Después de dos años de que el SARS-CoV-2 empezó a expandir su huella, se realizan nuevas evaluaciones de su desarrollo, como las que tienen que ver con el potencial legado científico de la que es la primera gran pandemia del siglo XXI.
Una de las primeras cosas que ha mostrado es la importancia del libre acceso a nuevos datos e investigaciones, así como el impacto global de las desigualdades sociales en la salud. Por otra parte, ha subrayado el papel de distintas áreas de la genética para asumir un papel protagónico en la identificación de la enfermedad, elaboración de vacunas y búsqueda de tratamientos. Para los especialistas, sin embargo, la herencia negativa que podría estarse gestando es la amnesia social impulsada por el deseo de dejar atrás al Covid-19, aunque su rastro aún sea largo y evidente.
Lecciones históricas
La historia de las pandemias y epidemias ha ayudado a desarrollar estrategias de salud pública que siguen en coincidencia con el presente. Una de las grandes pandemias históricas, la peste bubónica o peste negra (llamada de este modo por el aspecto de las partes del cuerpo gangrenadas por el efecto de la bacteria Yersinia pestis) aceleró, a lo largo de siglos, el desarrollo de estrategias preventivas, incluidos hospitales de cuarentena aislados, medidas de distanciamiento social y, a fines del siglo XVI, procedimientos de rastreo de contactos. Estas últimas herramientas que pudieran parecer una novedad, tienen en realidad 500 años de historia.
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Con el paso de los años, la peste también contribuyó a que se generara un estudio más sistemático de las enfermedades infecciosas que dio lugar a un nuevo género de literatura científica. La peste bubónica tuvo ocho brotes principales desde 1347 hasta 1770, sin embargo, las pulgas (su principal vector) fueron identificadas como portadoras de la peste hasta fines del siglo XIX y principios del XX.
El papel de los vectores en el desarrollo de las emergencias de salud se ha desarrollado e influido desde entonces en la salud pública y la epidemiología. Según datos de la OMS, actualmente se sabe que las enfermedades de transmisión vectorial representan más del 17% de todas las enfermedades infecciosas y cada año siguen provocando más de 700 mil muertes y riesgos latentes de nuevas epidemias.
Marietjie Venter, viróloga molecular de la Universidad de Pretoria en Sudáfrica y estudiosa de la propagación de diferentes tipos de virus ha subrayado la necesidad de perfeccionar la capacidad de la OMS para determinar de mejor forma el papel de vectores y reservorios en el surgimiento de una enfermedad y entender con mayor facilidad cuándo la propagación de nuevos virus tiene potencial pandémico.
La peste fue tan devastadora (se considera que mató del 30 al 50% de la población europea) porque atacó desde tres diferentes trincheras, lo que hizo que su identificación fuera confusa a través de los siglos y desenmascarada totalmente hasta hace relativamente poco tiempo.
Aunque la peste bubónica era transportada por ratas negras y sus pulgas infectadas, también se transmitió de humano a humano como forma respiratoria y mediante la manipulación de tejidos infecciosos. En recientes investigaciones, el material genético extraído de los huesos y la pulpa dental de las víctimas enterradas en cementerios para las víctimas de la plaga, ha sido fundamental para entender el rastro de la bacteria y compararlo con el genotipo de muestras modernas.
En un trabajo bioarqueológico realizado por la investigadora británica Sharon DeWitte, quien utilizó muestras de 490 esqueletos de cementerios del este de Inglaterra, se concluyó que los individuos cuyos padres o abuelos vivieron la primera epidemia de peste tenían mayores probabilidades de sobrevivir, pues los descendientes de los supervivientes recibieron las ventajas genéticas que permitieron a sus antepasados enfrentar la peste bubónica. Se piensa que los sobrevivientes de la peste mantuvieron un sistema inmunológico con una incidencia relativamente más alta de un alelo genético que los podría haber vuelto, incluso, más resistentes a otras enfermedades. Al integrar información de fuentes documentales, estudios bioarqueológicos y genómicos, los investigadores siguen descifrando misterios de pandemias históricas en busca de entender mejor las de nueva aparición.
