A diferencia de lo que ocurre en el mundo judeo-cristiano, la muerte no se oponía a la vida en el mundo náhuatl.“Sí, en el mundo judeo-cristiano, la muerte excluye a la vida; pero, entre los mexicas, la existencia, nemiliztli, y la muerte, miquiztli, configuraban la vida, yoliztli”, asegura , investigador del Instituto de Investigaciones Históricas de la UNAM.

De acuerdo con el historiador universitario, en el mundo náhuatl, el ser humano era como un sol que nacía en el este, alcanzaba su punto culminante o cenit en el sur y moría en el oeste. Pero este sol atravesaba el inframundo durante la noche y reaparecía cada mañana por el este...

Para ilustrar este singular proceso, Johansson formuló una especie de ecuación: la existencia, nemiliztli, más la muerte, miquiztli, es igual a la vida, yoliztli.

“Asimismo, hice una metáfora: la existencia es como la sístole y la muerte como la diástole, y los dos son los latidos del corazón, que es la vida”, añade el investigador de la Universidad.

Derrota vital

Los mexicas partían del principio de que, como eran mortales y el fin último de la vida era la muerte, todo se hacía en función de ésta.

“Esto se parece un poco a lo que afirmaba el filósofo alemán Martin Heidegger: la muerte es la medida de todas las cosas. O sea, los mexicas pensaban que el ser humano era un ser para la muerte y que todo partía de ella”, comenta el historiador.

Desde el punto de vista cultural, los mexicas asumían la muerte de manera absoluta. Tan era así que, cuando nacía un niño o niña, las personas que estaban alrededor de la madre le decían que no se encariñara demasiado con su criatura porque le pertenecía a Mictlantecuhtli, el señor de Mictlan, el lugar de los muertos.

“Para ellos no había una vida después de la muerte. La vida seguía dentro de la muerte, la muerte formaba parte de la vida. Cuando alguien moría en el mundo náhuatl, dejaba de existir, pero seguía viviendo. Para esta cultura, morir era una derrota vital”, dice Johansson.

Cuatro lugares para los difuntos

Una vez que el muerto era enterrado, Tlaltecuhtli, el dios de la tierra, devoraba la parte mortal de su cuerpo, esto es, su carne, a lo largo de cuatro años, hasta que únicamente quedaban los huesos.

Más adelante, para justificar la muerte y, también, la guerra, lo cual permitió que los guerreros aceptaran gozosos morir en combate o ser sacrificados por el enemigo, la sociedad mexica creó cuatro lugares a donde se dirigían los difuntos.

“Los que morían de vejez o de enfermedades no consagradas, como la hidropesía, iban a Mictlan; los guerreros que morían en combate y las mujeres que lo hacían en el primer parto iban a Tonatiuh ichan, la casa del sol; los que se suicidaban o morían por estrangulación iban a Cincalco, la casa del maíz; y los que morían ahogados, de enfermedades de la piel o a causa de una mordida de serpiente iban a Tlalocan, el lugar de Tláloc, dios de la lluvia. Por cierto, astutamente, los frailes españoles quisieron establecer una correspondencia entre Mictlan y el infierno y entre Tlalocan y el paraíso para facilitar la evangelización de los indígenas, cuando en realidad no había tal correspondencia”, indica Johansson.

Mujeres muertas en el primer parto

En el mundo náhuatl, las mujeres muertas en el primer parto eran asimiladas a los guerreros fallecidos en el campo de batalla porque el acto sexual se consideraba un combate. Por lo tanto, una mujer que quedaba preñada decía que tenía un prisionero: el hijo que llevaba en sus entrañas. Y si moría en el parto, era como una guerrera muerta en el campo de batalla.

Frase

Así se concebía la muerte en el mundo náhuatl
Así se concebía la muerte en el mundo náhuatl

“Entre los mexicas, la muerte no se oponía a la vida, formaba parte de ella. Podría decirse que la existencia era la parte diurna de un ciclo vital; y la muerte, la parte nocturna”. Patrick Johansson. Historiador del Instituto de Investigaciones Históricas de la UNAM.

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