Más Información
Leía recientemente en Letras Libres acerca de como fallecen las democracias (el democidio), lo que no necesariamente ocurre de manera violenta, sino que puede darse en cámara lenta. Los gobiernos populistas y autoritarios han encontrado la manera de desmantelar paulatinamente el tramado institucional para sustituirlo por un centralismo despótico. En México cada día se registra un nuevo ultraje que solo provoca indignación por 24 horas, porque ya mañana habrá otro nuevo atentado contra las instituciones. Poco a poco se va perdiendo toda capacidad de respuesta e incluso de sentir dolor, como le sucede a los seres vivos. La sociedad entra en un proceso de zombificación, como si estuviera anestesiada.
Cada día hay una nueva noticia que confirma que la corrupción no se ha acabado, solo perfeccionado. Desaparecen 150 millones de dólares de PEMEX y eso solo es digno de que se mencione en una pequeña nota periodística. El mayor fraude de las últimas décadas ocurre en SEGALMEX y hasta ahora no se ha aclarado nada, ni hay culpables. Se secuestra a una juez de Veracruz en la Ciudad de México y nadie protesta. Desde Palacio Nacional se ataca sin cesar a la Suprema Corte, al poder judicial, a periodistas y miembros de otros partidos. Se promete que la salud en México será como en Dinamarca y, cuando no ocurre, se dobla la apuesta: es que ya es como en Dinamarca. Solo neoliberales, corruptos y malandros pueden negarlo.
Un deplorable ejemplo de esa sociedad cloroformada es lo que ha ocurrido con los libros de texto para las primarias y secundarias. La SEP, a través de los radicales a los que se les entregó la responsabilidad de producir los nuevos libros de texto gratuitos, decidió que todo lo pasado era malo y que había que cambiar los libros. Por eso eliminaron los libros de matemáticas y de español para el primer año, sustituyéndolos por dos nuevos libros que contienen capsulas educativas sin secuencia pedagógica alguna. Además, ahora resulta que lo mismo han hecho para todos los grados, hasta el sexto año de primaria. Desaparecen los libros de español, matemáticas, ciencias naturales, geografía, historia y de lectura.
Los libros de materias se sustituyen por dos compendios de fragmentos educativos, cada uno de dos a tres páginas. Es una especie de diccionario o Wikipedia chafa, sin orden ni concierto. Lo que supuestamente tiene ahora que hacer el maestro es definir un proyecto “sociocrítico” para el salón de clases, juntar dos o tres cápsulas de los dos compendios que tienen los niños, y así aprenden de todo, biología, civismo, matemáticas, geografía, etc. Sobre la marcha y sin despeinarse. Pero eso no se puede hacer con las matemáticas, las ciencias y tampoco con la escritura y comprensión de la lectura. Veamos el caso de las matemáticas para el primero y segundo año.
Entre el libro llamado “Nuestros Saberes” y el libro llamado “Múltiples lenguajes” (los dos nuevos libros) se conjuntan unas 500 páginas de contenido. De esas solo un puñado, una docena para el primer grado y siete para el segundo, tienen que ver con matemáticas y solo tangencialmente. Enseñar matemáticas no es simplemente pedirles a los niños que revisen los números de las casas de los vecinos, o que vean cuántas calorías tiene un chocolate. Ese es solo el uso de los números en aspectos de la vida diaria.
Para enseñarle matemáticas a niños que ingresan a la primaria, hay que enseñarlos a pensar de manera lógica y metódica. Deben aprender a comparar conjuntos de objetos, deben entender cuando contienen el mismo número de elementos, cuando más, cuando menos. Deben asociar eso con la escritura de los números y poco a poco comienzan a entender las reglas de la adición y de la substracción. Deben escribir y escribir, resolviendo problemas sin cesar. Es como aprender a nadar, la pura teoría no lleva muy lejos, hay que ejercitar lo aprendido. Y esa era la estructura de los libros de matemáticas de antes: cada página contenía explicaciones del método a seguir y tenía espacio para que los niños resolvieran sobre el papel muchos ejercicios calibrados para ir fortaleciendo gradualmente la comprensión de lo que van aprendiendo.
No exagero cuando afirmo que aprender matemáticas es aprender a pensar. A un resultado matemático se llega de manera lógica y ese es un requisito ineludible para después, en el curso de los estudios, adentrarse en las materias llamadas STEM (ciencia, tecnología, ingeniería y matemáticas). Aunque figure al final en el acrónimo, las matemáticas constituyen la columna vertebral de ese esfuerzo educativo.
Creer que los niños van a aprender matemáticas en la primaria por ósmosis, porque hagan dos sumas y una multiplicación para calcular cuánta agua gasta la lavadora en casa, es una ilusión. Sin aprender los métodos matemáticos, sin ejercitarlos, sin aprender a pensar siguiendo reglas lógicas, no hay verdadero aprendizaje de las matemáticas. Los niños podrán quizás aprender a repetir cosas como loros, pero sin comprenderlas.
