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Ante el evidente deterioro cognitivo de Biden, parecía inevitable el triunfo de Trump en las próximas elecciones presidenciales en Estados Unidos. Dado este panorama, muchos recibieron con alivio la designación de Kamala Harris como candidata demócrata. Sin embargo, más allá de su atractivo superficial como, potencialmente, la primera mujer en llegar a la presidencia, y ya en la recta final de la contienda, es importante conocer en qué consiste su plataforma política.
Harris está basando su campaña más en las emociones que en propuestas. La razón principal es que las políticas que ha abanderado en su carrera se encuentran lejos de las preferencias de la mayoría de la población. Su récord de votación en el Congreso la ubicó como la senadora más extremista, a la izquierda inclusive de Bernie Sanders, autodeclarado socialista. Harris se ha opuesto a cualquier restricción al acceso al aborto y está a favor de fronteres abiertas, de quitar financiamiento a la policía y de implementar límites estrictos al derecho a la libertad de expresión.
En el plano económico, ha intentado posicionarse como la continuidad de una supuesta gestión exitosa de Biden, al mismo tiempo que trata de convencer a los votantes que tiene la solución a la percepción de malestar que permea en amplias capas de la sociedad, producto precisamente de las políticas implementadas desde la Casa Blanca. Durante su gestión, muchos estadounidenses han experimentado una caída importante del poder adquisitivo y, por ende, de su estándar de vida, como resultado de una inflación acumulada de, por lo menos, 20%.
Ante el fuerte aumento en el costo de vida, Harris apoya la destructiva idea de imponer controles de precios de los alimentos, ya que, según ella, la inflación se debe a la rapacidad de los comerciantes que abusan de un supuesto poder monopólico. Sin embargo, como se ha demostrado a lo largo de la historia, esta política no lograría bajar los precios, lo único que provocaría sería una escasez artificial generalizada de productos básicos, largas filas en los supermercados y la aparición de mercados negros y contrabando.
En temas fiscales, Harris propone fuertes incrementos en el gasto del gobierno. Para compensarlos, su plan contempla el mayor aumento de impuestos de los últimos 40 años. Entre otras medidas, buscará incrementar el impuesto sobre la renta corporativo federal a 28%. Sumando los impuestos estatales, las empresas de Estados Unidos tendrían la carga fiscal más elevada de los países desarrollados. Esto significaría una importante caída en competitividad y constituiría un freno al crecimiento económico, que eventualmente llevaría a menores salarios reales y a un deterioro en las oportunidades de empleo.
Harris buscaría además implementar un nuevo impuesto mínimo de 25% sobre los ingresos tradicionales y las plusvalías no realizadas. Aunque este impuesto solo aplicaría (en un principio) a los contribuyentes con más de 100 millones de dólares de patrimonio, tendría un impacto considerable en el funcionamiento del mayor y más importante mercado de capitales del mundo y podría provocar una nueva crisis financiera global en la medida que los inversionistas tengan que liquidar posiciones o incrementar su endeudamiento para fondear este nuevo impuesto.
Las políticas de Kamala Harris serían profundamente negativas para la economía de Estados Unidos y, por extensión, para la de México.
Profesor y director del área de Entorno Económico de IPADE Business School.