En la farmacia del hospital regional del ISSSTE “Adolfo López Mateos” hay un letrero que advierte a los pacientes que por el momento no se cuenta con medicamentos de la cadena de frío. Formada en la fila de ese lugar, Ana Elena entiende el mensaje: “Uy, no hay insulina”, suspira con la resignación de quien depende de un sistema de salud hundido en la austeridad y una logística que no apela ni a la estrategia ni al conocimiento, y ya ni siquiera, a la buena voluntad. Cuando pregunta sobre su insulina no hay respuesta, solo una mirada de enfado de parte de quien la atiende.
La molécula de la insulina, descubierta hace 102 años por Frederick Banting y Charles Best, se convirtió en parteaguas en la lucha contra la diabetes, aunque probablemente en su momento, los investigadores canadienses no habrían imaginado el carácter pandémico que habría de alcanzar la diabetes en el mundo. Esta enfermedad metabólica crónica se manifiesta cuando el páncreas no produce insulina suficiente o el organismo no la utiliza eficazmente para regular el azúcar en la sangre. Con el tiempo conduce a daños graves en el corazón, vasos, ojos, riñones y nervios.
Si bien es cierto que solo una parte de la gran población que tiene diabetes requiere insulina, para esos individuos es un suministro fundamental. Si se tiene diabetes tipo 1, probablemente se administrará una combinación de insulinas, pues esta terapia es vital para reemplazar la insulina que no produce el cuerpo; pero algunas veces las personas con diabetes tipo 2 o con diabetes gestacional necesitan terapia de insulina, cuando otros tratamientos no han sido capaces de mantener los niveles de glucosa en sangre dentro del rango deseado. Se calcula que 96% de los casos son de diabetes mellitus tipo 2 (DM2) y según datos de la Organización Panamericana de la Salud, alrededor del 50% de las personas con diabetes tipo 2 obtienen la insulina que necesitan.
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En el mundo, 529 millones viven con diabetes y 7 millones de muertes al año pueden ser atribuidas a este mal. En México, según datos de la última Encuesta Nacional de Salud y Nutrición (Ensanut, 2021), 12 millones 400 mil personas padecen diabetes, aunque siguiendo los parámetros mundiales, se calcula que los casos podrían ser más.
Según cifras de la OMS, uno de cada 10 adultos en el mundo es diabético y la mitad de ellos, aproximadamente 300 millones, no lo sabe.
Crear conciencia
Cada 14 de noviembre se conmemora el Día Mundial de la Diabetes, una oportunidad para crear conciencia sobre el impacto de la diabetes en la salud. En nuestro país, existe otro grave problema de salud pública que está íntimamente ligado a la diabetes: casi 40% de los adultos en México tiene obesidad y existe una población de jóvenes e infantes obesos en ascenso, así lo reportó hace unos días la División de Salud de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE). México ocupa el primer lugar entre integrantes de la OCDE en la prevalencia de diabetes tipo l y ll, y el segundo, después de Colombia en tasa de mortalidad de menores.
La DM2 es una enfermedad muy heterogénea, donde es complejo definir el perfil de los pacientes que más pueden beneficiarse de un determinado tipo de tratamiento.
Muchos de los avances farmacológicos en la actualidad se han enfocado a un mejor control metabólico en la diabetes tipo 2, que debería reducir las complicaciones de la enfermedad. Un campo de investigaciones es el desarrollo de análogos de incretina para el tratamiento de los pacientes con diabetes tipo 2. Otro campo es el desarrollo de bloqueantes del receptor de endocannabinoides para tratar el sobrepeso y el riesgo cardiometabólico. Es probable que ambos avances mejoren el control metabólico en pacientes con alta vulnerabilidad a diabetes.
Algunos factores que pueden ocasionar la aparición de diabetes son la predisposición genética, pero también el ambiente obesogénico, como sedentarismo y alto consumo de comida procesada.
Según datos de la OMS, 52.2% de la discapacidad y mortalidad de la enfermedad se relaciona con índice de masa corporal (IMC) elevado, mientras que entre 30% y 40% se reduce el riesgo de desarrollar diabetes 2 cuando se deja de fumar.
Para los expertos, además del abordaje de la enfermedad, se requiere tratar el padecimiento; es decir, planes reales que concienticen a la población sobre los cambios de hábitos para controlar la diabetes, pues en salud pública de México se ha tratado como una enfermedad infecciosa, más que como una enfermedad crónica.
