“¿Qué voy a extrañar? La exquisita belleza de la Tierra”. La respuesta de la astronauta Christina Koch parece obvia después de ver cualquiera de las imágenes de nuestro planeta desde la Estación Espacial Internacional (EEI): una paleta de azules, sienas, grises, violetas y rojos que ayuda a definir mares y continentes, conformando una postal idílica del lugar donde vivimos. Pero más allá de la contemplación, los retos de vivir en el espacio en estancias cada vez más largas están abriendo nuevas puertas para la exploración espacial.

Después de establecer un nuevo récord para el vuelo espacial más largo en la historia de una mujer con 328 días, la astronauta de la NASA regresó a la Tierra el pasado seis de febrero junto con el Comandante de la Soyuz, Alexander Skvortsov, de la agencia espacial rusa Roscosmos; y Luca Parmitano, de la Agencia Espacial Europea (ESA).

El viaje de Christina, tal como ella lo expresó en un mensaje en Twitter el día de su regreso: “Ha sido el viaje de todos”. La misión extendida de Koch brindará a los investigadores la oportunidad de observar los efectos de los vuelos espaciales de larga duración en una mujer mientras la agencia estadounidense planea regresar a los humanos a la Luna bajo el programa Artemisa, además de prepararse para la exploración humana de Marte.

Pero la hazaña de esta mujer de 40 años también cobra peso en una época donde a pesar de los avances, los prejuicios y los estereotipos de género que se arrastran, continúan manteniendo a las niñas y mujeres alejadas de los sectores relacionados con la ciencia.


 

Según datos de la ONU, mostrados el pasado 11 de febrero con motivo de la celebración del Día Internacional de las Mujeres y las Niñas en la Ciencia, la elección para estudiar ingenierías y matemáticas sólo se da entre 5% y 8%. La representación global de mujeres que trabajan en el campos científicos se limita a un escaso 12%.

Sin embargo, los logros femeninos siguen abriendo brecha. La NASA ha reunido grandes cantidades de datos sobre la salud y el rendimiento de los astronautas durante los últimos 60 años y se ha centrado recientemente en duraciones extendidas de un solo trayecto como el de Koch, pero también en las tres misiones espaciales de larga duración de la astronauta retirada Peggy Whitson, cuyas travesías duraron en total 665 días. El récord de vuelo único de todos los tiempos es de 438 días, establecido por el cosmonauta ruso Valery Polyakov en 1995.

El origen de una científica espacial

Christina Koch nació en Jacksonville, Carolina del Norte en 1979, donde estudió ingeniería eléctrica y luego física. Desde muy joven empezó a trabajar diseñando instrumentos de ciencia espacial en el Laboratorio de Astrofísica de Alta Energía de la NASA.

Su experiencia en la Antártida también puso en evidencia su vocación como astrofísica. Su colaboración fue vital en el desarrollo de instrumentos que estudian las partículas de radiación para las misiones de la NASA. Cabe señalar que la exploración de las áreas congeladas de nuestro planeta son fundamentales para realizar análisis más precisos de los datos que llegan del espacio y abordar diferentes fenómenos, como los ligados al cambio climático.

En 2012, Koch trabajó en bases científicas remotas con la Administración Nacional Oceánica y Atmosférica (NOAA) y un año después fue elegida como una de los ocho miembros de la clase 21 de astronautas de la NASA. Su destino estaba escrito. “No se trata de cuántos días estás aquí, sino qué haces con cada uno”, comentó en una entrevista desde la Estación Espacial Internacional, donde llegó el 15 de marzo de 2019.

Koch dirigió seis caminatas espaciales y, acompañada de la también astronauta estadounidense Jessica Meir, acentuó su papel histórico durante el pasado octubre al realizar la primera caminata únicamente de mujeres.

Un ejemplo de las actividades que desarrolló durante estos trayectos espaciales fue la instalación de nuevas baterías de páneles solares para el sistema de energía solar de la estación.

Experimentos que dejarán huella

La agencia espacial estadounidense está comprometida con mandar por primera vez a una mujer a la Luna para 2024 mediante la misión Artemisa.

Para cubrir el objetivo se desarrollan nuevas tecnologías y se buscan colaboraciones con socios comerciales e internacionales para establecer misiones sostenibles para 2028. El nuevo y ambicioso cohete de la NASA, el Sistema de Lanzamiento Espacial (SLS), enviará a los astronautas a bordo de la nave espacial Orión hasta la órbita lunar. Los astronautas llegaran hasta la estación Gateway para vivir y trabajar alrededor de la Luna. La tripulación llevará expediciones a la superficie lunar desde Gateway y finalmente regresará a la Tierra a bordo de Orión. Posteriormente, la idea es establecer las condiciones ideales en la Luna para permanecer sobre ella en misiones mas largas.

Pero antes de establecerse en la superficie lunar, la NASA tiene planeado probar nuevos instrumentos científicos y tecnológicos a través de entregas comerciales. Se realizarán dos misiones alrededor de la Luna para probar sistemas de exploración del espacio profundo, de hecho, la agencia prepara los detalles para lanzar Artemisa 1 durante este año. Se trata de un vuelo sin tripulación para probar al binomio espacial SLS-Orión. Artemisa 2 concretará el primer viaje con tripulación y se lanzará en 2022. Finalmente, los astronautas (un hombre y una mujer) llegarán en 2024 en la misión Artemisa 3. A partir de entonces la odisea se repetirá anualmente.

Mientras tanto, se espera que el trabajo de Koch en su más reciente misión rinda frutos para fortalecer los objetivos finales de Artemisa. Entre las 210 investigaciones en las que participó Koch está la llamada Agregación Amiloide. Las fibras amiloides son agregados proteícos que pueden acumularse en el cuerpo y están asociados con una serie de afecciones neurodegenerativas, como el Alzheimer y el Parkinson. Este proyecto intenta evaluar si la microgravedad estimula la formación de estas fibras, lo que representaría un riesgo potencial para los astronautas en vuelos mas prolongados.

El cuerpo femenino puede responder de otras formas a las condiciones del espacio, sobre todo en lo relacionado con la degradación ósea y la pérdida de masa muscular . En este sentido, otra de las investigaciones más importantes de las que formó parte Christina tiene que ver con el estudio de la fuerza de la columna vertebral y el riesgo asociado a vértebras rotas, mediante el impacto sufrido durante el vuelo espacial.

También formó parte del experimento Cristales de Microgravedad, que buscó cristalizar una proteína de membrana, parte integral del crecimiento de tumores. Los resultados pueden ayudar a desarrollar tratamientos más efectivos contra el cáncer y sin efectos colaterales.

Otro de los experimentos más prometedores en los que participó la astronauta se relaciona con la biofabricación de tejidos similares a órganos en el espacio. Durante mucho tiempo se ha desarrollado la tecnología para que las impresoras biológicas 3D produzcan órganos que puedan ser trasplantados a un humano, pero esta tarea ha resultado difícil en la gravedad de la Tierra. Los investigadores exploran si el entorno de microgravedad del espacio puede facilitar la fabricación de órganos en el espacio que realmente puedan ser utilizados.

Koch también participó en otros estudios para apoyar futuras misiones de exploración, incluida la investigación sobre cómo el cuerpo humano se adapta a la ingravidez, al aislamiento, a la radiación y al estrés en vuelos de larga duración. Los rigurosos procesos de entrenamiento de los astronautas para sus misiones, así como los programas de rehabilitación a su regreso en la Tierra, han demostrado que el cuerpo humano resiste sin problemas un año en el espacio, pero las pruebas deben volverse más largas y extremas para garantizar la llegada a Marte.

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