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El cargo de presidente de la Reserva Federal (Fed) lleva consigo un aluvión de críticas, pero lo que Jerome Powell no esperaba es que las más punzantes procedieran de quien le designó hace un año, el presidente de Estados Unidos, Donald Trump.
Cuando Powell tomó el cargo el reto era seguir el proceso gradual de subida de tipos de interés diseñado por su predecesora, Janet Yellen, para acompañar el buen desempeño de la economía estadounidense.
En 2018, la Fed subió en cuatro ocasiones el precio del dinero hasta el rango actual de entre 2.25% y 2.50%. Este ajuste se produjo a la par que entraba en vigor el estímulo fiscal lanzado por Trump como parte del recorte de impuestos para empresas y para trabajadores.
La proyección de la Fed es que la economía estadounidense cerró el pasado año con un tasa de crecimiento más que saludable de 3%.
Sumado a un desempleo en mínimos de hace casi medio siglo y unas presiones inflacionarias controladas, con una tasa anual de 2% en torno a la meta del banco central, el panorama económico sólo provocaba envidia entre colegas de otros importantes bancos centrales.
Sin embargo, las críticas comenzaron a arreciar desde la Casa Blanca. En octubre, Trump afirmó que la Fed estaba “fuera de control” por su alza de tipos, algo que ponía en peligro la aceleración de la economía. Los ataques dejaron boquiabiertos a los mercados y el sistema político de Washington, dada la habitual distancia adoptada por el Ejecutivo respecto a la política monetaria.
La independencia de los bancos centrales es considerada uno de los elementos claves de la ortodoxia económica y una garantía de equilibrio frente a los vaivenes políticos.
Powell evitó responder a Trump y recalcó que la senda de la política monetaria la marcan los datos económicos disponibles. Para celebrar el primer año, y quizá limar asperezas, Trump invitó a Powell y al vicepresidente de la Fed, Richard Clarida, a una cena en la Casa Blanca.