¿Cuándo fue la última vez que vio a un mensajero pulsar el timbre en un portal de su calle cargado con paquetes de reparto decorados con el membrete de Amazon? Posiblemente ayer, como muy tarde. Eso, o es que usted vive en Marte.
La compañía de comercio electrónico ha multiplicado su omnipresencia en nuestras vidas durante este año del confinamiento, aumentando al mismo tiempo de forma exponencial la satisfacción (y la cartera) de su fundador, el ser humano más rico del planeta.
Amazon nació como tal hace ya más de cinco lustros, en el caluroso verano de 1994, por entonces apenas una pequeña tienda de libros por internet creada por un tal Jeff Bezos (apellido, por cierto, de origen gallego, ya que sus antepasados emigraron a Norteamérica desde esa región del norte de España), un joven visionario que supo prever -sabiamente- horizontes muy prometedores más allá de una, incipiente entonces, 'anécdota tecnológica' llamada internet.
Hoy, 26 años más tarde, Bezos es multimillonario (el hombre más rico del planeta, según las últimas estadísticas) y su compañía simboliza el fenómeno de la globalización mundial.
El hombre que empezó vendiendo libros, discos y software personalmente (recibía los pedidos por el día, los empaquetaba por la noche y los llevaba a la estafeta de correos al día siguiente en bicicleta) y que estuvo a punto de echar la persiana por quiebra tras el estallido de la burbuja de las puntocom en el año 2000, se ha convertido hoy en el creador de un fenómeno comercial y social que sobrepasa el mero concepto de venta electrónica.
Pero su transformación personal no sólo ha afectado a su cuenta corriente. También a su aspecto. Éste es el antes y el después de Jeff Bezos.
Bezos había registrado su compañía con el nombre inicial de Cadabra (cadabra.com), intentando hacer un juego de palabras con la expresión mágica Abracadabra. Sin embargo, su sonoridad recordaba demasiado fonéticamente al sustantivo inglés "cadáver", por lo que se decidió cambiar la nomenclatura a Amazon (en referencia al río más largo del planeta, el Amazonas), un sustantivo que además, al comenzar por la primera letra del abecedario, ayudaba en los buscadores de la época, que indexaban por entonces por orden alfabético.
Por aquel entonces, Bezos andaba demasiado preocupado por el lanzamiento de su criatura digital como para preocuparse demasiado por su armario. Llevaba el típico look de oficinista de a pie, gris y sin gracia. Camisas holgadas compradas al por mayor en unos almacenes, pantalones de franela que le caían sin gracia por la cintura y zapatos baratos de cuero arrugado. Una especie de uniforme laboral que lo confundía con cualquiera de esos millones de trabajadores anónimos más que deambulan cada día por las aceras de los principales centros de negocio de Norteamérica.
A pesar de su juventud (tenía entonces 32 años), presentaba ya síntomas de una alopecia avanzaba, la cual ni siquiera intentaba disimular con algún peinado favorecedor, lo que provocaba que pareciera más mayor de lo que era en realidad.