No exagero al decir que la eliminación de los libros de matemáticas, de español, de ciencias naturales, de historia, etc., es el mayor atentado cometido contra la educación primaria en México, desde que existen los libros de texto gratuitos.
No es la primera vez en la historia que un retroceso educativo a gran escala se vende como progreso social. Ya sucedió durante la Revolución Cultural China. En el mayor experimento de ingeniería social de la historia, el Partido Comunista Chino decidió que había que reeducar a la población para poder llegar al socialismo. Se desconfiaba de los ciudadanos educados porque podrían albergar “tendencias reaccionarias y burguesas”. Esto es lo que dijo Mao Zedong en una entrevista en 1964: “Estamos reformando el sistema educativo… cuando los estudiantes aprenden de los libros, solo aprenden lo que dicen los libros, y si aprenden conceptualmente, se dejan guiar por conceptos… pero no reconocen los cinco cereales… no pueden decir cuál es la diferencia entre una vaca, una cabra, un caballo… yo recomiendo no confiar en el sistema educativo chino”. El resultado de esa desconfianza fue que se cerró la admisión durante años a las escuelas secundarias y preparatorias, así como a las universidades. El Ejército Popular de Liberación se convirtió supuestamente en la nueva “gran escuela”. Una brigada del EPL se estacionó en la universidad de Chinghua para sellar la unidad del proletariado, los campesinos y el ejercito. Las carreras universitarias se recortaron de seis a dos años y cientos de miles de estudiantes y profesores fueron enviados al campo para ser “reeducados”. Los planes de estudio se reformaron para concentrarse en el pensamiento de Mao, cursos de agricultura (y las matemáticas eran parte de ellos), entrenamiento militar y trabajo manual. La administración de las escuelas se le entregó a los campesinos pobres. Pero sabemos que la Revolución Cultural implosionó en pocos años y China cambió de rumbo. Hoy es tan capitalista como muchos otros países. Las matemáticas dejaron de ser parte de los cursos de agricultura y los estudiantes chinos ocupan hoy los primeros lugares en los exámenes internacionales de conocimientos. ¿Pero cuántas vidas no fueron arruinadas por el mayor experimento de ingeniería social de la historia?
Eliminar en México los libros de materias para la educación primaria es también un irresponsable experimento de ingeniería social. Una revisión de los libros de material didáctico (“Nuestros Saberes” y “Múltiples Lenguajes”), así como del libro para el maestro incluyendo el libro de civismo de 2022, nos informa que lo fundamental ahora es tener en el salón de clases una “ecología de saberes” que contrapondrá la “epistemología del Sur” a la potencia hasta ahora hegemónica del método científico. En el marco de ese propósito, aprender matemáticas o ciencias no puede sino estorbar, ya que aprenderlas es aprender a pensar, es aprender a seguir las leyes de la lógica y no los slogans políticos del momento. Los niños y jóvenes, en lugar de ser preparados para enfrentar los desafíos del siglo XXI, están siendo condenados a repetir consignas vacías y a perpetuar una visión estrecha y dogmática del mundo.
Y el atentado se extiende a la secundaria. Antes los maestros de secundaria podían escoger de entre 30 libros por materia, eran libros aprobados por la SEP e impresos por editoriales privadas. Las escuelas notificaban a la SEP cuáles libros habían sido seleccionados por los maestros y las editoriales los imprimían. En 2023 no sucedió así. No se seleccionaron los libros y la SEP supuestamente va a sustituirlos con un libro producido por la secretaría misma. Un solo libro para todo, se dice. Como quiera que sea, los libros que se usaban antes no fueron impresos, lo que golpea a los maestros acostumbrados a trabajar con ellos, a los niños en las secundarias y a la industria editorial.
Todo esto se ha publicado fragmentariamente en los diarios. Pero sin que genere mayor revuelo y sin que la sociedad civil logre salir de su indiferencia. Las clases medias ya hace rato que huyeron de las escuelas públicas y mandan a sus hijos a escuelas privadas. Las clases populares ni se han enterado del problema, y si se enteraron, no les interesa. Los anticuerpos sociales contra la arbitrariedad y la estupidez ya hace tiempo que se han agotado. En esas condiciones, la secta a la que se le entregó la SEP puede hacer y deshacer a su antojo.
La sociedad civil sigue anestesiada y poco a poco va entrando en coma. Entretanto una secta en la SEP pretende apoderarse de las mentes de los niños. Tan bien saben que sus acciones son ilegales y que han violado la Constitución, que ahora la SEP ha declarado todos los documentos relativos a la preparación de los nuevos libros de texto gratuitos como “información protegida” que no podrá ser consultada ni requerida por dos años.
Y la sociedad no reacciona.