El tercer satélite Sentinel-1 de Copernicus fue depositado recientemente en el espacio por un cohete Vega-C desde un puerto espacial en la Guayana Francesa. El recorrido tardó ocho minutos en concretarse. El cohete puede lanzar al espacio cargas de un poco más de 2 mil kilos, como pequeñas naves científicas y de observación de la Tierra. Este episodio científico resume muchos de los avances que ha logrado la tecnología espacial en la actualidad.
Por un lado, habla de la efectividad para realizar lanzamientos exitosos con mayor rendimiento de recursos; y por otro lado, respalda los avances en la investigación científica para monitorear nuestro cambiante entorno terrestre.
Se trata de un tercer lanzamiento de un satélite Sentinel, que amplía el legado de sus predecesores, ya que proporciona imágenes de radar de muy alta resolución. La directora de los programas de observación de la Tierra de la Agencia Espacial Europea (ESA), Simonetta Cheli, señaló al respecto, que la misión desempeña un papel crucial a la hora de abordar desafíos globales como el cambio climático y la respuesta a los desastres naturales, pues garantiza la continuidad de los datos de radar, vitales para registrar la vigilancia de la superficie terrestre, océanos y capas de hielo.
Lee también: Microplásticos: pequeños, pero muy peligrosos
La misión Sentinel-1, la primera del proyecto Copernicus de la ESA, se basa en una constelación de dos satélites idénticos que vuelan en la misma órbita, pero separados 180°. El primer satélite fue lanzado hace exactamente una década, mientras el segundo fue colocado en el espacio en 2016, pero tuvo que ser desorbitado hace un par de años por una falla técnica.
La idea es que el reciente lanzamiento de Sentinel 1-C regrese el potencial del equipo bisatélite para la recopilación de datos ambientales.
La ambiciosa misión Sentinel de Copernicus mantiene una tecnología de radar avanzada que brinda imágenes de la superficie terrestre bajo cualquier condición meteorológica, durante día y noche. Sus instrumentos de radar de apertura sintética (SAR) de banda C, le permiten capturar imágenes de muy alta resolución que contribuyen a numerosos servicios y aplicaciones, como la vigilancia del hielo marino, el seguimiento de icebergs y el mapeo del paisaje polar. El seguimiento y medición de la extensión del hielo marino es vital porque afecta los ecosistemas locales, los patrones climáticos regionales y globales, así como la temperatura y la circulación de los océanos.
Pascal Peduzzi, experto en cambio climático del Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA) ha publicado numerosos textos sobre la importancia del hielo marino y su devenir ante los efectos del cambio climático.
El experto señala que lo que sucede con el hielo marino en el Ártico puede parecer remoto e irrelevante para nuestra vida diaria, pero la realidad es que puede tener un impacto muy cercano, ya que la nieve y el hielo ayudan a mantener fresco el planeta porque reflejan los rayos del Sol de vuelta al espacio. El incremento en las temperaturas significa que el hielo marino se está reduciendo, por lo que las temperaturas del océano suben y el agua más cálida (y con un mayor volumen) contribuye al aumento del nivel del mar. Su seguimiento es vital.
“La extensión del hielo marino afecta los ecosistemas locales, los patrones climáticos regionales y globales, y la temperatura y la circulación de los océanos. Si el hielo marino del Ártico continúa reduciéndose, es posible que veamos al océano Ártico sin hielo en verano a mediados de la década de 2040 y con ello la desaparición de muchas especies, como los osos polares”, afirma Peduzzi.
El estudioso agrega que la extensión más baja de hielo marino en nuestro planeta se registró en 2012, pero en 2019 se contrajo a casi el mismo tamaño y este año continua la tendencia.
Por otra parte, esta doble constelación de satélites desempeña un papel importante en la vigilancia marina, como la detección de derrames de petróleo, así como el seguimiento de buques y de actividades pesqueras ilegales. Además, se utiliza para observar la deformación del suelo causada por hundimientos, terremotos y actividad volcánica, al igual que para cartografiar bosques, agua y recursos hídricos. Es así que la misión es crucial para apoyar la ayuda humanitaria y responder a las crisis climáticas en todo el mundo.
El próximo año, también se espera llevar al espacio a Sentinel-1D para fortalecer aún más la recopilación de datos. Los datos de Sentinel están disponibles gratuitamente a través del ecosistema de espacio de datos de Copernicus, lo que proporciona acceso instantáneo a una amplia gama de información para investigación científica y la prevención de desastres en todo el mundo.
