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La búsqueda por militarizar el espacio no es algo nuevo, sin embargo, las tecnologías de la actualidad brindan más posibilidades para que se geste una nueva versión de la Guerra de las Galaxias, un híbrido entre el imaginario fílmico del cineasta George Lucas y las ambiciones ochenteras de defensa estratégica del expresidente Ronald Reagan.
En interés empezó en realidad hace sesenta años. La carrera espacial que inició a mediados de los años cincuenta y duró un par de décadas, fue una competencia entre Estados Unidos y la hoy extinta Unión Soviética por llevar a un ser humano hasta la Luna, aunque en realidad se trataba de una lucha por tener el máximo poderío tecnológico y sus potenciales aplicaciones militares.
Según datos del Stockholm International Peace Research Institute, actualmente 15 potencias concentran 82% del gasto mundial en defensa. Estados Unidos está al principio de la lista con más de 600 mil millones de dólares en presupuesto militar. Con la tercera parte de esta cifra, China se encuentra en segundo lugar en este rubro, pero logra poner más nerviosos a los estadounidenses por sus avances en tecnología espacial y sus avances en exploración lunar.
Además, hace una década China fue acusada de querer interferir los principales satélites de Estados Unidos. La fecha exacta de la prueba: once de enero del 2007. Ese día este país asiático realizó un ensayo con misiles antisatélites en el espacio exterior que acabó con una de sus propias estaciones meteorológicas en órbita; sin embargo, esto ocurrió aproximadamente a la misma altura a la que giran los satélites espía estadounidenses, por lo que el ensayo fue percibido como una amenaza para los sistemas militares del vecino país del norte.
Los satélites mueven al mundo y podrían convertirse en el botín militar contemporáneo. En las órbitas descansan poderosos artefactos que proporcionan desde comunicaciones a nivel mundial hasta el pronóstico meteorológico. Las ondas de radio o el láser pueden utilizarse para desactivar temporalmente o dañar definitivamente los componentes de un satélite, en particular sus sensores, sin que fácilmente se sepa quién ejerció el daño. Existen muchas estrategias para acabar con un dispositivo de este tipo que podrían degenerar en una guerra casi invisible en el espacio, pero con calculados y funestos efectos en tierra firme.
Otras estrategias militares
Durante los años 50, el bombardeo cinético, que se refiere al acto de atacar desde el espacio un área de la superficie planetaria con un proyectil no explosivo, pero con fuerza proveniente de la energía cinética, se concentró en el llamado Proyecto Thor, diseñado por los Estados Unidos. Dependiendo de la órbita, el sistema podría tener un alcance mundial, sin necesidad de desplegar misiles, aviones u otros vehículos. Ante el temor de que este y otro tipo de armas pudieran acabar con el mundo, vinieron las limitantes: las armas orbitales de destrucción masiva fueron prohibidas por el Tratado del Espacio Exterior de la ONU en 1967; sin embargo, no se discutió con los detalles necesarios el papel de las armas convencionales en el espacio.
La idea de utilizar el espacio como un cuartel militar siempre ha estado presente en las principales potencias del mundo. El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, dijo recientemente que le gustaría crear una división de las Fuerzas Armadas estadounidenses que se enfoque en el espacio, independientemente de sus ejércitos en tierra, mar y aire.
La creación de las llamadas Fuerzas Espaciales está en relación directa con la petición de Trump a la NASA para acelerar sus planes de exploración espacial que contemplaban la llegada de humanos a Marte en 2033, pero que al presidente le gustaría apresurar. En este sentido, se firmó una directiva de política espacial que establece como meta de su Gobierno establecer una base en la Luna, como paso previo para llegar en la primera misión tripulada a Marte.
Con este tipo de declaraciones, Trump se ha metido nuevamente en un debate político sobre el uso del espacio que se ha extendido a través de más de medio siglo en las administraciones de Estados Unidos, que incluían desde las ambiciones descabelladas de Ronald Reagan con su “Guerra de las Galaxias” hasta la concepción imperialista de la militarización del espacio ultraterrestre, según la visión de George Bush hijo. Ahora EU debate otra vez sobre el tema, discutiendo el marco legal para dirigir el tráfico comercial en el espacio y monitorear los desechos, pero aún su estrategia sobre las funciones específicas de “Fuerzas espaciales” no es clara.
Una base en la luna es el objetivo de las grandes potencias. En plena Guerra Fría los avances en el lanzamiento de los cohetes espaciales dieron inicio a esta historia. La Unión Soviética ya se había adelantado un paso en la carrera espacial al lanzar la primera nave a la Luna; sin embargo, el dominio en la miniaturizacion de sofisticados componentes sobre las pesadas cargas soviéticas, le dio finalmente el triunfo a EU para llevar al hombre hasta este satélite.
El futuro del espacio
Pero desde antes del furor del triunfo, a finales de los cincuenta, vino el primer proyecto para establecer una base militar en la Luna, pues tal como hoy, se afirmaba que era imperativo proteger la forma de vida estadounidense. Mediante un proyecto de 400 páginas, se establecían las especificaciones para una base lunar bajo un comando espacial unificado. Con gráficas y fórmulas matemáticas, se trazaban especificaciones para abordar las condiciones de baja gravedad y campo magnético. El documento incluía dibujos de diseño de las naves, cabinas modulares lunares, colonias habitables y trajes espaciales. Todo comenzaría con una o dos docenas de miembros de la tripulación en una misión para construir una colonia autosustentable capaz de producir su propio oxígeno y agua.
Hoy la idea no es tan descabellada, de hecho la mayoría de las condicionantes se han elevado a posibilidades reales y en la carrera por establecer la primera base lunar están Estados Unidos, China y la Unión Europea. Hoy hay más cosas en juego: la Luna está llena de recursos, como el hielo de sus polos, que hace medio siglo no se imaginaban. Este nuevo escalón deberá marcar el inicio de nuevos acuerdos internacionales que no desencadenen una feroz lucha para llegar a un acantilado sin retorno seguro.