Durante la pasada ola de calor, el dueño de una pastelería en Guadalajara, visiblemente preocupado, me mostró un refrigerador lleno de pasteles sin vender. 'En estos días tan calurosos, la gente simplemente no compra tanto pan', comentó con frustración. En la panadería del barrio, los estantes están llenos de productos ignorados, y en el supermercado, las frutas y verduras deben ser reemplazadas con mayor rapidez.
El verano trae consigo más que altas temperaturas y vacaciones, también revela un fenómeno inquietante en la industria alimentaria: el cambio de hábitos de consumo y rutinas varía con el clima y las vacaciones, lo cual puede generar un significativo incremento del desperdicio en ciertos segmentos durante los meses de mayor calor.
El cambio de patrones de consumo debido al clima es un fenómeno bien documentado, pero pocas veces se abordan las graves consecuencias que tiene para el desperdicio de alimentos. En días frescos, los productos de panadería se venden rápidamente, mientras que en días calurosos, las ventas se desaceleran drásticamente. Este desequilibrio no solo afecta a los negocios, sino que también contribuye a una creciente crisis ambiental y económica.
Según datos de Cheaf, durante las semanas de mayor calor de este año, hubo un incremento del 46% en productos subidos a la plataforma por pastelerías y panaderías. Esto subraya cómo el clima extremo afecta la capacidad de estas empresas para gestionar su inventario y minimizar las pérdidas. En contraste, las semanas frescas y lluviosas presentaron una disminución del 15% en el desperdicio de estos productos, demostrando que temperaturas más bajas permiten una mejor administración de los alimentos en dicho segmento.
En las zonas turísticas, la situación es aún más volátil. El riesgo de desperdicio aumenta debido a la imprevisibilidad de la demanda. Las frutas y verduras, por ejemplo, se ven expuestas a mayor estrés térmico por lo que maduran y se descomponen más rápido en climas cálidos, obligando a los supermercados y negocios a reponerlas con mayor frecuencia, lo que se traduce en pérdidas económicas y un desperdicio alarmante de recursos.
La pregunta que debemos hacernos es: ¿qué estamos haciendo para mitigar este problema? La respuesta, desafortunadamente, es que aún no lo suficiente. Es esencial que la industria alimentaria adopte un enfoque más proactivo y sostenible para enfrentar este desafío. Reducir el desperdicio alimentario no solo es una necesidad económica, sino también una responsabilidad social con el planeta.
En primer lugar, los negocios deben adaptarse rápidamente a las fluctuaciones en la demanda. En el corazón de este problema reside una desconexión fundamental entre la producción y el consumo, exacerbada por variables climáticas y estacionales que muchas veces no se tienen en cuenta en las estrategias de gestión de inventarios.
Innovar y diversificar el catálogo de productos es otra estrategia vital. Ofrecer opciones que se mantengan frescas y atractivas incluso en los días más calurosos puede ayudar a equilibrar la oferta y la demanda. También, promover descuentos estratégicos para productos con fechas de vencimiento cercanas puede atraer a más clientes, incentivar ventas en momentos críticos y reducir la merma.
Las tecnologías de predicción basadas en inteligencia artificial y big data pueden jugar un papel crucial en este sentido, proporcionando a los negocios herramientas más precisas para anticipar las necesidades de los consumidores y la fluctuación de la demanda para ajustar su producción en consecuencia. Sin embargo, la adopción de estas tecnologías sigue siendo limitada en muchas áreas, debido a barreras de costos y falta de capacitación.
Además, la cultura del consumo y la percepción del desperdicio juegan un papel importante en perpetuar este problema. El desperdicio de alimentos todavía es visto como un mal necesario o una consecuencia inevitable del comercio moderno, en lugar de una oportunidad para mejorar la eficiencia y la sostenibilidad. Es vital fomentar una economía circular en la industria alimentaria, donde los excedentes se reutilicen, reciclen o redistribuyan de manera efectiva.
Reducir el desperdicio alimentario a la mitad podría evitar que hasta 153 millones de personas sufran hambruna, según la FAO y la OCDE. Esta es una meta que vale la pena perseguir con determinación y compromiso. Si bien la temporada vacacional trae consigo el riesgo de mayor desperdicio, combatirlo de forma creativa y estratégica, debe ser un común denominador para quienes se dedican a la comercialización de alimentos.
En conclusión, el verdadero desafío del verano no es solo el calor, sino nuestra capacidad de adaptarnos y responder con responsabilidad y creatividad a los diferentes escenarios adversos que se presenten. Adoptar mejores prácticas no sólo eleva la rentabilidad, sino que nos permite construir una industria alimentaria más resiliente y sostenible para todos.
CEO y fundador de Cheaf
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