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¿Se enciende la computadora y bajo la búsqueda en Google del término “Covid-19” aparecen más de cinco mil millones de resultados en 0.57 segundos. En cada uno de los 86 mil 400 segundos que conforman un día aparece nueva información que se lee, traduce, corta, entiende, explica y comparte en diferentes formas en todo el mundo. Según datos de la Unión Internacional de Telecomunicaciones (UIT), más del 50 % de la población mundial tiene acceso a internet, es decir, que al menos 3 mil 900 millones de personas en el mundo navegan por el mar de información que en tiempos de pandemia gira básicamente en torno al nuevo coronavirus.
Los ríos de información fluyen a toda velocidad a través de las redes sociales. En los mensajes grupales aparecen mitos y creencias populares, intercalados con noticias falsas que de tanto repetirse se han asumido como verdades irrefutables. También hay notas de fuentes confiables y otras de las que se han extraído un par de párrafos, convirtiéndose en verdades a medias que como el viejo juego del teléfono descompuesto han adquirido una nueva interpretación tras cada susurro en el oído o cada “click” tras compartir la nota. El reto cotidiano se convierte en un juego de descubrir la verdad o la mentira que se anida tras la llegada de un nuevo mensaje.
A medida que las personas han tenido que mantener la distancia social para evitar la propagación del nuevo coronavirus, las redes sociales se convierten en una excelente forma de mantenerse en contacto con amigos, familiares y compañeros de trabajo, pero desgraciadamente también se han convertido en una fuente de información errónea y malos consejos, algunos de ellos incluso peligrosamente incorrectos, que pueden diseminarse con mayor velocidad que el propio SARS-CoV-2. La pandemia viene acompañada con una infodemia.
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El intercambio de información en las redes sociales es un buen termómetro de cómo van evolucionando los temores en torno al virus. Jeff Hancock, profesor de comunicación en la Facultad de Humanidades y Ciencias de Stanford y director fundador del Laboratorio de Medios Sociales de esta universidad, recientemente publicó un texto donde explica por qué las noticias falsas o engañosas son tan atractivas.
En comparación con las noticias reales, las noticias falsas tienden a incluir información que es más sorprendente. Otra de las características que enuncia Hancock es que también las notas más viralizadas son aquellas que tienden a provocar sentimientos claros de ira o ansiedad. Cualquier información que se ajuste a eso, debería verificarse.
Otras señales que deberían levantar sospechas incluyen fuentes desconocidas, remedios de fácil acceso, rumores provenientes de amigos o parientes cercanos, números inusuales de avales (o me gusta) y fotografías retocadas o memes. En este sentido, Hancock explica que las plataformas también están asumiendo la parte que les corresponde al intentar eliminar el contenido a todas luces falso para evitar que la información errónea se propague. Por otra parte, las personas tendrían que ir adquiriendo el hábito de realmente leer la información que compartan (no sólo encabezado y sumario), asegurándose de verificar sus fuentes y obtener sus noticias de servicios de agencias reconocidas.
Desde febrero, fue la misma Organización Mundial de la Salud la que lanzó las primeras advertencias sobre las posibles consecuencias de la infodemia, por lo que instancias como la Red Internacional de Verificación de Datos, con agencias afiliadas en 45 países, como la AFP, publicó desde el inicio de la epidemia alrededor de 150 artículos que verificaban las afirmaciones falsas más virales. Una de las más preocupantes: el consejo de beber lejía ante la sospecha del Covid-19. La lejía es un líquido corrosivo que se emplea para desinfectar, cuyo consumo es mortal. Su ingesta parecería absurda, pero el miedo es mal consejero.
