Por encargo de José Vasconcelos, a la sazón secretario de Educación Pública del gobierno del presidente Álvaro Obregón, Diego Rivera pintó entre 1922 y 1923 su primer mural, La creación, en el interior del Anfiteatro de la Escuela Nacional Preparatoria, ubicada entonces en el Antiguo Colegio de San Ildefonso (hoy Museo de San Ildefonso), en el Centro Histórico de la Ciudad de México.
“Este mural es considerado el primero de una serie que inauguró un nuevo modo de figuración y, también, una nueva relación con el espacio arquitectónico”, señala Sandra Zetina, investigadora del Instituto de Investigaciones Estéticas de la UNAM.
A principios del siglo XX, las autoridades de la Escuela Nacional Preparatoria decidieron ampliar sus instalaciones. El arquitecto mexicano Samuel Chávez ganó el concurso al que se convocó, y retomó el estilo barroco de los antiguos claustros para construir el Anfiteatro. En 1910, éste quedó concluido, y el 22 de septiembre de ese mismo año fue sede de la inauguración de la Universidad Nacional de México, en el marco de las fiestas del Primer Centenario de la Independencia.
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“Como el Anfiteatro de la Escuela Nacional Preparatoria era un lugar simbólico muy importante para la Universidad Nacional de México, Vasconcelos concluyó que debía buscar a un pintor experimentado para que pintara un mural en su interior. Y pensó en Rivera”, dice la investigadora universitaria.
Impulso de renovación
Cuando Vasconcelos entró en contacto con él por intermediación de Alfonso Reyes, Rivera todavía estaba en París, donde había participado en los movimientos vanguardistas, especialmente el cubismo; sin embargo, desde 1917 ya estaba distanciado de éste por elección propia y ahora proponía una nueva figuración a partir del constructivismo y la representación de más dimensiones espaciales en un plano bidimensional.
“Gracias a este primer contacto con Vasconcelos y a la venta de algunas de sus pinturas, Rivera tuvo la oportunidad de hacer un viaje por Italia que resultó fundamental para lo que sería el primer muralismo, pues ahí pudo ver y estudiar a los autores de las grandes obras de la pintura mural, desde los etruscos y los primitivos hasta Giotto o Tiziano”, comenta Zetina.
Una vez que llegó a México en 1921 y se involucró de lleno en el proyecto vasconcelista, Rivera comenzó a dar una serie de conferencias en las que, además de mostrar cómo funcionaban las vanguardias europeas, incitó a todo el medio artístico mexicano a renovarse.
“Debemos considerar que el país recién había padecido una larga guerra civil que impidió que se conocieran a profundidad las últimas tendencias en materia de arte. Y Rivera trajo este potente impulso de renovación que influiría en toda una generación de pintores”, apunta la investigadora.
Alegoría
Se conocen varios bocetos de La creación. En ellos se aprecia cómo Rivera fue cambiando su composición para anclarla en la estructura arquitectónica y transformar el espacio.
“Originalmente había un órgano que cubría toda la concha acústica, pero Rivera lo quitó y colocó uno nuevo, de menores dimensiones, que se integraba a la composición pictórica. Es ahí donde está la figura central, con los brazos abiertos en cruz (el órgano formaba parte de su cuerpo). Quizá sea un autorretrato del mismo pintor. Representa tanto al Pantocrator como a Apolo y al hombre nuevo o el hombre mestizo, porque en este mural se ponen en juego muchas nociones sobre la diversidad racial que en esos años estaban a discusión. Encima de esta figura hay un semicírculo azul que simboliza la energía o el principio creador que irradia en tres direcciones; y debajo de ella, en medio de una exuberante vegetación tropical, un león, un querub, un toro y un águila.”
En opinión de Zetina, este mural explora el concepto del mestizaje, que hoy en día se ha puesto a debate, pero es una alegoría sobre las artes y las ciencias, y, también, una escala cósmica que plantea la transmisión del conocimiento desde lo celeste hasta lo terrestre, algo muy apropiado para un espacio como el Anfiteatro de la Escuela Nacional Preparatoria, donde había conferencias, ponencias, debates, conciertos...
“La iconografía es compleja en extremo y probablemente está basada en las pinturas al fresco de la Estancia de la Signatura, en el Vaticano, de Rafael, donde confluyen temas cristianos y paganos: Adán y Eva con el árbol de la vida, Apolo y las musas, así como las virtudes teologales y cardinales.”
A cada lado hay dos escenas. En la de la izquierda, abajo, aparece la Mujer sentada y desnuda; luego están las musas o alegorías de las artes y las ciencias: la Música, con piel de oveja y una flauta; el Canto, con vestido rojo; la Comedia, con trenzas; y la Danza, de pie y con los brazos alzados. Y junto a ellas se ven las personificaciones de las virtudes teologales: la Fe, la Esperanza y la Caridad.
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En la escena de la derecha, abajo, aparece el Hombre sentado y desnudo; después están la Fábula, vestida de azul y oro; la Tradición, con un vestido carmesí; la Poesía Erótica, con el cabello rubio; y la Tragedia, con el rostro cubierto por una máscara. Y junto a ellas se observan las personificaciones de las virtudes cardinales: la Prudencia, la Justicia, la Continencia y la Fortaleza.
Y hasta arriba de cada escena flotan dos figuras angélicas: la Sapiencia (a la izquierda) y la Ciencia (a la derecha).
“Un hecho curioso es que Rivera recurrió a varias personalidades de la época para usarlas como modelos. Así, la Música se basó en la entonces bailarina Dolores del Río; el Canto, en la modelo y novelista Guadalupe Marín, con quien Rivera se casó posteriormente; la Comedia, en la actriz de tandas Guadalupe Rivas Cacho; la Danza, en la compositora, organista, pianista y profesora Julia Alonso; y la Poesía Erótica, en la pintora y poeta Carmen Mondragón, llamada Nahui Ollin por el Dr. Atl, entre otras”, agrega la investigadora.
A la encáustica
Para hacer La creación, Rivera utilizó la técnica de la encáustica, que emplea cera fundida y resina para aglutinar los pigmentos, y se aplica con fuego directo.
Por lo demás, el pintor guanajuatense dijo que había recuperado esta técnica griega antigua y al mismo tiempo creado la encáustica mexicana, porque a la fórmula le añadió resina de copal, y echó mano de un soplete para fundir los colores sobre el muro.
“Ahora bien, como la encáustica es muy complicada, tardó un año en terminar dicho mural, por lo que nunca más se sirvió de ella para pintar otro. Como asistentes tuvo a Carlos Mérida, Xavier Guerrero y Jean Charlot. Y tan colectiva fue la hechura de La creación que no está firmado. Sí, es uno de los pocos murales de Rivera, si no es que el único, que no lleva su firma”, indica Zetina.
El 23 de marzo de 1923 lo presentaron el mismo Vasconcelos, Alfonso Caso y Manuel Maples Arce, fundador del estridentismo, quien leyó un discurso totalmente vanguardista.
“Y, según la invitación, Julia Alonso, vestida con una larga túnica blanca y con el cabello largo y suelto, como aparece en este mural, tocó al piano varios preludios de Chopin”, finaliza la académica.
Sandra Zetina
Investigadora del Instituto de Investigaciones Estéticas de la UNAM
“La iconografía es compleja en extremo y probablemente está basada en las pinturas al fresco de la Estancia de la Signatura, en el Vaticano, de Rafael…”
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