Richard Charles Thompson era un estudiante de biología marina que colaboraba limpiando playas con la Sociedad Británica de Conservación Marina. Los objetos más evidentes: botellas, latas, pedazos de llantas y bolsas eran el plato fuerte de los voluntarios, pero los ojos de Thompson se clavaban en diminutos fragmentos de que parecían mutarse entre las capas de arena.

Poco tiempo después, cuando empezó a dar clases en la Universidad de Plymouth, retaba a sus estudiantes para encontrar los fragmentos más pequeños de plástico.

Thompson descubrió un gran problema: diminutos fragmentos de desechos plásticos que van desde el tamaño de un virus o una bacteria y que alcanzan las dimensiones de un grano de arroz o una hormiga estaban, literalmente, apropiándose del mundo. En 2004, el biólogo utilizó por primera vez la palabra “microplástico” en una publicación científica: la revista Science, misma publicación donde recientemente él y otros científicos reflexionan en un nuevo artículo sobre lo que ha pasado veinte años después de acuñar el término. Desde entonces han sido publicados miles de estudios sobre los microplásticos.

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Detección de micro plásticos
Detección de micro plásticos

El director del Instituto Marino de la Universidad de Plymouth y de la Unidad Internacional de Investigación en Basura Marina, señala en el texto “Veinte años de investigación sobre la contaminación de los microplásticos: ¿qué hemos aprendido?”, que el aprendizaje sobre este concepto a través de dos décadas ha ido desde lograr una definición precisa del término hasta determinar sus fuentes y sumideros, sus impactos y riesgos ecológicos, los peligros que plantean para la salud humana, los avances en la detección e identificación, así como las perspectivas para gestionarlos y regularlos.

A través de dos décadas, la carga ambiental de los microplásticos sigue creciendo exponencialmente, por lo que será necesaria una combinación de intervenciones científicas, económicas y sociales para frenar el crecimiento. La ciencia pone de su parte, pero los otros sectores de la sociedad parecen replegar el paso. “Cada año producimos 460 millones de toneladas de plástico, gran parte del cual se tira rápidamente”, mencionó António Guterres, Secretario General de la , en un reciente mensaje en el que pidió a los delegados de más de 170 países alcanzar un acuerdo que finalmente no se logró por la excesiva dependencia de la sociedad a la lucrativa industria del plástico.

Recién concluyeron las rondas para un Tratado Global sobre los plásticos organizadas por el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA). La que debía ser la quinta y última ronda del Comité Intergubernamental de Negociación (INC-5) para lograr un instrumento legal vinculante generador de un tratado para reducir la contaminación global por plástico, cerró sin un acuerdo en la ciudad surcoreana de Busan. Esto obligará a retomar las conversaciones en una nueva ronda en 2025.

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Placer tóxico

El problema de los microplásticos se evidencia en las cifras que crecen exponencialmente cada año. Se estima que las emisiones de microplásticos al medio ambiente oscilan entre 10 y 40 millones de toneladas al año y esta cantidad podría duplicarse para 2040. En el texto, Thompson analiza que incluso si fuera posible detener de inmediato las emisiones, las cantidades seguirían aumentando debido a la fragmentación de los elementos heredados. Es así que las predicciones de los modelos indican el potencial de daño ambiental a gran escala en un plazo de 70 a 100 años, pero las evaluaciones de riesgo detalladas son limitadas porque aún faltan datos.

En México, un grupo de investigadores del Instituto de Biotecnología de la UNAM apostó por la exploración marina para detectar de manera más puntual el tipo de microplásticos que hay en el Golfo de México. Para lograr esto se utilizó un microscopio de bajo costo para hacer mediciones de fluorescencia de materiales detectados en diversas profundidades del fondo marino en sus lugares más remotos, como la fosa abisal Sigsbee.

A bordo del buque oceanográfico Justo Sierra de la UNAM, se llevó un nuevo microscopio de bajo costo para identificar partículas en muestras de agua y sedimento del fondo marino. Un microscopio de fluorescencia tiene una fuente de luz que emite la longitud de onda de excitación y un objetivo que tiene un filtro que sólo deja pasar la luz de emisión. El prototipo está basado en una impresora 3D adaptada para funcionar como microscopio.

