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Hace 231 años ocurrió en México uno de los más grandes desastres naturales que ha sufrido nuestro país. El 28 de marzo de 1787 hubo un terremoto de magnitud 8.6 con tsunami en las costas de Guerrero y Oaxaca, que se adentró seis kilómetros en el mar oaxaqueño.
Estos datos se saben gracias al trabajo de María Teresa Ramírez Herrera, investigadora del Instituto de Geografía (IGg) de la UNAM, quien ha desarrollado un método propio para adentrarse en la paleosismología. Su trabajó ayudó a conocer que el sismo de septiembre de 1985 provocó dos maremotos, los días 19 y 22, que destruyeron Barra de Potosí, en Guerrero.
“Como científicos nos interesa ver la huella del tsunami, medir las alturas de las olas y su efecto en la costa, indagar los procesos de erosión y los depósitos que dejó el evento”, explicó en un comunicado de la UNAM Ramírez Herrera.
Respecto del sismo de 1787, registrado en documentos históricos, detalló que también se preservan evidencias en la geología y en los sedimentos.
El método
Los multi-indicadores o “multiproxy” se constituyen por herramientas que incluyen el estudio de documentos históricos, testimonios orales de los sobrevivientes de algún movimiento telúrico y el análisis de sedimentos desde diversas disciplinas como la geomorfología, la estratigrafía, la geoquímica y la modelación por computadora.
Con ello es posible conocer con precisión el tamaño del grano de los sedimentos, el contenido de la materia orgánica y la información contenida en microfósiles de microscópicas algas diatomeas y de microorganismos unicelulares llamados foraminíferas, para tener detalles del ambiente del lugar.
“Se requiere de multidisciplina, de varias técnicas e indicadores para detectar grandes eventos del pasado al estudiar los sedimentos”, precisó.
Costa de Guerrero, brecha sísmica
En 2013, Ramírez Herrera y sus colaboradores investigarpn la llamada “brecha sísmica de Guerrero”. El estudio se realizó en tres lagunas cercanas a Acapulco: Coyuca, Tres Palos y Mitla. “No trabajamos en la bahía porque está altamente transformada por la urbanización y uno de los principios es no laborar en zonas alteradas, sino en sitios prístinos”, acotó.
En diversos sitios de esa región encontraron una capa de arena con características de un depósito de tsunami, es decir, con clastos de arrastre que se forman si el fenómeno entra del mar a la tierra y erosiona la superficie varios metros.
“Este suelo fue arrastrado y se formaron clastos, que después quedaron incorporados a la arena. Los encontramos seis kilómetros adentro de la costa y los fechamientos con carbono 14 indican una edad de hace tres mil 400 años. Pienso que es un depósito de tsunami”, detalló.
En su investigación, también encontró un cambio en el nivel de la costa, que indica subsidencia, es decir, que ésta bajó en el momento anterior al depósito del fenómeno. “Se trata de una deformación co-sísmica, provocada por el sismo”, afirmó.
Además, en los microfósiles se identificó que el nivel de la costa se levantó lentamente hasta recuperar el actual. “Con estos datos tenemos evidencia de un evento muy grande ocurrido hace tres mil 400 años. Nos falta extendernos más y ver si encontramos indicios en más sitios para calcular la magnitud del sismo”, finalizó.
Una nueva era
Científicos del Instituto de Geofísica y de la Universidad de Kioto instalaron una red sismo-geodésica en el fondo oceánico, en la “brecha sísmica”.
Esto podría ser la antesala de una era instrumental en México que permita hacer ciencia y desarrollar sistemas de alertamiento altamente sofisticados. Además de la elaboración de mapas de peligro, los resultados proporcionarán información útil para diseñar o modificar los reglamentos de construcción.
A raíz de los sismos de septiembre pasado, el gobierno japonés ha seguido apoyando a nuestro país en la reconstrucción y prevención de nuevos desastres con fondos para estudios científicos pertinentes, indicó Víctor Manuel Cruz Atienza, investigador del IGf.
¿Se espera un gran sismo?
Por más de 100 años, la “Brecha de Guerrero” ha presentado un gran "silencio sísmico", lo que hace pensar a muchos investigadores que la zona está acumulando mucha energía y el día que la llegue a liberar ocurrirá un terremoto con una magnitud superior a los 9 grados. Pero tranquilos, si este movimiento telúrico llegara a ocurrir, las alarmas sísmicas de la Ciudad de México sonarían 60 segundos antes de que llegara el movimiento a la ciudad.
"En la famosa Brecha Sísmica de Guerrero no ha ocurrido un sismo superior a magnitud 7 desde hace más o menos 106 años. Debo precisar que el tiempo de retorno que transcurre entre un terremoto y el siguiente en un mismo segmento de la zona de subducción mexicana oscila entre 30 y 60 años, entonces esos 106 años rebasan por mucho esa perioricidad, de ahí la preocupación de muchos científicos. Además, al este de este segmento hay otro igualmente grande donde ocurrió el sismo de 1957 que tiró al Ángel de la Independencia; entonces digamos que en la brecha sísmica está latente la posibilidad y es nuestra responsabilidad como científicos considerar que ocurra un sismo mucho más grande de los que tenemos conocimiento", aseguró Cruz Atienza.
Por eso, están haciendo esfuerzos muy grandes para entender cómo se comporta ese segmento para poder postular escenarios de ruptura plausibles que pudieran ocurrir en un futuro y estimar el peligro asociado. El investigador segura que esa es la forma de cómo la ciencia puede aportar a la prevención.
Sin embargo, el doctor Víctor Hugo Espíndola, responsable de análisis del Servicio Sismológico Nacional (SSN), nos comentó otra teoría que explicaría la falta de sismos en esa zona. “No quiere decir que no haya ocurrido un sismo, sino que ha habido desplazamientos mínimos”.
Espíndola dijo que la falta de movimientos telúricos fuertes puede deberse a que no se ha acumulado la suficiente energía en la zona porque las placas se han movido poco y muy lentamente. "Recordemos que un terremoto es cuando una falla se desliza súbitamente, pero si esa fallita se va moviendo muy lentamente como tortuguita, a lo largo de varios meses, por poner un ejemplo, pues va a pasar desapercibida porque la energía que comúnmente en un sismo se libera en unos cuantos segundos, aquí se va a liberar en meses”, aseguró.
El responsable de análisis del SSN dijo que varios estudios recientes hacen ver viable la posibilidad de que la ocurrencia de esos sismos lentos estén pasando en la Brecha de Guerrero, de tal manera que no se ha acumulado la suficiente energía en esa región para que ocurra un sismo grande.
“Sin embargo no hay que descartar la probabilidad, recordemos que los sismos no son predecibles, solo es una teoría”, afirmó Espíndola.
jpe