Sí, querido lector, es excesivo echar mano de un jurista, historiador, filósofo, sociólogo y traductor como el madrileño Antonio Escohotado para poner un poco de orden en el mexicano domicilio, pero es que cualquiera se harta de la diaria palabrería sin sustento.
El titular del Ejecutivo acaba de iniciar una de sus nuevas empresas: ofrecer lo que denomina la “felicidá” a quienes consumen alguna sustancia por ahora prohibida y, por otra parte, cierra la pinza solicitando que la sociedad “estigmatice” el uso de drogas ilegales, sin ver que un objeto no se estigmatiza, pero sí la amplia capa social que las consume.
Si a diario oímos el sermón, leamos ahora la cátedra que nos ofrece Escohotado, en principio a partir de su libro Aprendiendo de las drogas –usos, abusos, prejuicios y desafíos–, en donde con claridad propia de un hombre con todo el conocimiento sistematizado, explica cómo el propio cuerpo fabrica la droga que necesita: “Uno de los descubrimientos capitales de la neuroquímica reciente han sido los transmisores cerebrales sorprendentemente afines a la morfina, que se producen en distintas zonas del sistema nervioso. Entre otros órganos, la hipófisis y el hipotálamo segregan encefalinas y endorfinas (o endomorfinas), y la glándula pituitaria segrega B-lipotropina. Una de las encefalinas (concretamente la metrioninaencefalina) es idéntica a un segmento de la B-lipotropina. Inyectada en animales, pudo verificarse que —en comparición con la morfina— sus efectos son cuatro veces más breves y unas tres veces más potentes. Quedaba así establecido que hay opiáceos ‘endógenos’ sintetizados por el propio organismo para hacer frente a situaciones de temor y dolor”.
Para quedarnos sólo con un ejemplo de lo que no es la “felicidá”, sino el efecto de alguna sustancia extra, el autor cita al doctor G. Wood, presidente de la American Philosophical Society, quien en el ya muy lejano 1886 escribió, contrastando la exaltación del alcohol —hoy dentro de los estimulantes legales— con el opio. Leamos a Wood:
“Se percibe una sensación general de deliciosa paz y comodidad, con una elevación y expansión de toda la naturaleza moral e intelectual. No hay la misma excitación que se observa con el alcohol, sino una exaltación de nuestras mejores cualidades mentales, un aura más cálida de benevolencia, una disposición a hacer grandes cosas pero noble y benévolamente, un espíritu más devoto y una mayor confianza en uno mismo, junto con una conciencia de poder. Y esta conciencia no se equivoca del todo, porque las facultades imaginativas e intelectuales son elevadas hasta el punto más alto compatible con la capacidad humana. Al cabo de algún tiempo, esta exaltación se hunde en una serenidad corporal y mental, apenas menos deliciosa que la exaltación previa”.
Y, de pronto, Sinaloa. Veamos: “Cuando llevaba ya dos décadas fumando prácticamente a diario algo de cáñamo, en 1986 me regalaron una marihuana de Sinaloa (México) de tal potencia que al cabo de pocos días (en un acto de clara cobardía) acabé tirando el resto. Habría debido prepararme para unas pocas chupadas de cigarrillo como para una experiencia de peyote o LSD. Una y otra vez eso me parecía absurdo, pero una y otra vez me cogían desprevenido grandes excursiones psíquicas. La cosa resultaba todavía más extraña teniendo en cuenta que durante ese mismo viaje a México probé marihuanas consideradas —con toda justicia— excelentes, sin rozar siquiera los umbrales que aquella otra trasponía usando cantidades mínimas”.
Aprendiendo de las drogas, pese a sus 250 páginas, viene a ser una especie de introducción al monumental trabajo que es referencia tanto en estudios de medicina como de cualquier rama de las humanidades, su Historia general de las drogas, 1542 páginas de puro conocimiento y lección documentada y aun ilustrada que contiene además, al cierre, la Fenomenología de las drogas.
Revise el lector parte del índice. Luego del prólogo y la introducción, divide el amplísimo estudio en varias partes. El contenido de la primera es como sigue: La era pagana: Magia, farmacia y religión; Mitos y geografía; La ebriedad profana; La ebriedad sagrada; La Grecia antigua y clásica; Roma y Europa occidental; y Paganismo y ebriedad. La segunda se compone de: Cristianismo y ebriedad (I), Islamismo y ebriedad, Cristianismo y ebriedad (II), Teoría y práctica de La Cruzada; Cristianismo y ebriedad (III); y El tránsito a la modernidad. En su parte tercera encontramos: La liquidación del antiguo régimen; El liberalismo y sus repercusiones; La cocaína como ejemplo; Las drogas visionarias; La reacción antiliberal; El opio en Oriente y Occidente; Los efectos del Laissez faire; y Las descripciones literarias. Sigue de tal guisa hasta completar seis secciones cuya última concluye, antes del epílogo, con el apartado de título Bosquejo de la situación mundial contemporánea. La Fenomenología…, naturalmente menos amplia, nos ofrece: Prólogo, Generalidades, Fármacos de paz, Fármacos de energía, Fármacos visionarios y epílogo.
Nadie puede instituir la felicidad ni mucho menos la “felicidá”, por un caprichoso y desinformado decreto. De su felicidad, lector querido, es dueño usted, y la entiende como se le cuadra.