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En un país como México, responder a la pregunta de qué hace ricos a los ricos, la respuesta es muy compleja. En otro país podríamos decir que son los hábitos, porque hay numerosos estudios que demuestran que ellos tienen hábitos distintos al resto. En este país no es tan sencillo. La mitad de la población es pobre y no tiene el piso parejo para competir en las mismas condiciones que el resto, mucho menos está en posición de cambiar sus hábitos ni de que esto pudiera cambiar su realidad.
Pero si estás leyendo esto, probablemente tienes la posibilidad de cambiar tu vida. Tom Corley y Michael Yardney en el libro Hábitos ricos, malos hábitos, se dieron a la tarea de responder a la pregunta de qué hacía ricos a los ricos y pobres a los pobres, y concluyeron que los ricos no son ricos debido a la suerte, ni a la familia que nacieron, ni porque ganaron la lotería.
“La gente rica simplemente hace las cosas diferente. Ellos piensan diferente, actúan diferente y tienen diferentes hábitos”, señalan en el libro. Estudiaron a 177 millonarios hechos por sí mismos y a 128 personas pobres en un periodo de cinco años, y aprendieron que la riqueza y la pobreza se construyen.
No sólo ellos sino varios especialistas coinciden en que los hábitos son la clave del éxito. Y lo mejor, que tener fuerza de voluntad para cambiarlos es un ingrediente principal. ¿Suena a cliché? Puede sonarlo, pero es verdad.
Charles Duhigg, un periodista autor de varios best sellers, en El poder del hábito, explica que los estos se pueden cambiar si entendemos su funcionamiento. Aunque varias personas —analizadas en varios estudios que cita el libro— los cambiaron sin conocer esto, simplemente a pura fuerza de voluntad, luego de plantearse un objetivo en la vida.
“Hay un momento en que todos decidimos conscientemente cuánto comer y en qué concentrarnos al llegar a la oficina, con qué frecuencia bebemos algo o salimos a correr. Luego dejamos de elegir y actuamos de forma automática. Es una consecuencia natural de nuestra red nerviosa. Y al comprender cómo sucede, podemos reconstruir esos patrones como más nos convenga”, explica el autor.
Al inicio del prólogo, Duhigg cuenta la historia Lisa Allen, una mujer que tenía 34 años, había empezado a fumar y beber a los 16, había luchado contra la obesidad la mayor parte de su vida, había tenido muchas deudas y que se había cambiado de trabajo constantemente. Sin embargo, la mujer que a los investigadores se les presentaba era una que ya no bebía ni fumaba, que estaba delgada y se veía mucho más joven que en las fotos, que no tenía deudas y que había comprado ya una casa.
¿Qué pasó en el camino? Su esposo la dejó, las deudas la comían, estaba muy poco saludable. Decidió viajar a El Cairo, y ahí, por decirlo de alguna manera, “tocó fondo”. Un día se dio cuenta que no podía prender ni siquiera un cigarro —estaba prendiendo un bolígrafo y empezó a oler a quemado— y de pronto, decidió que tendría que en un año volver a El Cairo a atravesar el desierto.
“Por un momento dejó de autocompadecerse. Pensó que necesitaba tener un objetivo en la vida. Algo que conseguir. Así que mientras iba en el taxi llegó a la conclusión de que regresaría a Egipto a caminar por el desierto”, explica Duhigg. Se concedió un año para hacerlo.
Cuando regresó a su hogar, se dio cuenta que para hacer ese tipo de viaje tendría que dejar de fumar. Los investigadores se dieron cuenta de que la convicción de que tenía que dejar de fumar para conseguir su meta había desencadenado una serie de cambios que afectarían los demás aspectos de su vida y que la harían correr, cambiar sus hábitos alimenticios, de ahorro, de planificación, etcétera.
“Según los científicos, no fue ni el viaje a El Cairo, ni su divorcio, ni su viaje por el desierto, lo que había provocado el cambio. Fue su propósito de empezar a cambiar uno de sus hábitos: fumar”, explica el periodista. Los autores del estudio se dieron cuenta que las personas al concentrarse en un patrón, es decir, un hábito principal, se aprenden a reprogramar las otras rutinas automáticas de la vida.
En el cerebro de Lisa es todavía posible ver el camino antiguo que generaba la vieja actividad cerebral, pero hoy ésta está sustituida por los nuevos caminos. O sea, que los hábitos transforman tu cerebro y se pueden cambiar.
