“Seguimos siendo una sociedad que se dedica a recuperarse del desastre, no a prevenirlo. Somos buenos para llegar con apoyos, dinero, estufas… cosas para que la gente no haga un escándalo mayor. Esa filosofía debe cambiar radicalmente e implica cambiar el modelo de desarrollo, principalmente en las ciudades, donde se concentra la mayor cantidad de gente”, señala el doctor Víctor Magaña, investigador en el área de prevención y gestión de riesgo del Instituto de Geografía de la UNAM.
“Creo que quienes están al frente en el país en la gestión de riesgo no tienen claro lo que son los atlas de riesgo y para qué sirven. Se esperaría que la información se utilizara para corregir los riesgos que ponen en peligro una zona. Es decir, la información generada debería utilizarse también para la planeación y para mejorar la condición de vida de la gente que ahí habita, pero eso nunca se ha hecho”, dice.
Víctor Magaña agrega que rara vez la planeación se realiza en las ciudades y mucho menos bajo consideraciones de riesgo, pues sólo cuando los desastres se manifiestan empiezan a decirse cosas como: “Era una zona de alto riesgo”, “allí se debió haber actuado de otra forma desde hace mucho…”, dichos que se repiten una y otra vez sin un cambio de fondo.
“Estos no son libros, son sistemas dinámicos alimentados de herramientas computacionales de información geográfica que se actualizan de manera constante y donde el gestor del riesgo debiera darse cuenta en qué momento se presenta el fenómeno y cómo se va construyendo el peligro; pero no sólo esto, debería tener a su alcance el conocimiento necesario para sugerir cuáles son las acciones puntuales para tratar de evitar que se materialice el desastre. Pero quizá se pide demasiado porque no están desarrollados esos sistemas, ni tampoco tenemos a los expertos en los sitios estratégicos”.
Riesgo y vulnerabilidad
Por otra parte, la doctora Naxhelli Ruiz, también investigadora del Instituto de Geografía de la UNAM, señala que en el Atlas Nacional de Riesgos se concentran herramientas de monitoreo de fenómenos resultado de mucho trabajo científico, como el monitoreo sísmico, considerado uno de los mejores del mundo, además del monitoreo del volcán Popocatépetl; pero hay muchas otras cosas que tienen que ver sobre cómo se conoce y aborda la dinámica de las amenazas de manera general.
“Un atlas de riesgos no solo se basa en el monitoreo de amenazas, esta no es una condición suficiente para la toma de decisiones. Se debe considerar la definición de riesgo que tenemos en nuestra ley, que se define como daños y pérdidas probables, así que en teoría cualquier atlas de riesgo debiera contener el monitoreo de amenazas, pero también el monitoreo de otros elementos que permitan descifrar las posibles afectaciones en caso de materializarse una amenaza”.
En la variada gama de tipos de afectación que van desde la pérdida de vidas hasta de infraestructura o servicios, entra en juego un concepto muy importante que es el de vulnerabilidad y que necesita muchos indicadores que van cambiando, como datos poblacionales, características de la infraestructura y otras variables que pueden afectar el suelo, como por ejemplo, la extracción de agua.
Ruiz señala que hace una década se empezaron a ejercer recursos para la generación de atlas municipales mediante la instauración del Programa de Prevención de Riesgos en los Asentamientos Humanos (PRAH), pues su orientación era la planeación urbana. “A partir de la definición de amenaza se tenían que alimentar los programas de desarrollo urbano y otros programas, por ejemplo, los federales de vivienda y asentamientos humanos para no invertir en zonas de alta exposición o amenaza no mitigable”.
Un delicado engranaje
Además del desarrollo de herramientas y uso de datos que integran la gestión del riesgo en el país, pesa mucho la política municipal. Ruíz explica que no basta decir que se trata de una zona de alta exposición, sino de qué hacer con la gente que habita allí. Apunta que se debe diseñar una política de atención y mitigación, pero eso es costoso, no sólo económicamente, sino políticamente porque eso requiere poner límites.
Hay otros fenómenos relacionados con las manifestaciones extremas del clima, que también están relacionadas con el crecimiento anárquico de la mancha urbana, como el caso de las islas de calor. Debido a las grandes masas de concreto en las urbes, las lluvias tienen manifestaciones más violentas; pero sin estrategias para el crecimiento inmobiliario o sin presupuesto para mitigación de lluvias en las urbes (como cambiar pavimentos a materiales permeables, entre otras cosas), parte de la prevención se queda sin herramientas contundentes de acción.
Ruiz explica que el sistema nacional de protección civil está descentralizado y se trabaja con funciones concurrentes: local, estatal, federal. “Así funciona y las fallas están a la vista de todos. Se debe tener la alerta, luego debe llegar a las personas adecuadas y ellas deben saber tomar decisiones conforme a lo que cada nivel de alerta significa y disponer de recursos para tomar una decisión de evacuación, determinar albergue, etcétera; es decir, una serie de pasos que requieren ensayo previo y todos los que trabajan deben saber perfectamente cuál es su función para llegar a ese punto de salvaguardar la vida, y en la medida de lo posible, los bienes de las personas. Ese sistema tiene muchos puntos donde puede fallar, pues está condicionado para funcionar como un reloj de engranaje y si uno falla, falla el resto del sistema”.
“Son necesarias herramientas tecnológicas que respeten el lenguaje técnico, pero los lenguajes especializados, incluso en cartografía, tienen un aspecto de distanciamiento con el público en general”. En este sentido, su equipo ha trabajado en el área metropolitana de Guadalajara en el desarrollo de una serie de mapas simplificados para que estas herramientas sean de más fácil acceso”.
Víctor Magaña señala que es vital que los atlas de riesgo sirvan para tomar decisiones y no se pierdan como libros empolvados en la vitrina de algunas dependencias.
El especialista señala que en la actualidad se cuenta con muchas herramientas para construir conocimiento, como satélites y modelos numéricos para crear, por ejemplo, datos sobre vulnerabilidad, pero falta que la parte de ciencia se traduzca mejor en información práctica y que se combine en un verdadero esquema de gobernanza, donde se requiere autocrítica de todas las partes sobre lo realizado hasta ahora. “Los resultados nos dicen con claridad que no lo estamos haciendo tan bien como pensamos”.
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