El agua es el elemento vital por antonomasia: 75% del agua a nivel global se utiliza en el sector agrícola; datos de Conagua indican que 76 de cada 100 litros se destinan a uso agropecuario, y aproximadamente 70% de nuestro cuerpo está conformado por agua. No obstante, estamos lejos de cuidarla como deberíamos.
El panorama actual sin duda nos hace pensar que estamos a un paso del peor escenario. La buena noticia es que estamos a tiempo de evitarlo, aunque se requerirá mucho trabajo y esfuerzo en conjunto. Es por ello que quiero dedicar estas líneas a reflexionar cómo la reducción del desperdicio de alimentos podría hacer frente a la escasez de agua y al aumento del precio de muchos productos de primera necesidad.
Como sabemos, el agua forma parte del proceso de elaboración de comida: ya sea como ingrediente, elemento para la siembra, producción y saneamiento.
Todo un proceso que requiere de grandes cantidades de agua, sin contar el vital líquido utilizado en la transportación y entrega de los alimentos. De modo que, tirar un alimento a la basura implica un gran desperdicio de agua.
Datos de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura destacan que la pérdida y desperdicio de alimentos consume hasta 21% del agua dulce en el mundo.
Por ende, reducir el desperdicio de alimentos, ahorraría agua al haber menos necesidad de producción. Pero este impacto positivo sobre el medio ambiente y el agua es solo uno de los beneficios; también tiene el potencial de mejorar la economía tanto de las empresas distribuidoras de alimentos, como de los consumidores.
En efecto, cualquier estrategia de reducción de merma en un negocio de comida debe llevar a un aumento de margen: o por medio de una mejora de la eficiencia operativa, opción que sin embargo podría restringir la producción, afectando la capacidad de satisfacer la demanda y resultando en una baja de las ventas, o revalorizando esos excedentes mediante su venta a precios reducidos en tiendas e inclusive a través de aplicaciones tecnológicas.
Específicamente, esta última táctica no sólo combate el desperdicio de manera eficaz, sino que también abre puertas a nuevos ingresos y atrae a clientes ávidos por opciones económicas y ecológicas.
Para el consumidor, significa acceso a productos más asequibles y la posibilidad de apoyar prácticas sustentables. Simultáneamente, los negocios pueden utilizar estos ahorros para mitigar el impacto de la inflación o rebajar sus precios, ganando así una ventaja competitiva en el mercado.
En suma, esta aproximación al problema del desperdicio alimentario promete beneficios económicos tangibles para el consumidor final, a la vez que fomenta una mayor conciencia ambiental y mitigación al desperdicio de grandes cantidades de agua.
Sin embargo, y a pesar de la disponibilidad de soluciones tecnológicas capaces de facilitar estos resultados, numerosos negocios alimentarios se resisten a adoptarlas, aferrándose a sus políticas de calidad y temiendo el impacto en su imagen de marca.
Es aquí cuando toma vital relevancia la implementación de políticas públicas que regulen y fomenten, con estímulos y beneficios fiscales, que los distintos negocios del sector alimentario pongan en práctica estrategias a fin de evitar el desperdicio.
Sin duda, aún existen áreas de oportunidad en México y una de ellas es establecer un marco legal que contribuya a la adopción de prácticas más sostenibles que busquen reducir la cantidad de comida que se desperdicia en la cadena de producción y suministro de alimentos para así evitar también, el desperdicio de recursos hídricos.
Fundador y CEO de Cheaf
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