Ahora que se han cumplido tres años de la entrada en vigor del Tratado entre México, Estados Unidos y Canadá (T-MEC), es muy relevante valorar lo que este importante instrumento comercial ha aportado a nuestro país en momentos complejos posteriores a la pandemia, así como el alentador futuro que tendremos si aprovechamos óptimamente sus mecanismos para potenciar la competitividad en la región norteamericana.
El T-MEC representa, con sus efectos indirectos en la economía, hasta 55% de nuestro Producto Interno Bruto (PIB). Además, constituye 80% de nuestras exportaciones. Con esta fuerza, el T-MEC permitirá mantener tres años continuos de crecimiento económico en nuestro país, después de los efectos negativos de la pandemia. Incluso, ha sido el vigor del T-MEC lo que ha generado una visión mucho más optimista sobre nuestro crecimiento para 2023, al esperar alcanzar 2.2%, en lugar del nivel de 1% inicialmente estimado.
A lo largo de tres décadas, porque será en noviembre cuando se cumplan los 30 años de la entrada en vigor de la zona de libre comercio de América del Norte, ha quedado plenamente probado el efecto positivo de esta actividad para nuestra economía. Ahora vivimos un momento crucial de cambio de tal magnitud en el mundo, que nos obliga a reforzar no solamente las condiciones de comercio para nuestro crecimiento, sino también aprovechar al máximo un nuevo futuro a través de la inversión.
Con el giro que el mundo ha dado al estar transitando de la globalización a la relocalización o nearshoring, México se encuentra ante la gran oportunidad de aprovechar este fenómeno, atrayendo inversión en esta potente zona de libre comercio, y con una frontera con el país que representa 25% del PIB mundial. Si aprovechamos óptimamente el nearshoring, seremos capaces incluso de duplicar nuestro crecimiento promedio anual en los próximos años.
Con esta agenda que hoy se junta, comercio e inversión, tenemos por delante el reto de atender tareas fundamentales para optimizar ambas oportunidades en el contexto del T-MEC. En primer lugar, debemos reforzar el diálogo de las consultas, para resolver las diferencias que aún se tienen en materia energética, del maíz transgénico y en el ámbito automotriz.
En segundo lugar, es menester atender las múltiples necesidades de infraestructura que ya se requieren para mover con agilidad nuestro comercio, equivalente a 3 millones de dólares por minuto. Y, en tercer lugar, necesitamos conformar —como empresarios— diversas alianzas de inversión en el contexto del nearshoring, para consolidar importantes cadenas de valor y suministro, que incluya a inversionistas mexicanos y a las Pymes nacionales.
En síntesis, este tercer aniversario del T-MEC es motivo de aliento y de optimismo, pero también de mucho trabajo para aprovechar óptimamente las oportunidades que ofrecen tanto estos tiempos como el futuro, en los que se vislumbra la posibilidad de alcanzar mejores resultados de crecimiento y de desarrollo para México.