene más tierra. Es necesaria una discusión realista de todos los elementos”, finaliza Lara.
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