El frenesí amoroso luce diferente al interior del cuerpo. La producción de neurotransmisores se acelera. Sustancias como la serotonina, la dopamina, las endorfinas y la oxitocina diseñan un juego orgánico que el humano ha intentado encapsular en una palabra: amor.

Sobreutilizada y nutrida de todo tipo de subjetividades, la palabra “amor” es el principal motivo de reflexión de aquello que mueve al mundo. A la literatura, la filosofía, la mercadotecnia o el arte, se suma la ciencia que explora las reacciones que desencadena.

El estudio de los impulsos biológicos que provocan una variada gama de sensaciones, desde el placer y la calma hasta la obsesión, la ansiedad y la depresión, puede ayudar a los científicos a entender mejor cómo funciona el organismo humano y generar diversos patrones conductuales y cognitivos que lleven a entender mejor, incluso, el origen de algunas enfermedades mentales.

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Fuente: Revista Cerebral Cortex, Oxford Academin
Fuente: Revista Cerebral Cortex, Oxford Academin

Seis tipos de amor

En una investigación reciente publicada en Cerebral Cortex, una revista científica de la Universidad de Oxford, un grupo de investigadores, liderado por la neurocientífica Rinne de Parttyli, exploraron las áreas cerebrales involucradas en el amor a través de seis estímulos diferentes: la pareja romántica, los hijos, los amigos, los extraños, las mascotas y la naturaleza. Para los especialistas era importante trascender en el estudio de las diferentes experiencias amorosas, pues se sabe poco sobre los mecanismos neuronales del amor más allá de los tipos románticos y maternales.

Participaron medio centenar de adultos de entre 20 y 50 años, cuyo cuerpo era escaneado tras recibir estímulos auditivos y visuales sobre historias amorosas en distintos contextos. Los resultados mostraron que la actividad neuronal depende de su objeto. El amor interpersonal se proyecta en áreas cerebrales de cognición social: en la unión temporoparietal y las estructuras de la línea media. Esto es más claro en el amor por las mascotas o la naturaleza; en dueños de mascotas activó mejor estas mismas regiones que en los participantes sin mascotas.

La unión temporoparietal (UTP) es una zona cerebral importante para muchas funciones cognitivas, como el procesamiento del lenguaje, la orientación espacial, el procesamiento de información social y la regulación emocional. La UTP integra información del tálamo, el sistema límbico, los sistemas visual, auditivo y somatosensorial. Su actividad se relaciona con trastornos psicológicos, neurológicos y psiquiátricos.

Finalmente, el amor por la naturaleza activó con más fuerza las regiones occipitotemporal y parietal ventral anterior en comparación con el amor por humanos o mascotas, y se observó un efecto similar a favor del amor por extraños en comparación con los amigos.

El amor en vínculos más cercanos se asoció con una activación más fuerte de los sistemas de recompensa cerebrales. Es así que los científicos evaluaron la experiencia amorosa determinada por factores tanto biológicos como culturales, que se originan en mecanismos neurobiológicos del apego.

Para los investigadores, los sentimientos de amor se encuentran entre los fenómenos humanos más significativos, pues ofrecen información sobre la formación y el mantenimiento de los vínculos de pareja, entre padres e hijos, así como las relaciones con el otro y con la naturaleza. Los cambios culturales y sociales modifican las concepciones amorosas que se manifiestan en los marcadores biológicos.

La exploración del amor y la IA

La inteligencia artificial (IA) también está en la exploración de los impulsos amorosos. Las estrategias de seducción para encontrar una pareja romántica cambiaron a las aplicaciones mediante un vasto menú de fotografías y frases que delatan gustos y aficiones de un humano con el que podríamos empatizar. Todo eso fue la antesala de una nueva tendencia de aplicaciones de chatbots que buscan empatar nuestra idea de un compañero perfecto con una creación virtual que responde a nuestros intereses.

Aplicaciones como Replika llevan a la discusión la temática sobre cómo empezar a estudiar un nuevo objeto amoroso, una séptima clasificación que analice nuestro apego a objetos inanimados. Esta aplicación que contabiliza más de 30 millones de usuarios en todo el mundo fue lanzada en 2017 como un chatbot entrenado con inteligencia artificial generativa que crea un avatar con una red neuronal específica basada en preguntas al usuario. La finalidad es crear amigos, socios conyugues, hermanos o mentores virtuales que respondan a las necesidades afectivas de una persona.

Fue creado por una periodista rusa que alimentó la red neuronal con los mensajes de texto que conservaba de un amigo fallecido, lo que le dio la idea de crear una nueva generación de “acompañantes” que trae diversos cuestionamientos a los investigadores. Este tipo de aplicaciones se han multiplicado con diferentes respuestas.

Mientras que para algunos los chatbot “a la carta” pueden convertirse en una alternativa para lidiar con la soledad, sobre todos en casos donde la sociabilidad pueda estar limitada por ciertos condicionamientos físicos o emocionales; para otros, se trata en realidad de limitar las posibilidades de acercamiento al mundo real.

Los rápidos avances en la adopción de tecnología, la infraestructura digital y las ofertas de servicios en línea han incorporado soluciones digitales en todas las esferas de la vida cotidiana. El profesor de salud digital de la Universidad de Melbourne, Simon D’Alfonso, ha señalado que esta creciente dependencia de la IA podría conducir a un mayor aislamiento social, habilidades de comunicación alteradas y cambios en la percepción de la intimidad y el compañerismo, lo que genera preocupaciones sobre el futuro de la conexión humana y la dinámica comunitaria.

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Cuando la IA se convierte en un sustituto de estas interacciones, los especialistas temen que estas herramientas puedan conducir a una disminución de la interacción humana y paradójicamente a un aumento de la soledad, pues los compañeros de IA pueden programarse para que sean siempre complacientes, pacientes y comprensivos. El mundo real no es así, lo que podría normalizar la gratificación instantánea, creando estándares poco realistas de disponibilidad constante e interacción perfecta.

En el libro ¿Por qué tenemos el cerebro en la cabeza? (Debate, 2019) del especialista en mecanismos neuronales, Pedro Maldonado, se señala que quizá sea posible inferir la idea de conciencia a través de la existencia de los mecanismos biológicos del cerebro a través de su evolución. Mientras más complejo ha llegado a ser este órgano su gama de conductas se multiplica, pero se ancla a la toma de decisiones.

Es decir, la conciencia es el proceso que monitorea nuestras simulaciones e imaginaciones y las distingue como algo diferente a la realidad que vivimos cuando interactuamos con el mundo físico. La IA no tiene conciencia y eso es lo que aún nos divide. Sus decisiones en realidad están determinadas por nuestras elecciones y mientras prevalezca nuestra capacidad de decidir, podremos seguir definiendo nuestra humanidad a través de los lazos que nos unen con otros seres conscientes.

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