Parece una idea sacada de la ciencia ficción.
Y, ciertamente, numerosas novelas del género -empezado por "Las fuentes del paraíso", publicada por Arthur C. Clarke en 1979- han coqueteado con la posibilidad de construir un ascensor entre la Tierra y el espacio.
La idea, sin embargo, también ha sido considerada seriamente por numerosos científicos desde que Kosntantin Tsiolkovski, "el padre de la cosmonáutica soviética", propuso construir una torre de 35.786 kilómetros de altura en 1895.
Semejante estructura, argumentaba Tsiolkovski, permitiría colocar objetos en la órbita geoestacionaria de la Tierra sin la necesidad de cohetes.
Y desde entonces hasta la fecha numerosos científicos han continuado desarrollando el concepto, como una forma de abaratar el costo de escapar la atracción gravitacional de nuestro planeta.
El gran problema, sin embargo, es que la construcción de una estructura de ese tamaño implica retos que hasta la fecha habían resultado imposibles de superar, incluso teóricamente.
Durante la era de Tsiolkovski, quien dijo haberse inspirado en la Torre Eiffel, simplemente no existían materiales lo suficientemente resistentes para hacer realidad su sueño, entre otros problemas.
Y lo mismo pasaba a mediados de la década de los 60, cuando un equipo de ingenieros estadounidenses examinó la posibilidad de utilizar un cable anclado a un satélite en la órbita geoestacionaria.
Muchos otros científicos, sin embargo, han continuado trabajando para tratar de resolver el problema, alentados por la misma NASA y otras agencias espaciales.
Después de todo, el desarrollo de nanotubos de carbono, en la década de 1990, convenció a la agencia espacial estadounidense de que, después de todo, un ascensor espacial es factible.
Y a finales de agosto de este año, dos investigadores de las universidades de Cambridge (Reino Unido) y Columbia (EE.UU.) presentaron una nueva propuesta de ascensor espacial que, afirman, ya es "viable con la actual tecnología".
Bautizada como "Spaceline" ("Cable espacial"), el modelo desarrollado por Zephyr Penoyre y Emily Sandford propone "anclar" en la Luna un cable que se extienda hasta la zona de gravedad de la Tierra.
"Con los materiales actuales, es factible construir un cable que se extienda hasta cerca de la altura de la órbita geoestacionaria, lo que facilitaría el recorrido y la construcción entre la Tierra y la Luna", aseguran en un artículo para la revista Acta Astronomica ya disponible en el portal ArXiv de la Universidad de Cornell.
Dicho cable, estiman los investigadores, tendría que ser tremendamente estrecho en sus extremos, para no colapsar por causa de la presión gravitacional.
Pero también necesitaría ensancharse en el centro, para prevenir su rotura.
Y, gracias a este, en lugar de generar un impulso lo suficientemente fuerte para salir de la órbita terrestre, los astronautas solo tendrían que llegar al extremo inferior del Cable Espacial.
Según la revista Futurism, una vez ahí "la nave espacial se aferraría a un transbordador alimentado por energía solar que subiría por el cable".
"El cable sería en una pieza de infraestructura muy parecida a los primeros ferrocarriles: el transporte de personas y suministros sería mucho más sencillo y fácil que un típico viaje espacial", le explicó Penoyre a la publicación.
En su escrito, los investigadores aseguran que los nanotubos de carbono serían lo suficientemente resistentes para hacer el trabajo.
Pero también reconocen que actualmente no es posible fabricarlos a escala, por lo que tampoco descartan el uso de otros materiales.
La viabilidad de la idea de un ascensor espacial, sin embargo, fue ratificada este año por la Academia Internacional de Astronáutica (AIA) en un reporte especial sobre el tema.
En "El camino a la era del ascensor espacial" la AIA también afirma que la posibilidad de fabricación a gran escala de grafenos de cristal único (más resistentes incluso que los nanotubos de carbono) hace que su eventual construcción esté más cerca de lo que muchos piensan.