Del metano y otras cosas
El Ártico se encuentra ahora entre las regiones del planeta donde el calentamiento avanza más rápido, a un ritmo más de dos veces mayor que el promedio mundial. Con temperaturas que rebasan los 38 grados centígrados, los científicos están preocupados porque el dióxido de carbono y el metano previamente capturados bajo tierra se liberan a medida que se descongelan áreas que permanecían bajo hielo, como el permafrost.
El metano es el principal contribuyente a la formación de ozono a nivel del suelo, un gas de efecto invernadero y un contaminante peligroso del aire, cuya exposición causa un millón de muertes prematuras cada año.
En un período de 20 años, su capacidad de calentamiento es 80 veces más potente que el dióxido de carbono: es el segundo mayor contribuyente al calentamiento global después del CO2, pues su concentración en la atmósfera se ha duplicado en los últimos 200 años.
Precisamente, hace unos meses fue lanzado otro satélite para vigilar con mayor puntualidad al que también es el principal componente del gas natural.
El satélite MethaneSat fue desarrollado por la organización estadounidense sin fines de lucro Environmental Defense Fund y la Agencia Espacial Neozelandesa. Su objetivo es localizar fugas de metano procedentes de operaciones petrolíferas y de gas en todo el planeta, así como los índices de pérdida de emisiones naturales para seguir su evolución a lo largo del tiempo.
Los diferentes tipos de satélites, clasificados según su órbita o función, se han convertido en herramientas de supervivencia. Facilitan el análisis espacial, predicción meteorológica, estudio del cambio climático y gestión de catástrofes. De tal forma que la órbita GEO es ideal para los diferentes tipos de satélites meteorológicos, ya que proporciona un punto de vista constante que permite a los científicos controlar los patrones de las nubes y predecir sus movimientos.
Los satélites de investigación climática están equipados con tipos específicos de sensores que permiten a los científicos recopilar datos completos variados sobre los océanos y el hielo, la tierra, la biosfera y la atmósfera del planeta.
Este año inició con el lanzamiento del satélite PACE por parte de la NASA, que ya ofrece una mejor comprensión acerca de cómo interactúan entre sí los aerosoles atmosféricos (como contaminantes y cenizas volcánicas) y la vida marina, incluyendo algas o plancton.
Mientras tanto la agencia espacial estadounidense también está colaborando con India en otro satélite avanzado de observación de la Tierra que se lanzará el próximo año. El llamado Nisar empleará un radar para medir el aumento de las temperaturas en los glaciares y otras superficies en proceso de deshielo.
No todo lo que brilla es oro
Se calcula que el mercado mundial se satélites de observación de la Tierra se triplicará en la próxima década. Según datos de Novaspace, consultora líder en el sector espacial, el poder de fabricación aumentará 40%, mientras que las capacidades de lanzamiento se incrementarán 55%. Todo esto ha sido posible gracias a la miniaturización de la tecnología que ha impactado en la funcionalidad de las inversiones; sin embargo, esta tendencia impone varios retos.
Se contabilizan en la actualidad poco más de 10 mil satélites activos, pero el número de satélites en órbita podría alcanzar los 100 mil a finales de esta década. Además de la investigación científica y monitoreo de catástrofes, los satélites por excelencia que guían el ritmo de la vida en la Tierra, tienen que ver con las comunicaciones.
Lee también: Descubren metal tóxico y cancerígeno en varios alimentos comercializados en la CDMX
La empresa Space X, de Elon Musk, se ha convertido en una de las más prolíficas en este terreno. Se calcula que dos tercios de los satélites que orbitan la Tierra pertenecen precisamente a Starlink.
En 2024 Space X hizo crecer su constelación. Los satélites de Starlink orbitan aproximadamente a 550 kilómetros sobre la Tierra desde donde, ocasionalmente, son visibles a simple vista mientras se desplazan por el cielo. Los especialistas señalan que la cantidad de satélites artificiales ha comenzado a entorpecer la investigación astronómica que se realiza desde la superficie del planeta. Paradójicamente, los prodigios tecnológicos podrían impedir muchas de las observaciones terrestres para fines científicos.
Regulaciones más estrictas que impidan la sobrepoblación de satélites y la basura generada por esta tecnología, sería el devenir lógico para su sana convivencia, pero los juegos de poder al final tienen la última palabra y el próximo lugar de Musk en el gabinete presidencial estadounidense podría anteponerse a cualquier otro interés. Un mundo nos vigila, para bien y para mal.