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Aprendizaje científico y social
A lo largo del siglo XIX, el cólera se propagó por el mundo desde su reservorio original en el delta del río Ganges, en la India. Seis pandemias posteriores mataron a millones de personas en todos los continentes debido a esta enfermedad diarreica aguda causada por la ingestión de alimentos o agua contaminados con el bacilo Vibrio cholerae; sin embargo, el cólera originó nuevas prácticas de saneamiento e instituciones de salud pública duraderas que con el paso del tiempo llevarían a fundar la Organización Mundial de la Salud.
En el libro Los años del cólera de Charles Rosenberg, profesor emérito de Yale, se señala que las estadísticas han demostrado a lo largo de la historia de esta epidemia, y de muchas otras, lo que el sentido común ya sabía: los que tienen menores posibilidades de sobrevivir son los que viven en las peores condiciones. Durante la pandemia de Covid-19 la ecuación se traduce en la inequidad en el reparto de las vacunas.
De acuerdo con informes de la OMS, solo la mitad de sus países miembros logró el objetivo de vacunar al 40% de su población, pero al final la cuenta se paga en común, pues una mayor transmisión le da mayor oportunidad al virus de seguir mutando.
17% DE TODAS as enfermedades infecciosas son de transmisión vectorial.
La pandemia de gripe en 1918 ayudó a impulsar un nuevo campo de la virología, aunque la Primera Guerra Mundial eclipsó los reflectores y la investigación biomédica avanzó lentamente. Sin embargo, impulsó la llegada del primer antibiótico y ayudó a construir el camino para la aparición del microscopio electrónico a principios de la década de los treinta del siglo pasado.
Casi un siglo después de la aparición del virus de la también llamada “gripe española” se logró su reconstrucción in vitro a partir de las secuencias obtenidas del análisis de muestras históricas de tejidos. Más de 100 años después, la gripe de 1918 sigue dando pistas de su fuerza.
La tecnología contemporánea y el desarrollo de la pandemia del SARS-CoV-2 han llevado a fortalecer la teoría de que los casos de encefalistis letárgica que aparecieron paralelamente a la gripe de 1918, en realidad se trataban de una consecuencia del coronavirus que emergió en esa época, y que hoy, incluso, ha servido para hacer nuevas analogías y explicar los trastornos neurológicos asociados al Covid-19 y sus repercusiones después de meses de la infección.
Snowden desmenuza la forma en que cada enfermedad se ubica en su amplio contexto histórico, cultural y social. A pesar de la distancia temporal, en cada una de estas etapas de emergencia, la ciencia, la fe y la política dictan la búsqueda de explicaciones y soluciones; sus contradicciones han dado lugar al señalamiento de culpables, psicosis masivas y creencias místicas que toman la forma que su época marca.
Los factores socioeconómicos y las características de cada población finalmente ayudan a visualizar los efectos a corto y largo plazo de las epidemias, pues si bien poblaciones enteras pueden verse atrapadas en el mismo “terremoto”, no todas habitan el mismo edificio.
En una reciente edición del citado libro, se agregan comentarios del autor sobre la pandemia que vivimos actualmente. El investigador simplemente subraya que tal como todas las pandemias, el Covid-19 no es un evento accidental o aleatorio, pues estos eventos eligen a las sociedades a través de las vulnerabilidades específicas que las personas han creado por sus relaciones con el medio ambiente, otras especies y entre sí.
Es así que los microbios que alimentan una pandemia son aquellos cuya evolución los ha adaptado para llenar los nichos ecológicos que cálidamente les hemos preparado, ¿está será la gran lección de la primera gran pandemia del siglo XXI o nuevamente la humanidad se esforzara por olvidarla?
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