Los hábitos que llevan a la riqueza y al éxito pueden enlistarse: Ser positivo, ver menos televisión que el resto, tomar decisiones o incluso hacer ejercicio. Pero hay uno que es particularmente importante: Cultivar la fuerza de voluntad. Duhigg cita varios estudios científicos y entrevista a varios que coinciden en que cuando aprendes a forzarte a ti mismo a ir al gimnasio y a empezar tu tarea o a comer ensalada en vez de una hamburguesa, estás cambiando la manera en la que piensas, aprendes a regular tus impulsos y a cómo distraerte de las tentaciones. Ya que tienes esta fuerza de voluntad ensayada, tu cerebro se acostumbra a ayudarte a enfocarte en una meta.
Los que llevan a la riqueza y al éxito
Los ricos son personas positivas. Según la investigación de Corley, 67% de los millonarios que se hicieron por sus propios méritos, son optimistas. “Una perspectiva mental positiva es fundamental para superar problemas, obstáculos, trampas, errores y fallas. Mantenerse positivo es un componente crítico para hacerse rico”, sostiene Corley. Es que la positividad se convierte en un radar que busca soluciones y que ayuda a encontrar oportunidades en donde otros sólo ven consecuencias negativas.
Según esta misma investigación de Corley, 91% de los ricos fueron tomadores de decisiones, lo cual es “crítico para el éxito”, porque eso hace que se supere el miedo y la parálisis que les aborda a quienes no son capaces de decidir. “Es imposible saber todo lo que se necesita saber antes de tomar una decisión, pero los ricos forjan el hábito de sentirse cómodos al sentirse incómodos al tomar decisiones”, sostiene el especialista. Los pobres dejan que otros decidan por ellos, y ellos sucumben al miedo de hacerlo.
Steven Covey en el best seller Los 7 hábitos de la gente altamente efectiva señala la proactividad como una de las maneras de hacer que las cosas sucedan. Sostiene que nuestra naturaleza básica consiste en actuar, así que esto nos permite elegir nuestras respuestas a circunstancias particulares además de que nos permite crear las circunstancias.
“Plantéate pequeños compromisos y mantenlos. Sé una luz, no un juez. Sé un modelo, no un crítico. Sé una parte de la solución, no parte del problema”, sostiene Covey, el cual reta al lector que por 30 días pruebe el principio de la proactividad. Él recomienda determinar en qué invertimos nuestro tiempo y nuestra energía, y a partir de ahí empezar a identificar las preocupaciones sobre las que sí se tiene influencia y centrar los esfuerzos en estas acciones.
Los ricos están en forma. 67% hace 30 minutos diariamente de ejercicio aeróbico. Lo que sea que incorpore cardio, como correr, trotar, caminar o andar en bici. El ejercicio aeróbico no sólo es bueno para el cuerpo sino para la mente, porque te permite alimentar y “limpiar” a tu cerebro, según explica Corley.
Un estudio de la University of British Columbia encontró que el ejercicio aeróbico regular, ayuda al crecimiento del hipocampo, el área del cerebro involucrada con la memoria verbal y el aprendizaje. Los ejercicios como las pesas y los ejercicios de resistencia no tienen ese mismo efecto, según explica un texto de la revista de salud de la Universidad de Harvard.
Otro de los hábitos de la gente altamente efectiva, según Covey, es poner primero lo primero. Es decir, elegir entre lo verdaderamente importante y lo urgente. Las personas que lo logran, podrán dedicarle tiempo a lo que realmente importa. “Esto nos permite liberarnos de la tiranía de lo urgente para dedicar tiempo a las actividades que verdaderamente dan sentido a nuestras vidas”, explica Covey. Diario el correo electrónico puede llenarse de correos urgentes pero, ¿eso es lo que realmente importa para que alcances tus objetivos? No desviarse de aquello que es lo que va a mover y a transformar cosas es difícil, pero es algo que la gente productiva sabe hacer bien.
Con relación a este tema, él incluso hizo una matriz en la que se explica en cuatro cuadrantes lo importante y lo urgente. En el primer cuadrante se coloca lo urgente y lo importante; en el segundo lo que no es urgente pero sí importante; en el tercero lo urgente pero que no es importante y en el cuarto lo que no es urgente ni tampoco importante. Lo urgente necesita atención inmediata pero no reditúa mejoras reales y solo causa estrés; lo no urgente pero importante es a lo que se le debe dar prioridad. Escoge esos pendientes sobre otros.