El experto explica que cuando las personas sienten temor, buscan todo tipo de información para reducir la incertidumbre. Quizá se requiera más para hacerlas beber una sustancia venenosa, pero con facilidad pueden dar por cierta información incorrecta o engañosa por la simple razón de que les ayuda a sentirse mejor o les permite culpar a los demás por lo que está sucediendo. Esto ayuda a explicar por qué las teorías de conspiración se vuelven tan prominentes. Después de la aparición de un nuevo virus y la llegada de una epidemia, tal como ocurrió con el ébola y el zika, navega la idea de que el virus fue creado en un laboratorio para acabar con cierto tipo de población o con la finalidad de enriquecer a un grupo, como las farmacéuticas.
Aunque a veces la incredulidad impere, no existen evidencias que sugieran que el virus sea artificial. Los expertos se encargan de desmentirlo hasta el cansancio: SARS-CoV-2 se parece mucho a otros dos coronavirus que han desencadenado brotes en las últimas décadas: SARS-CoV y MERS-CoV. Los tres virus se originaron en murciélagos como coronavirus naturales que dieron el salto de los animales a las personas. La teoría de la conspiración es más emocionante, pero menos auténtica.
La facilidad con la que actualmente podemos acceder a la información puede ser un arma de dos filos. Por una parte, ha sido una parte sustancial para democratizar la ciencia y que las investigaciones realizadas en un laboratorio del mundo puedan ser conocidas casi al instante y a detalle por investigadores de latitudes lejanas para sumar esfuerzos de manera más oportuna. Sin embargo, esto también ha ocasionado que sin las herramientas necesarias para comprender un estudio científico, fragmentándolo o descontextualizando, se puedan trastocar los puntos esenciales de una investigación.
Hace poco circuló en las redes una noticia que decía que en China habían encontrado la cura para el coronavirus en un medicamento inyectable. Lamentablemente, esto es totalmente falso, pero la información podría haberse diseminado a partir del uso del tocilizumab, una proteína sintética inyectable que se usa en pacientes con artritis reumatoide y que precisamente un grupo de médicos en China empezaron a probar para pacientes graves de Covid-19 como parte de un tratamiento combinado para bloquear los efectos de la IL-6, una proteína que el cuerpo produce cuando hay inflamación. Hasta el día de hoy, no hay un tratamiento viral específico diseñado para el Covid-19, se tratan los síntomas con diferentes fármacos dependiendo de la gravedad del caso.
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También la noticia sobre los peligros de un fármaco de uso común, el ibuprofeno, causó revuelo. Una nota viralizada de diversas formas, alertaba que el uso de este medicamento podría exacerbar los efectos del virus. El artículo que dio origen a esta afirmación fue publicado el 11 de marzo en The Lancet Respiratory Medicine (https://www.thelancet.com/journals) bajo el título “¿Los pacientes con hipertensión y diabetes mellitus tienen un mayor riesgo de infección por Covid-19? Este artículo en realidad plantea la hipótesis de que el tratamiento de la diabetes y la hipertensión con fármacos estimulantes de la ACE2 pueden aumentar el riesgo de desarrollar Covid-19 con mayor gravedad, pero sin pruebas clínicas de un fármaco determinado y haciendo referencia a las determinantes genéticas de asiáticos. De cualquier forma, se satanizó al antiinflamatorio a tal grado que incluso la OMS sacó un comunicado el 19 de marzo señalando que no existen datos clínicos sobre el tema, ni informes de efectos negativos, más allá de los efectos secundarios habituales conocidos.
Una historia parecida sucedió con la nota sobre individuos con sangre O inmunes al contagio. La información fue extraída de un artículo publicado del portal medRvix, archivo en línea para reportes preliminares sobre temas relacionados con ciencias de la salud. La investigación estaba basada en estudios de tres hospitales en dos provincias chinas, que nos constituyen una muestra representativa y que en realidad hacia referencia a que el grupo sanguíneo O había mostrado un riesgo menor de infección en comparación del A.
En el caso de la infodemia, la sana distancia también podría aplicar para alejarse un poco del bombardeo de información, sobre todo la que crece en el ruido y se replica con el rumor. La búsqueda de la veracidad antes de diseminar los virus de las noticias falsas, sí podrían aligerar el terror de la pandemia.