La probabilidad de encontrarnos con el fragmento de un meteorito no es remota. Se calcula que cada año caen a la Tierra entre seis y 17 mil meteoritos. La mayoría de los fragmentos se hacen polvo, pues cuando atraviesan la atmósfera terrestre su tamaño disminuye hasta casi ser imperceptibles.

En la mesosfera, los meteoritos se desintegran y producen destellos luminosos hasta que algunos de sus fragmentos terminan como una roca con metales fundidos al ras del suelo. La mayoría de los pedazos de historia celeste recolectados pesan entre 50 gramos y diez kilos, pero el parámetro se abre desde el polvo que probablemente ha llegado a cubrir la superficie de nuestro auto hasta los más grandes que atesora la humanidad, cuyo peso se multiplican en toneladas.

En la Tierra se han encontrado restos de más de 50 mil meteoritos, que en realidad son fragmentos de asteroides, cometas o escombros de otros planetas o lunas. Hay muchas formas de clasificarlos, pero una de las más básicas atiente a tres categorías: pétreos, metálicos y mixtos.

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Imagen: Especial
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Hay algunas muestras en la Tierra que retan a la imaginación pues sus formas sobresalen de las estructuras básicas, como el caso del meteorito de Fukang, formado de hierro y níquel. Forma parte de un tipo de meteoritos llamado pallasitas, que son reconocidos por su excéntrica belleza de formaciones cavernosas llenas de luminosidad.

Con unos 450 kilogramos de peso y 4 mil 500 millones de años de antiguedad, esta pieza propiedad de un coleccionista anónimo es un ejemplar único ya que además cuenta con decenas de cristales de olivino incrustados en su estructura. Este tipo de meteoritos conforman menos del 1% de los que se pueden encontrar en la Tierra.

Ni tan destructivos

Se acaban de publicar tres estudios sobre la forma en qué los meteoritos han moldeado la historia de nuestro planeta. Según hallazgos recientes, un meteorito fue el encargado de ayudar a los microorganismos a prosperar en la Tierra hace más de 3 mil millones de años, según un estudio publicado en la revista Proceedings of the National Academy of Science.

Sus dimensiones eran 200 veces más grandes que el que extinguió a los dinosaurios hace 66 millones de años, al final del período Cretácico. La roca espacial, cuyo diámetro se calcula en alrededor de 58 kilómetros, habría provocado un tsunami que evaporó parcialmente los océanos y sumió a la Tierra en la oscuridad, pero tuvo un efecto positivo en los organismos paleoarcaicos, pues liberó fósforo y arrojó grandes porciones de hierro en los lodos marinos, lo que ayudó a impulsar el desarrollo de las formas más simples de vida.

Es así que las nuevas pistas recabadas parecen indicar que el meteorito caído en la Tierra hace tres mil 200 millones de años ayudó a la evolución temprana de la vida al servir como “una bomba fertilizante gigante” para las bacterias y otros organismos unicelulares llamados arqueas, el famoso grupo de microorganismos procariotas unicelulares, que no presentan núcleo ni orgánulos membranosos internos.

Los investigadores evaluaron los efectos del impacto de este meteorito utilizando evidencias de rocas antiguas en una región del noreste de Sudáfrica llamada Barberton Greenstone Belt. No muy lejos de este lugar, cruzando la frontera con Namibia, se encuentra uno de los meteoritos más famosos de la Tierra: el Hoba. Con un peso de 66 toneladas, este meteorito de 2.7 x 2.7 metros y 90 centímetros de altura es la pieza de hierro natural más grande que se conoce en la Tierra.

Precisamente este lugar es atravesado por el llamado Cinturón de Piedras Verdes, una formación geológica situada en el borde oriental de Sudáfrica. Es conocida por su mineralización de oro y por sus komatiitas, un tipo inusual de roca volcánica, que lleva el nombre del río Komati, que fluye a través del cinturón.

Los científicos encontraron en este lugar abundantes señales con la firma geoquímica de material orgánico preservado, pero también de fósiles de esteras de bacterias marinas. Las evidencias mostraron que la vida floreció rápido después del impacto del meteorito.

