A principios del siglo XVIII y con el objetivo de evangelizar las nuevas tierras, los jesuitas comenzaron la construcción de misiones en Baja California. Para poder fabricar el vino sacramental, los misioneros habían traído vides que fueron plantadas por primera vez en lo que hoy es la principal región productora de vino en el país. Estas plantas con 300 años de historia son las llamadas vides patrimoniales o vides viejas y en ellas podrían estar contenidos algunos de los secretos para que la industria vitivinícola luche contra los problemas relacionados con el cambio climático: promedios de precipitación menores a 200 milímetros por año, temperaturas que superan los 40 grados en verano y diversas enfermedades en vides comerciales.

Al rescate del pasado

El proyecto de identificación y rescate de las vides patrimoniales está a cargo del Centro de Investigación Científica y de Educación Superior de Ensenada (CICESE). La doctora Rufina Hernández Martínez, investigadora del Departamento de Microbiología de esta institución, señala que son vides que con el tiempo van desapareciendo, pero algunas se han rescatado y se mantienen prácticamente de manera silvestre. “Por un lado estamos investigando si estas plantas están sanas, pues muchas de ellas están establecidas sin agua. Se abandonaron y se centraron los recursos en otras que son mucho más vistosas, como Nebbiolo, Cabernet y Merlot”. Explica que las vides patrimoniales se fueron reduciendo hasta ocupar un área muy reducida. En la actualidad sólo hay 38 hectáreas de cultivo de estas plantas, de las casi 5 mil dedicadas a la vid en la entidad.

Hernández señala que las que permanecen están sobreviviendo a condiciones climatológicas adversas, como suelos arenosos, falta de agua y altas temperaturas. Se trata además de plantas que no son nativas de la región, pero que a pesar de las inclemencias han sobrevivido a través del tiempo. Entonces, existe el interés de los científicos en indagar en el por qué de su alta resistencia a este tipo de condiciones climáticas, que además se han exacerbado por el cambio climático. “Los trabajos que nosotros estamos haciendo abarcan principalmente dos cuestiones: saber si estas plantas están sanas e indagar los motivos de su resistencia”. Detalla que analizan si realmente es factible tomar varitas o fragmentos de madera para poder hacer plantas nuevas; también rastrean si están infectadas, por ejemplo, por algún hongo de la madera que pudiera aniquilarlas.

Los especialistas también buscan determinar cómo es que han logrado sobrevivir bajo condiciones tan adversas, así que analizan qué características morfológicas internas o de tejidos mantienen para resistir y, por otro lado, cómo establecen relaciones con organismos benéficos. Hernández señala que la idea es aislar estos organismos para utilizarlos incluso con otras vides comerciales. Se aíslan mediante métodos tradicionales de cultivo, pero también están a la espera del financiamiento del CONACYT para analizar la información al interior de la planta utilizando secuenciación masiva. “Mediante el DNA, e incluso RNA, queremos observar cuáles son los microorganismos asociados a estas vides para comparar plantas con riego y sin riego, y ver qué genes se expresan”. La secuenciación genómica dá la oportunidad de realizar un viaje al pasado y futuro de las plantas, pues también es posible observar si las vides podrían haber facilitado el surgimiento de nuevas variedades y qué características genómicas poseen.

El sabor del futuro

Ya se están produciendo vinos de este tipo de vides: Misión y Rosa del Perú. La investigadora señala que, de hecho, en Baja California hay varias casas comerciales que ya están haciendo vinos con estas variedades, por ejemplo, vinos Palafox (Ensenada) y Vinos Pijoan (Valle de Guadalupe), entre otros, que ya experimentan con las también llamadas vides criollas.