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El instrumento incorpora una lámpara de luz LED y un módulo óptico, al cual se pueden colocar filtros de emisión para detectar la luz que emiten los microplásticos a diferentes longitudes de onda e identificar su fuente. Como cada sustancia se excita y tiene diferentes emisiones, es posible detectar e identificar distintas sustancias dependiendo de la forma en que fluorescen. Aún falta documentar las zonas más profundas del océano para reconocer el impacto de estos materiales en los diferentes ecosistemas marinos, pero no siempre se tienen los recursos para realizar estas tareas. Es importante crear nuevas herramientas que permitan el proceso a un mejor costo.

A nivel global, también la información sobre exposición y efectos requiere completarse. Actualmente se han confirmado múltiples fuentes, incluidos los microplásticos primarios en cosméticos (Algunos de ellos se añaden a los productos, como las microesferas de los jabones faciales) y pinturas, así como los gránulos y escamas utilizados para fabricar productos plásticos. También existen los microplásticos secundarios generados por la abrasión de artículos más grandes durante el uso, incluidos los textiles y los neumáticos, así como la fragmentación de desechos más grandes en el medio ambiente.

Hasta el fin del mundo

Los microplásticos pueden redistribuirse por el viento y el agua, se han reportado en diversos lugares, desde la superficie del mar hasta los sedimentos de las profundidades marinas. Las tierras de cultivo no están exentas de su impacto, también llegan hasta las montañas más altas, paisajes polares, lagos y ríos. En todos los ambientes, se dispersan sigilosamente fragmentos de acrílico, nailon, polipropileno, poliéster, polietileno y poliestireno, entre otros, que han aumentado sustancialmente desde la década de los 60. Se calcula que se han generado más de 8 mil 300 millones de toneladas de plástico fabricadas desde su invención hace más de 70 años.

Los científicos han detectado microplásticos en mil 300 especies acuáticas y terrestres, desde invertebrados hasta grandes depredadores. Precisamente Thompson y su equipo han puesto en evidencia el impacto en todos los niveles de organización biológica, desde lo celular hasta lo ecosistémico.

También se han detectado en múltiples tejidos y órganos del cuerpo humano, y empieza a surgir evidencia emergente de sus efectos potenciales en el funcionamiento del organismo. Los microplásticos han cruzado las barreras protectoras y han llegado a nuestros cerebros y corazones. Se eliminan algunos microplásticos a través de la orina, las heces y los pulmones, pero hay evidencias de que muchos se niegan a abandonar nuestros cuerpos. Ya existen estudios que exploran su genotoxicidad, es decir, daño a la información genética de las células.

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Los microplásticos están omnipresentes en los alimentos que comemos, el agua que bebemos y el aire que respiramos, de hecho, en últimos estudios buscan saber cómo afectan las condiciones climáticas del planeta.

La evidencia científica que se desarrolla rápidamente, junto con las demandas sociales, está dando lugar a algunos resultados de políticas que incluyen regulaciones a nivel nacional, como la prohibición de microplásticos en los cosméticos en varios países, y un mandato en Francia que exige instalar filtros en las lavadoras para interceptar las microfibras. La Unión Europea es ejemplo de políticas multinacionales, incluida la Directiva Marco de Estrategia Marina y la legislación REACH (Registro, Evaluación, Autorización y Restricción de Sustancias Químicas) sobre microplásticos añadidos intencionalmente.

La evidencia científica sigue creciendo y la preocupación debe dar paso a la acción en más lugares del mundo. Graham Forbes, Líder de la Delegación de Greenpeace para las negociaciones del Tratado Global de Plásticos y líder de la Campaña Global de Plásticos en Greenpeace en EU, dijo que estamos en una encrucijada histórica:

“La oportunidad para asegurar un tratado de plásticos con impacto que proteja nuestra salud, la biodiversidad y el clima sigue a nuestro alcance. La lección de la INC-5 es clara: los países ambiciosos no deben permitir que las industrias de combustibles fósiles y petroquímicas, respaldadas por una pequeña minoría de países, detengan el deseo de la vasta mayoría. Un acuerdo fuerte que proteja a las personas y al planeta es nuestra única opción”, afirmó.

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