En esa época, la Tierra era una especie de mundo acuático, con una limitada aparición de volcanes y rocas continentales. En esencia, no había oxígeno gaseoso en la atmósfera ni en los océanos. El meteorito era de un tipo llamado condrita carbonácea, rico en carbono y fósforo. Los impactos de cuerpos celestes eran más comunes, pero las dimensiones de esta énorme roca pudieron haber acelerado el desarrollo de la vida en el planeta.

El origen de los meteoritos

Además del reciente estudio que habla sobre las ventajas de los meteoritos en la vida primigenia de la Tierra, más allá del meteorito que causó la extinción de los dinosaurios, se tienen nuevos datos sobre estos cuerpos celestes publicados en las revistas Nature y Astronomic & Astrophysics (A&A). El hallazgo es producto de tres investigaciones que han liderado el Laboratorio de Astrofísica de Marsella, el Observatorio Europeo Austral (ESO, por sus siglas en inglés) y la Universidad Charles de Praga.

Sólo se conocía la fuente del 6% de los meteoritos, pero en la actualidad más del 70% tiene un origen conocido. Los investigadores han rastreado la mayoría de los meteoritos hasta sólo tres cuerpos del Sistema Solar que se fragmentaron para formar familias de asteroides en el cinturón entre Marte y Júpiter.

Justo en esta zona del cinturón espacial se encuentra el famoso “asteroide dorado” o Psyque, que ha desatado la ambición de minería espacial de Elon Musk, entre otros, pues se trata de un cuerpo celeste hecho totalmente de hierro y níquel, pero que según reportes del Southwest Research Institute en Texas, EU, también podría contener platino y oro, lo que le sumaría un valor de 10 mil cuatrillones de dólares.

Pero más allá de los tesoros espaciales, la mayoría de los meteoritos de los que se mantienen fragmentos en la Tierra son condritas ‘ordinarias’, rocas fundidas y con contenido metálico. Los científicos dividen a las condritas en dos clases, H y L: con alto y bajo contenido de hierro, respectivamente.

Las características mineralógicas de las condritas ‘L’ apuntaban a que todas procedían de un único y enorme asteroide, de por lo menos 100 kilómetros de diámetro, que impactó hace unos 470 millones de años; sin embargo, la datación de muchos de los fragmentos recolectados hace pensar que en realidad hay un origen más reciente en estas historias.

Los investigadores han llegado a la conclusión de que la mayoría de los meteoritos caídos que se conocen en la actualidad proceden de tres familias de asteroides: Karin, Koronis y Massalia, formadas por colisiones ocurridas hace 5.8, 7.5 y 40 millones de años, respectivamente, es decir se trata de asteroides jóvenes.

La familia de asteroides Massalia ha sido identificada como el origen de 37% de los meteoritos conocidos. Los grandes museos de historia natural del mundo, universidades y coleccionistas particulares resguardan algunos de los meteoritos más famosos que han caído sobre la Tierra.

En el caso de México, uno de los vestigios más famosos es el Morito. Con poco más de 10 mil kilos, se considera uno de los meteoritos “orientados” más grandes del mundo, reconocido de esta forma por poseer las líneas de vuelo que marcan el sentido de su caída.

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Hace dos siglos los científicos apenas intentaban imaginar que los meteoritos fueran rocas procedentes del espacio. El primero que echó a volar su imaginación en este sentido fue el físico alemán Ernst Florents Friedrich Chladni.

El también padre de la acústica publicó un libro que se considera un parteaguas en el estudio de estos fragmentos celestes. Titulado como El origen del hierro de Pallas, otros objetos similares y algunos fenómenos naturales asociados, esta obra desafiaba la idea que imperaba en el momento y que ubicaba su origen en procesos volcánicos.

Desde entonces, su estudio se ha diversificado hasta detallar el análisis de su composición química, estructura y edad, con pistas cada vez más precisas de su origen. Al conocer de donde vienen los meteoritos, los científicos pueden conocer las rutas más peligrosas de impacto para la Tierra, pero también pueden determinar más fácilmente cómo y dónde se unieron los componentes básicos de los planetas para crear el Sistema Solar en el que vivimos.

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