Cuando nos enteramos de la aparición de una nueva enfermedad que causa estragos en un país o incluso alrededor del globo buscamos informarnos sobre las causas, los síntomas y cómo podemos evitarla.
Rara vez nos ponemos a analizar el nombre de la enfermedad y quién la llamó así.
Sin embargo, los nombres de las enfermedades tienen un enorme peso político, económico y social.
"Cuando surge una nueva amenaza a la vida, la primera y más apremiante preocupación es nombrarla", asegura la periodista científica Laura Spinney en su libro "Jinete Pálido: La gripe española de 1918 y cómo cambió al mundo".
Spinney le explicó al programa "Word of mouth" (Boca a boca), de Radio 4 de la BBC, por qué es tan importante la denominación.
"Es muy difícil hablar de algo que no tiene un nombre y aún más difícil combatirlo. Una vez que le has puesto un nombre puedes hablar sobre él, discutir sobre posibles soluciones, adoptar o rechazar esas soluciones, transmitir un mensaje de salud pública y pedir que la gente la cumpla", afirmó.
"Creo que no hay nada más atemorizante que algo que no tiene un nombre y no sabes lo que es", agregó.
No obstante, a veces cuando aparece una enfermedad infecciosa las autoridades se apuran en nombrarla incluso antes de conocer todos sus síntomas y efectos. Y en ocasiones esos nombres terminaron siendo erróneos o confusos.
Un ejemplo que citó la experta fue la pandemia conocida como gripe porcina, que apareció en 2009.
"Es probable que haya surgido con una transmisión de cerdos a humanos pero el motivo por el cual se tornó en una enfermedad peligrosa es que se contagiaba entre humanos", recordó.
El nombre elegido tuvo fuertes consecuencias: muchos países prohibieron las importaciones de carne de cerdo y en Egipto tomaron la drástica decisión de sacrificar a todos los puercos: unos 300.000 animales que eran criados principalmente por los coptos, una minoría cristiana.
El caso más famoso de una enfermedad incorrectamente nombrada fue el del peor brote de influenza de la historia, que mató a más de 50 millones de personas en todo el mundo en 1918 y 1919.
Aún hoy, 100 años más tarde, seguimos llamándola la gripe española.
Sin embargo "no hubo nada particularmente español sobre la enfermedad", contó Spinney.
"Afectó a España pero no empezó en España, creemos que probablemente empezó en Estados Unidos, aunque no sabemos con certeza", señaló.
"El motivo por el cual se llamó la gripe española fue porque España fue neutral durante la Primera Guerra Mundial y no censuraba a sus diarios, como sí lo hacían Estados Unidos, el Reino Unido, Francia y las naciones en guerra, que prohibieron que se informe sobre la gripe para no bajar la moral de la población".
"Así que cuando los españoles empezaron a reportar los primeros casos que surgieron en Madrid, que ocurrieron varios meses después de los primeros casos en EE.UU. -algo que ellos no sabían-, al resto del mundo le pareció que la enfermedad surgió en Madrid y lo llamaron la gripe española".
A pesar de este error, lo cierto es que nombrar una enfermedad por el lugar donde surgió -o donde se cree que surgió- siempre fue muy común.
La lingüista Laura Wright le enumeró a la BBC varios ejemplos, como la fiebre de Malta, la fiebre del Mediterráneo o la enfermedad de Lyme, nombrada por el pequeño pueblo en Connecticut, Estados Unidos, donde se descubrió por primera vez.
Wright explicó que en el pasado lejano, antes de que hubiera científicos expertos en virus y bacterias, las enfermedades también llevaban nombres de animales, por ejemplo la varicela, que inglés se llama chicken pox, por el pollo o la escrófula, que en ese idioma significa "pequeña cerda reproductora".
Otro origen de los nombres tenía que ver con cómo las víctimas se veían o actuaban tras el contagio, por ejemplo el small pox (viruela), llamada así en inglés por las marcas pequeñas que dejaba en la cara.
En tiempos modernos también se nombró a algunas enfermedades basado en quiénes las sufrían. Un ejemplo es la enfermedad del legionario, llamada así porque las primeras víctimas conocidas fueron participantes de la Legión Americana que participaban de una convención en un hotel, en 1976.
También hay muchas condiciones que llevan los nombres de los científicos que identificaron su causa, como la listeriosis (nombrada por el cirujano inglés Joseph Lister), el síndrome de Down o la enfermedad de Creutzfeldt-Jakob (también conocido como la versión humana del mal de la vaca loca).
Peter Piot, director de la Escuela de Higiene y Medicina Tropical de Londres y profesor de salud global, le dijo a la BBC que hoy muchos expertos considerarían de mal gusto usar su nombre para identificar a una enfermedad fatal.
En 1976, Piot fue uno de los científicos que descubrió el ébola, enfermedad que decidieron llamar así por el nombre de un remoto río cercano a la aldea en la República Democrática del Congo donde se descubrió esa fiebre hemorrágica.
El experto señaló que la forma tradicional de nombrar enfermedades por el lugar donde presuntamente surgieron causa mucho estigma.
"Cuando identificas a una enfermedad con el nombre de un país eso puede tener una connotación política y también tiene enormes consecuencias: se cierran las fronteras, se cancelan los vuelos a ese destino. Tiene consecuencias enormes para toda la economía de ese país".
Para evitarlo, en 2015 la Organización Mundial de la Salud (OMS) emitió nuevas reglas para nombrar enfermedades y evitar errores del pasado.
"El nombre no debe estigmatizar, ni nombrar lugares específicos, ni animales, ni grupos humanos. Debe evitar palabras alarmantes como 'fatal' o 'desconocido' y debe ser neutral", enumeró Piot.
Sin embargo, Laura Spinney advirtió que un nombre neutral, que no menciona la fuente de contagio y evita causar alarma, podría resultar peligroso.
"Creo que la intención de la OMS de evitar el estigma y la discriminación fue buena, pero en este contexto un nombre tiene que hacer que la gente esté alerta y debe aclarar cuáles son las potenciales fuentes de infección que uno debe evitar. Tengo la sensación de que esto no ocurrirá con las nuevas reglas", afirmó.
"Estos nombres insípidos y olvidables no harán que la gente esté alerta porque no sabrán de qué hablamos", agregó.
La periodista científica recalcó que a veces llamar a la cosas por su nombre puede generar un efecto positivo.
"Hoy se cree que la próxima pandemia de gripe podría surgir de aves domésticas, pero bajo las nuevas reglas no podríamos decirlo", ejemplificó.
"A veces dar el nombre del origen pone presión sobre un sector para evitar que el riesgo sea aún mayor. Por ejemplo, 'gripe aviar' sugiere algo de responsabilidad de la industria agropecuaria y de los gobiernos que la regulan".
"Pero si uno saca esa información del nombre entonces hay menos presión y nadie está obligado a hacerse cargo".
Los expertos coinciden en que no hay una persona o grupo específico que decide los nombres de una enfermedad: pueden ser médicos, políticos, burócratas o periodistas.
Y lo cierto es que no hay reglas. "Simplemente el nombre más pegadizo es el que perdura", señaló Spinney.
Por su parte Wright, la lingüista, anticipó que las nuevas directrices de la OMS no tendrán mucho efecto.
"Las reglas suponen que hay un poder que puede controlar el idioma y no lo hay. La gente lo va a llamar como lo quiera llamar", sintetizó.