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El 19 de septiembre del año pasado, el país se vistió nuevamente de luto tras un sismo que desafió las leyes de la probabilidad. Después de 32 años de uno de los más grandes terremotos de la historia de México y un par de horas después de un simulacro que recordaba aquella tragedia, un nuevo sismo llegó a la CDMX con 38 edificios colapsados. Se sumaron a la dolorosa ecuación, otras construcciones con diferentes niveles de riesgo.
Rodríguez agrega que desafortunadamente en México predominan conceptos arquitectónicos sobre un buen comportamiento estructural, es decir en muchas ocasiones se le da más importancia a solucionar los problemas de espacio e iluminación, pero que no siempre empatan con la seguridad estructural. Es precisamente en este punto donde también surge otro factor que permite filtrar estas desavenencias: las normativas laxas o nulas.
“No existen normativas para todo el país, lo cual es algo único porque hasta los países más pobres las tienen. Debería haber una para México, aunque reconociendo las peculiaridades de materiales y prácticas de cada región”, señala. En nuestro país se concentran en la Ciudad de México; sin embargo, son mucho menos exigentes que en otros países de actividad sísmica, como Japón, e incluso Chile, que si bien es cierto no tiene los suelos arcillosos de nuestro país, ha aprendido mejor las lecciones de su actividad sísmica.
Los rezagos de México
Precisamente en el trabajo titulado La práctica de la ingeniería sismoresistente en México y Chile, el doctor Rodríguez hace un análisis comparativo de eventos sísmicos en ambos países y de qué forma han respondido sus edificios. El especialista plantea en el documento que en los sismos del país latinoaméricano han tenido menos impacto en sus edificaciones porque el diseño típico de ambos países es diferente, pues, por ejemplo, en Chile hay una mayor tradición de muros estructurales de concreto reforzado y en México el empleo de elementos estructurales en muchas ocasiones está por debajo de estándares internacionales.
Otra de las grandes diferencias entre ambos países son el tipo de normativas. En este país sudamericano son más exigentes y una estructura poco eficiente simplemente no puede realizarse porque viola las normas. En México, frente a conflictos de interés, se contrata a alguien más o se consigue una firma.
Esta falta de ética como una práctica recurrente se vuelve evidente en la investigación periodística de la organización Mexicanos contra la Corrupción y la Impunidad (MCCI), sobre cómo el ignorar los reglamentos de construcciones hicieron colapsar a muchos de los edificios después de los temblores. entre otras cosas se señala además que de los registros consultados de 2000 al 2017 por lo menos 27 funcionarios que ocupaban la Dirección de Obras de Ciudad de México no tenían formación en ingeniería civil o arquitectura. Desde agrónomos hasta especialistas en entrenamiento deportivo se encargaban de verificar nuevas construcciones.
Para Rodríguez empatar seguridad y funcionalidad puede ser más sencillo de lo que parece. “Los desarrolladores buscan una ganancia, pero los costos por una seguridad a adecuada, no van a disminuir de manera significativa la ganancia. Sin llegar al extremo de que un edificio se caiga y genere muertes, simplemente al quedar dañado, genera pérdidas económicas”, afirma.
Darío Rivera, presidente de la Sociedad Mexicana de Ingeniería Sísmica, una primera parte que hay que ya no se puede olvidar en cuanto a las enseñanzas del sismo del 19 de septiembre pasado es que hay diferentes tipos de sismos con impactos muy diversos en los edificios. “El del año anterior fue un sismo intraplaca, con un epicentro mucho más cercano a la CDMX, así que a diferencia de 1985, los edificios no muy altos fueron los que más se dañaron. Esto significa que tenemos que estar bien preparados para terremotos que afectan a edificios de mediana y baja altura”
Para Rivera, otra de las enseñanzas es que muchos de los edificios que colapsaron es que fallaron en su primer entre piso, en la planta baja. Esto particularmente sucedió en áreas destinada a estacionamientos en edificios de vivienda, así que el proyectista tiene que prestarle mayor atención al detallado, refuerzo y armado de los elementos que integran estos espacios para que no se conviertan en entrepisos endebles en comparación con el resto de los niveles.
“Otra cosa que observamos es que varios de los edificios que no colapsaron, ni presentaron daño en sus principales elementos resistentes, sufrieron afectaciones en lo que en ingeniería se llama elementos no estructurales, como muros divisorios (no de carga) hechos de mampostería o de tablaroca”. Ante la deformación se la estructura se provocaron grietas y fácil caída de estas estructuras que aunque no ponen en riesgo de colapso un edificio, considera el ingeniero, también causaron impacto psicológico.
En la estructura de un edificio, también tiene mucha importancia el material utilizado en su construcción y el mantenimiento que haya tenido. Especialistas como Pedro Castro Borges, del Centro de Investigación y de Estudios Avanzados (Cinvestav) Unidad Mérida, han señalado que en un reglamento preventivo también se deben realizar inspecciones a las construcciones para detectar algún tipo de deterioro en sus materiales. La corrosión, por ejemplo, ocasiona que se pierda adherencia entre el acero y el concreto. Ante el impacto de los movimientos de un sismo, esa falta de unión entre los materiales puede ocasionar derrumbes. Una perforación pequeña puede dar datos importantes sobre el estado de los materiales de una construcción.
Tecnologías antisísmicas
Aunque están poco incorporadas en los edificios del país, las técnicas de ingeniería que buscan aislar y disipar la energía de un terremoto han demostrado su eficacia. “De hecho, es preciso señalar que la nueva Norma de Técnica Complementaria para el Diseño por Sismo de la CDMX ya tiene un apartado donde contempla la posibilidad de usar estos dispositivos antisísmicos, para que en un futuro se puedan incorporar de mayor forma”, dice Rivera.
En Japón, desde hace mucho tiempo se han utilizado con éxito diferentes elementos de ingeniería estructural para proteger sus edificaciones, como el llamado aislamiento sísmico en la base. Estos dispositivos aislan el movimiento con aparatos colocados en la cimentación de la construcción. Los más usados son cilindros cortos que permiten grandes desplazamientos laterales y están hechos de capas de gomas de alta resistencia, alternados con láminas de acero y núcleo de plomo. Rodríguez cuenta que en Chile este tipo de soluciones se han colocado principalmente en edificios públicos, como hospitales, instituciones que definitivamente requieren protección extra, pues en contingencias siempre deben permanecer abiertos.
Entre otras tecnologías de este tipo están los elementos disipadores que, como su nombre lo índica, actúan disipando las grandes cantidades de energía que genera un sismo para que los elementos estructurales no sufran demandas excesivas. Según datos de la Pontificia Universidad Católica de Chile, desde el terremoto de magnitud 8.8 en este país en 2010, el uso de disipadores de energía se multiplicó por 10.
Aunque en México ya se emplean algunas de las tecnologías antisísmicas, principalmente en edificios de gran altura, como la Torre Mayor, los científicos experimentan con dispositivos para edificios más pequeños y con soluciones más costeables; sin embargo, la opinión de los especialistas es que la primera necesidad en el país para garantizar la seguridad de los edificios es emplear las herramientas tradicionales de edificación de manera adecuada y bajo supervisión real, libre de corrupción.