El doctor Marco Antonio Cardoso Gómez, investigador de la Facultad de Estudios Superiores (FES) Zaragoza de la UNAM y especialista en antropología biológica, ha estudiado durante años el fenómeno integral de la diabetes. Señala que desde la década de los 80 ya se contaba con el conocimiento científico y la tecnología para controlar la diabetes. Aunque no es factible curarla, desde hace medio siglo se cuentan con los conocimientos adecuados para que no fuera un problema ni en México ni en el mundo, sin embargo, es un problema, y muy grave.
“Se ha generado el conocimiento, pero el problema es la utilización de esta información. Las personas no siguen los pasos indicados para su tratamiento, entonces el cuestionamiento es por qué las personas no son fieles a las recomendaciones. Tal pareciera que no hay interés, pero si nos ubicamos desde su perspectiva, seguramente nadie quiere llegar a una amputación, daños renales o perder la vista”. Señala que a pesar de que las graves consecuencias que puede llegar a tener la enfermedad, las personas no siguen el tratamiento biomédico.
La respuesta generada en su grupo de investigación es que los modelos de atención se diseñan para atender la diabetes como si fuera una enfermedad infecto contagiosa. Señala que se utiliza un modelo antiguo no funcional. “La diabetes es una enfermedad crónica que tiene condiciones diferentes. Nuestra premisa es que no se controla en un hospital, sino en la casa. El medio familiar y social es determinante”.
Para el especialista, la diabetes se atiende en un consultorio para proveer un plan de tratamiento, pero llevarlo a cabo depende de otras variables, que también tienen que ser analizadas y vigiladas en modelos de salud pública. “Nuestra propuesta es diferenciar entre enfermedad y padecimiento, pues en México regularmente se ocupan estos términos como si fueran sinónimos y eso es incorrecto, pues lo primero corresponde a los signos y síntomas biológicos, mientras que padecimiento es la forma en que la persona vive y asume su enfermedad, con todos los retos y obstáculos para su control en sociedad”.
Un complejo fenómeno cultural
Cardoso Gómez señala que se debe abrir un espacio para el control integral del padecimiento. “Una apendicitis se atiende en un hospital con un término de tiempo estimado para la recuperación, pero la diabetes no, es un padecimiento de toda la vida, por lo que hay que hacer cambios de por vida. Esto está escrito desde mediados del siglo pasado, pero lo que pretendemos hacer ahora es resaltar esta condición dual para el abordaje de la enfermedad”.
El reto que no se ha logrado es que el padecimiento se atienda realmente de manera multidisciplinaria porque no solamente son lineamientos del área médica, sino que se requiere la intervención de diferentes disciplinas, como nutrición, enfermería, psicología e incluso gastronomía. Para el antropólogo, algo sustancial con el desarrollo de la diabetes tiene que ver con la forma que asumimos el acto de comer, que tiene que ver con un rito social de convivencia y placer.
“Homo sapiens es la única especie que ha convertido una necesidad vital en una fuente de placer. Comemos porque saborearla es placentero, pero también por mantener lazos humanos con seres queridos, entonces cuando a la persona con diabetes se le impide que participe en estos procesos sociales porque tiene que comer de una forma diferente a su grupo social, se le separa con implicaciones de rechazo y estigmatización, de lástima. Esto es incorrecto porque la comida para la personas con diabetes también puede ser un acto placentero, sin que se comprometa el sabor con los valores nutritivos ni que se eleven los niveles de glucosa en sangre de la persona”.
Para el especialista, el gran error ha sido concentrarse en la parte biomédica, cuando gran parte del abordaje tiene que ver con un seguimiento y rediseño de las rutinas enmarcadas en nuestra cultura.
Para Cardoso el tratamiento debe abarcar el aspecto médico, pero también el psicosocial, donde se pueda analizar el impacto de lo aparentemente inocuo, como de donde vienen y qué contienen los alimentos que ingerimos.
El investigador subraya que cambiar el modo de vida de las personas requiere todo un diseño de políticas públicas que realmente toquen todas las esferas de ese individuo, incluso una reflexión filosófica sobre el sentido de la vida y la calidad de vida que puede subyacer en las acciones que derivan en un individuo saludable.
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