La oscuridad sabía a tierra seca. Sin humedad en el suelo, las tormentas de polvo fueron tan intensas que ocultaban los rayos del Sol. La llamada Dust Bowl (Cuenco de polvo) afectó a varios lugares de Estados Unidos a lo largo de prácticamente toda la década de los treinta. La prolongada sequía multiplicó los efectos de la Gran Depresión y se buscaron todo tipo de alternativas para lograr lluvias. Una de ellas fue la “siembra de nubes” con la que se empieza a experimentar hace unos 80 años bajo la premisa de que la introducción de sustancias nucleantes durante el desarrollo de una nube puede incrementar la precipitación en una zona específica.

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La utilización de tecnologías para la modificación artificial del tiempo ha sido una premisa interesante, pero polémica dada la complejidad de los fenómenos atmosféricos. Desde el descubrimiento, en la década de 1940, de que los cristales de yoduro de plata pueden formar cristales de hielo en fases más tempranas de la vida de la nube, los científicos han trabajado para comprender cómo alterar la manera en que el agua se forma y se mueve dentro de una nube. Como esta sustancia tiene estructuras parecidas al hielo, atrae gotas de agua que se concentran en un núcleo alrededor de ellas y eventualmente las gotas crecen y caen en forma de lluvia o nieve; sin embargo el panorama tiene muchas variables.