Darío de Persia, Calígula, Lutero, Enrique VIII de Inglaterra, Federico II de Prusia, Carlos I de España y V de Alemania, Casanova, el emperador del Sacro Imperio Romano Germánico José II, el cardenal Richelieu, Iván el Terrible, el compositor Schubert, la cantante Madonna… Todos ellos tienen algo en común: sufrieron problemas con su trasero.
Más concretamente padecieron hemorroides, la molesta inflamación de las venas del recto o del ano.
Y algunos de ellos incluso tuvieron que soportar que esas hemorroides se complicaran hasta formar unas terribles heridas conocidas como fístulas.
Operar una fístula hoy es algo bastante común, pero durante siglos tratar ese mal fue muy, muy complicado.
Sólo hay que ver que don Juan de Austria, hermano del rey español Felipe II y héroe de la batalla de Lepanto, murió de una hemorragia tras una fallida operación de hemorroides.
Una fístula que los cirujanos de entonces no pudieron curar llevó a la tumba a Enrique V de Inglaterra.
Y hasta hay quien atribuye la derrota de Napoleón Bonaparte en la famosa batalla de Waterloo a las hemorroides que el emperador francés padecía.
Las hemorroides, las fístulas y los abscesos anales han afectado a lo largo de la historia a reyes, gobernantes, líderes y gente común.
Sin embargo, en 1686 hubo un acontecimiento que cambió para siempre el destino de las personas aquejadas de ese mal y que contribuyó notablemente a dignificar el trabajo de los cirujanos, que hasta ese momento no gozaban de mucho respeto.
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Hablamos de la operación de fístula a Luis XIV de Francia, el todopoderoso Rey Sol.
Luis XIV padecía desde hacía 10 años una espantosa fístula en sus reales posaderas que le llevaba por el camino de la amargura y que le impedía hacer una vida normal.
Sentarse era para él una tortura, andar se había convertido en una pesadilla, montar a caballo suponía ver las estrellas y hacer sus necesidades era un absoluto suplicio.
Había probado de todo para intentar curarse de ese mal pero sin resultado, todos los tratamientos que le habían prescrito habían fracasado.
"Luis XIV consumió unos 2.000 purgantes y más de 1.500 enemas, según cálculos realizados por los historiadores, además de todos los tratamientos médicos que tanto hicieron sufrir al monarca", nos cuenta José Antonio Rodríguez Montes, catedrático emérito de Cirugía de la Universidad Autónoma de Madrid, miembro de la Real Academia Nacional de Medicina de España y gran conocedor de la historia de la proctología, la especialidad médica y quirúrgica que trata las enfermedades del colon, el recto y el ano.
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Claude François Félix de Tassy, primer cirujano de Luis XIV, convenció al rey de que operarse era el único recurso para su curación.
El problema es que en aquella época las medidas de higiene eran penosas, muchos de los que se decían cirujanos eran simples charlatanes y someterse a una operación significaba con frecuencia la muerte.
Sin embargo Luis XIV decidió ponerse en manos de Claude François Félix de Tassy, quien el 18 de noviembre de 1686, ayudado por Bessiéres (cirujano del rey), D´Aquin y Fagon (médicos de la corte) y con la presencia de dos boticarios y el confesor real, operó al Rey Sol de la fístula que padecía.
La intervención se realizó en uno de los fastuosos salones del Palacio de Versalles con la ayuda de un bisturí especial que a partir de ese momento pasó a ser conocido como "bisturí real".
Los pormenores de esa intervención quirúrgica constan en el Journal de la Santé du Roi Louis XIV, que se conserva en la Biblioteca Nacional de París, y los datos más técnicos en el "Tratado de la fístula", editado en 1689 por Louis le Monnier.
La operación fue un éxito rotundo. Hasta el punto de que sólo dos meses después de la intervención quirúrgica, el 15 de enero de 1687, se consideró que Luis XIV estaba definitivamente curado.
El rey, al verse por fin libre de la fístula que durante una década tanto le había atormentado, mostró su agradecimiento a Félix de Tassy con gran generosidad.
Le recompensó con 300 mil libras (equivalentes a US$30 millones actuales, según algunos), le otorgó una finca rústica en Moulineaux (en la región de Normandía, en el norte de Francia) y le concedió un título nobiliario.
Pero esa operación quirúrgica, dada la relevancia del paciente y el éxito con que concluyó, también contribuyó a que la profesión de cirujano se dignificara notablemente.
"La operación de la fístula de Luis XIV no representó solamente una afirmación del método operatorio, sino un gran paso adelante en el reconocimiento de los cirujanos sobre los médicos, ya que la cirugía se prestigió gracias al favor real", explica José Antonio Rodríguez Montes.
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De hecho el sucesor de Luis XIV al trono de Francia, Luis XV, instauró la Real Academia de Cirugía de Francia, donde, por cierto, se encuentra un retrato de Claude François Félix de Tassy con la inscripción "El primer cirujano de Luis XIV".
Y no sólo eso. La operación de la fístula del Rey Sol sirvió también para dar origen al himno nacional inglés.
Como la curación del rey fue motivo de alegría para todo el pueblo, uno de los mejores músicos de la época, Jean Baptiste Lully, decidió componer un himno exaltando la sanación de Luis XIV bajo el título Grand Dieu sauve le Roi ("Gran Dios salve al Rey"), que más tarde se convirtió en el himno de la monarquía hasta la Revolución francesa y la muerte en la guillotina de Luis XVI.
"En 1714, G. F. Handel estaba de visita en Francia, dondeGrand Dieu sauve le Roiera la canción más conocida de la época, y se quedó con aquella pegadiza música. El 1 de agosto fue nombrado rey de Inglaterra Jorge I (de la casa Hannover) y Handel, que había sido músico de cámara del príncipe Jorge en Hannover, se trasladó definitivamente a Londres, donde verán la luz sus mejores composiciones. Tras darle vueltas a aquella música que había escuchado en Francia y hacerle algún arreglo, se la ofreció a Jorge I como propia y terminó por convertirse en 'God save the Queen' o 'God save the King', el actual himno británico", indica José Antonio Rodríguez Montes.
Todo eso, por obra y gracia de los problemas de un rey con su trasero.
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