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Por: Mateo Diego-Fernández y Kenneth Smith Ramos
“Esto nos ayuda mucho porque ante la incertidumbre económica y financiera, el que tengamos el tratado nos garantiza que vamos a mantener nuestras relaciones económicas y comerciales con el mercado más importante, más fuerte del mundo”.
Esas fueron las palabras con las que el presidente Andrés Manuel López Obrador celebró, hace más de tres años, la aprobación del Tratado entre México, Estados Unidos y Canadá (T-MEC), uno de los poquísimos instrumentos “liberales” que esta administración ha apoyado irrestrictamente. Y no es para menos: el T-MEC no sólo ha posicionado a México como el principal socio comercial de Estados Unidos, sino que ha servido para que empresas e inversionistas se fijen en nuestro país como una alternativa atractiva al sudeste asiático, por las ventajas que nos da nuestra situación geográfica y la relación privilegiada con EU. Hoy en día, América del Norte está tan integrada que ya no es posible hablar de tres industrias, sino de una sola a nivel regional. El T-MEC ha sido nuestro aliado durante la pandemia y nos coloca como el potencial gran beneficiario del nearshoring.
Uno de los sectores más beneficiados por el Tratado es el agroalimentario. Tan sólo en 2022, el comercio entre México y EU alcanzó 72.5 mil millones de dólares, con un importante superávit a favor de México. Además, nos complementamos perfectamente: EU es el principal destino de nuestras frutas, hortalizas, cerveza, tequila, aguacate, tomate y carne de res. Ellos, a su vez, nos venden maíz y sus derivados, soya, carne de cerdo, así como granos y oleaginosas, entre otros productos. Es en este sector donde más ha crecido la demanda de EU y tenemos todo para aprovechar esta oportunidad.
Es por ello que llama la atención que ambos países estén adoptando tantas medidas proteccionistas -y francamente cuestionables– precisamente en este sector tan exitoso.
Así, por ejemplo, nuestro vecino del norte está trabajando en revivir las normas de etiquetado de origen de carne, conocidas como COOL, las cuales ya habían sido declaradas ilegales por la Organización Mundial del Comercio (OMC); están tomando medidas para restringir la importación de bovino de Nuevo León, y no dejan de intentar imponer aranceles estacionales a las frutas y hortalizas mexicanas, lo cual México rechazó tajantemente durante la negociación del T-MEC. Además, el estado de California, argumentando el “bienestar animal”, propone exigir que los productores de pollo y huevo, cerdo y res utilicen superficies mucho mayores para su crianza, lo que encarecerá de manera importante nuestras exportaciones a dicho estado.
México no se queda atrás: la administración actual ha sido particularmente vociferante en contra de los pesticidas y la biotecnología agrícola, interrumpiendo la autorización que se había dado por varias décadas al algodón, canola, soya y maíz genéticamente modificados. En el caso del este último producto, nuestro gobierno busca prohibir su uso en la producción de harina de maíz y tortilla; sustituirlo gradualmente para la alimentación animal; y acaba de imponer impuestos prohibitivos a la importación y exportación de maíz blanco. Todo lo anterior se da en el marco de reclamos formales por parte de EU justamente sobre el maíz.
Afortunadamente, el T-MEC prevé varias instancias para resolver malentendidos. Contamos con comités y grupos de trabajo sobre comercio agropecuario, biotecnología y medidas sanitarias, entre otros. También existe diálogo a nivel de los secretarios encargados del comercio a través de la Comisión de Libre Comercio e, inclusive, a nivel de jefes de Estado en la Cumbre de Líderes de América del Norte. Si no se resuelven las disputas a través del diálogo, podemos recurrir al capítulo de solución de controversias del T-MEC, que ha funcionado bastante bien.
Sin embargo, no podemos echarle más leña al fuego. Respecto a la relación comercial con Estados Unidos, es fundamental que los dos países tengamos altura de miras en materia agrícola. De por sí, las políticas hacia los agricultores y ganaderos siempre son complicadas, como para añadirle una dimensión de conflicto internacional. Debemos entender que preservar y fomentar el libre comercio en Norteamérica es esencial para la seguridad alimentaria de la región en su conjunto. No permitamos que cuestiones técnicas y comerciales sean arrastradas por el discurso político. El comercio no se regula con ideología, y tampoco ayuda meter a la discusión comercial temas como migración, tráfico de armas y fentanilo. En 2024, tanto México como EU tendrán elecciones presidenciales y legislativas. El riesgo de que la relación comercial con México se convierta en una piñata en las campañas electorales en Estados Unidos es altísimo y debemos hacer todo lo posible para evitarlo.
Recordemos que en 2026 se prevé la revisión integral del T-MEC, y no podemos darnos el lujo de llegar a esa fecha con múltiples disputas en el sector agrícola sin resolver. De lo contrario corremos el riesgo de matar a la gallina de los huevos de oro.
Expertos en T-MEC y socios en Agon Economía | Derecho | Estrategia