Hernández señala que las condiciones de lluvia en los últimos años se han reducido en la zona y esto forma parte del impacto del cambio climático que está teniendo eco en todo el mundo, pero que también alerta sobre la necesidad de hacer estudios más puntuales sobre estos cambios para prevenir problemas que serán aún más extremos en el futuro. Las vides patrimoniales se convierten en una apuesta que se explora, mediante diferentes frentes, en las principales regiones vitivinícolas de nuestro continente.

La vid Misión fue la más cultivada en el continente hasta casi finales del siglo XIX por lo que se encuentra en diversas partes de América bajo diversos nombres: Criolla Chica, en Argentina; País, en Chile; Negra Criolla, en Perú; y Misionera, en Bolivia. Además de esta cepa, existe en Latinoamérica una gran diversidad de variedades criollas con características diversas que se han ido descubriendo en los últimos años, por un creciente interés en su potencial genético único para revalorizarlas para distintos usos en la industria.

“Aparte de los estudios sobre microorganismos que pueden aliviar la producción, también es muy importante trabajar en estudios sobre cambio climático, no sólo sobre cómo afecta, sino cómo afectará a la zona. Por otro lado también son importantes las investigaciones sobre el uso de agua de riego”, comenta Hernández. A este respecto, subraya los estudios realizados por César Valenzuela, investigador del Instituto Nacional de Investigaciones Forestales, Agrícolas y Pecuarias (INIFAP).

La investigadora señala que hay un plan de traer agua de Tijuana para el Valle de Guadalupe con la finalidad de promover el agua de reúso, agua residual, frente a la falta de recursos hídricos para los viñedos en la zona. “Es importante cuidar esta región emblemática con vinos aceptados mundialmente, por lo que es necesaria más investigación en el área, no sólo aquí, sino en todo México, donde no falta el entusiasmo, pero a veces, faltan los recursos”.

Según datos de la Organización Internacional de la Viña y el Vino (OIV) existen alrededor de 10 mil variedades de uvas registradas en el mundo, pero sólo 33 variedades suponen el 50% del total que cubren la superficie de los viñedos con 13 abarcando más de un tercio de la superficie total. Más del 5% de la superficie mundial la ocupa la famosa Cabernet Sauvignon. Sin embargo, el alza de la temperatura en el mundo se muestra más sensiblemente a través de las dinámicas de los viñedos en el mundo. Las uvas comerciales requieren ajustes en sus terrenos y condiciones de cultivo, pero también otras uvas aliadas en esta lucha contra las nuevas condiciones climáticas.

La temperatura subió un grado en cuatro décadas y en algunas capitales emblemáticas del vino europeo, como Burdeos o Cataluña, las vendimias se han adelantado alrededor de un mes, lo que supone un rompimiento del equilibrio natural que se ha mantenido en las regiones vitivinícolas, pero también aviva el llamado de nuevo conocimiento científico. Precisamente en Burdeos se han buscado nuevas variedades de uva a la mezcla tradicional de las variedades comerciales de la región para que los productores de vino puedan tratar de compensar los cambios inducidos por el clima y devolver el sabor que se considera característico de la zona.

Daniel Revillini, biólogo de la Universidad de Miami, y quien colabora en España con el Consejo Superior de Investigaciones Científicas en (CSIC) también examina cómo el microbioma de las vides, bacterias, hongos y microorganismos que viven en y alrededor de las vides, podrían ayudar a mitigar los efectos del cambio climático. Revillini forma parte del proyecto FUNVINE que toma muestras de suelo de 15 ecorregiones vitivinícolas de todo el mundo. El proyecto empezó a finales del año pasado y finaliza en octubre 2024.

El objetivo es mejorar la comprensión de los factores de estrés de las vides mediante las variantes climáticas: desde sequías hasta inundaciones. Revillini espera crear una escala que pueda mostrar a los productores qué condiciones maximizan las propiedades benéficas de las bacterias y los hongos al tiempo que reducen el estrés y los patógenos. Mediante la lupa de la ciencia, el mundo se moviliza para rescatar esa vida que sabe mejor en un sorbo de vino.

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