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La Luna está cubierta por una fina capa de polvo grisáceo que moldea su paisaje. El llamado regolito lunar, ese material en donde quedó plasmada la famosa huella de Neil Armstrong, cuenta la historia del bombardeo de micrometeoritos, el impacto de la radiación solar o la variación de las temperaturas en nuestro satélite natural, entre otras cosas.
Además de su acervo geológico, este material basáltico integrado de partículas ultrafinas de hasta 800 micras puede representar un peligro no sólo para la salud de los futuros pobladores de la Luna, sino para los instrumentos tecnológicos que en ella se posen. Tal es el caso de los microrrobots que integran la misión Colmena y que esperan llegar a la Luna en 2021.
Sin embargo, el polvo lunar no es visto como un obstáculo, sino como uno de los retos que tendrá que superar, e incluso medir y estudiar, la primera misión mexicana a la Luna. Colmena busca desarrollar un nicho tecnológico que en las próximas décadas le funcione a México “como moneda de cambio” para participar en la nueva era de exploración y explotación del medio interplanetario, en especial para aplicaciones de minería en lunas y asteroides. Así lo explica el doctor Gustavo Medina Tanco, investigador del Instituto de Investigaciones Nucleares de la UNAM y responsable del proyecto gestado por el Laboratorio de Instrumentación Espacial (LINX).
La idea es mandar a nueve robots muy pequeños hasta la superficie lunar. Llevarán codificada su forma de interactuar y las tareas asignadas, de forma que puedan navegar en este complejo medio espacial para encontrarse e interactuar hasta lograr construir un panel solar. Resolver una tarea de este tipo sería la primera fase de un proyecto conformado con otras dos misiones que podría convertirse en la base para desarrollar tareas cada vez más complejas hasta lograr viajar a un asteroide para buscar minerales, como platino o minerales de tierras raras (los llamados REM’s son muy útiles para la producción de artefactos ligados a las nuevas tecnologías), que muy probablemente empiecen a escasear sobre la corteza terrestre en las próximas décadas.
“México tendría desarrollada una tecnología para esta búsqueda. Sería una forma de que nuestro país pueda ser un actor dentro de estos procesos y no sólo alguien que mira desde lejos”, subraya.
La minería espacial es una de las grandes apuestas dentro de la nueva era espacial. Basándose en las reservas terrestres conocidas y el cada vez más voraz consumo de estos materiales, se especula que elementos indispensables para la industria moderna, como platino, zinc, estaño, plata, plomo, indio, oro y cobre, podrían agotarse en menos de 50 años, pero nuevas reservas podrían ser extraídas, principalmente, de algunos asteroides próximos a la Tierra.
En el LINX se utiliza la ciencia básica para desarrollar tecnología de punta en el espacio, como recientemente lo puso de manifiesto su participación en el desarrollo del instrumento Mini-EUSO que se lanzó hace un par de meses a la Estación Espacial Internacional. Este proyecto con el que colaboró con otros países, como Rusia e Italia, sirve para hacer estudios de física de partículas y observar de forma pionera el lado nocturno en el ultravioleta de la Tierra, como la bioluminiscencia producida por plancton en los océanos, de gran utilidad para analizar el impacto del cambio climático.
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Todos estos proyectos se extrapolan desde su sede en la UNAM hasta un nuevo epicentro científico más ambicioso: el Laboratorio Nacional de Acceso Espacial, planeado en el Hidalgo y que esperaría ser concluido en los próximos 18 o 24 meses. Según explica Medina, la idea es compartir la experiencia ganada en los circuitos internacionales para producir tecnología bajo el sello hecho en México que sirva al país y eventualmente exportarla a otros lugares.
Además de la microrrobótica interplanetaria, otras de las áreas de interés son las constelaciones de nanosatélites de bajo costo con aplicaciones prácticas en la Tierra. “Ahora podemos seguir flotas de camiones y contenedores navales, controlar tráfico a nivel de vehículos en la ciudad, vigilar las líneas de cultivo de un campo para saber si tienen la humedad necesaria y todos los nutrientes o si hay plagas”, señala.
Todas estas posibilidades también abren un mercado para aplicaciones que hacen uso de un gran volumen de datos. “Inteligencia artificial y minería de datos son ejemplos de tecnologías que te pueden llevar a crecimientos exponenciales y esto cambia totalmente el mercado”. La idea del magno laboratorio en Hidalgo es desarrollar todo un ecosistema que también brinde un espacio a la incubación de pequeñas empresas en proyectos con impacto social y económico.
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Medina señala que uno de los problemas en el país es que no existen los mecanismos de financiamiento para este tipo de proyectos espaciales. “Conacyt no está preparado ni en recursos ni normativa y administrativamente para participar en cuestiones de este tipo; se requiere algo más y la experiencia nos dice que no hay que esperar a que el gobierno otorgue el dinero, sino buscar patrocinadores y seguir objetivos para no depender de los mecanismos de financiamiento actuales, porque si hiciéramos eso, nos quedaríamos quejándonos eternamente”, comenta. Acota que estamos en una crisis de financiamiento científico en todos los niveles y en todas las áreas, no sólo en proyectos vinculados al espacio, pero se esperarían mejores mecanismos para la ciencia básica porque están más lejos de una aplicación comercial directa, así como para instituciones que hoy parecen ahogarse sin recursos, como la Agencia Espacial Mexicana.
El investigador señala que a nivel internacional se está pasando por una gran transformación en la exploración espacial, un quiebre de paradigmas de lo que antes significaba viajar al espacio, pues en el pasado era una posibilidad reservada sólo para las grandes potencias con poderosas agencias espaciales, como Estados Unidos y Rusia, pero eso está cambiando totalmente.
Una de las piezas que cambió la jugada fue la entrada de empresas privadas en el mercado de lanzadores de cohetes, pues de esta forma actores que antes no podían acceder al espacio ahora pueden hacerlo con pequeñas inversiones. “Y no hablamos sólo de economías emergentes que puedan tener agencias espaciales, sino que pequeños emprendedores y empresas. Se abre un mercado de financiamiento diferente para lograr muchas cosas nuevas”.
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En este sentido, India nuevamente aparece en el mapa para ejemplificar cómo han conseguido desarrollarse en el siglo XXI apostando a la tecnología. “Es muy buen ejemplo, tiene casi 10 veces más población que México, pero económicamente y con su perfil de distribución de riqueza social puede ser comparable. Más vale que nosotros le aprendamos rápido, pues si bien un país en vías de desarrollo siempre va a tener problemas sociales que hay que atender, no pueden ser el foco del 100 % de esfuerzos y recursos, pues si no se construye el futuro estaremos condenados a vivir siempre con los mismos problemas sociales”.
Para Medina, no hay otra forma de apostarle al futuro que no sea con ciencia y tecnología, porque estamos en un mundo que evoluciona exponencialmente y como países en desarrollo no podemos darnos el lujo de bajarnos del tren de la historia para resolver problemáticas de hoy sin otras expectativas. “Hoy en día estamos frente a un tren que viaja acelerado y si te bajas de él, no puedes volver a subir jamás”.